Memorias de
la Plaza (XII)
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - Las primeras bofetadas sonaron después
del cuarto ronazo. Es cierto que siempre he sido poco político. La vía
más expedita para resolver los chismes, los bretes, los embrollos me ha
parecido los trompones. Un buen pescozón no deja dudas de que no hay nada
más que discutir. Y así ocurrió.
Después de mi separación de Cuba Press, por asuntos que sólo
atañen a Raúl Rivero y a mí, y los cuales no me interesa
revolver ni resolver, estuve un tiempo trabajando solo. Como estaba de moda que
cada diez minutos apareciera una nueva agencia de prensa, comencé a
firmar mis textos con mi nombre y mantuve el de Pablo Cedeño. Ya éramos
dos, y constituíamos lo que fue la primera etapa de la agencia Decoro. Me
importaba un pito el protagonismo o la popularidad. Sólo deseaba no hacer
silencio. Néstor Baguer me permitió trasmitir mis despachos desde
su casa. El hecho de no poseer un teléfono privado me ha acarreado más
de un disgusto, y más de una satisfacción. Allí conocí
a Jesús Zúñiga y me reencontré con un ex condiscípulo
de la universidad que había cambiado su nombre por el de Lucas Garve. Fue
divertida mi breve estancia en casa de Baguer.
Por extraños rejuegos de la sociabilidad humana me dejé
seducir nuevamente por la idea de que un grupo numeroso de periodistas nucleados
en un proyecto abarcador sería más eficaz. Nació entonces
la Cooperativa de Periodistas Independientes. Seríamos el gran ariete
contra los muros de la desinformación que padecía el país .
Ya estábamos transmitiendo desde la casa de la bondadosa Aurora García
del Busto. Eramos un piquete, "staff", le gustaba decir a uno de
nosotros. Unos no tenían la más remota idea de lo que era el
periodismo, otros se las bandeaban mal que bien. Cobró celebridad la
Cooperativa entre detractores y admiradores. Manuel David Orrio, Oswaldo de Céspedes,
Jesús Zúñiga y otros nos reuníamos, preferentemente
los sábados, bajo los laureles de la Plaza de Armas. Allí,
protegidos por la afluencia del más variopinto de los públicos y
con cobertura de vendedor de libros viejos, trazábamos estrategias,
intercambiábamos informaciones, soñábamos con una Cuba que
forjaríamos con nuestro tesón, nuestro apego a la verdad, nuestra
transparencia política.
Un día sentí que nuestras conversaciones tenían
filtraciones. No quise acusar a nadie. Era un presentimiento, una sensación,
y no tenía ni modo ni tiempo para comprobarlo. Entre las diez o doce
horas que dedicaba al negocio de los libros y las horas que dedicaba a escribir
mis reportes no me restaba un minuto para gastarlo en gestiones contrachivato.
Decidí separarme de la Cooperativa. Uno de sus miembros puso demasiado ahínco
en lograr que no me separara. Su insistencia me lo señaló como el
más sospechoso. Le di cientos de explicaciones, lo evadí por todos
los flancos posibles, lo conduje a embrollarse con sus propios argumentos, pero
el hombre no cejaba.
Aquella tarde, entre su perseverancia molesta y los tres rones que me había
sonado, me calentaron la sangre. Lo encaré, ya sin el menor reparo, y le
dije que él trabajaba para la policía política y que era
una "yegua". Le espanté la primera bofetada. Cuando Oswaldo de
Céspedes me sostuvo a duras penas, ya otros se encargaban de propinarle a
aquel tipejo algún que otro pescozón bobo. La tremolina se disolvió
sin mayores consecuencias.
Lo que sí nos llamó la atención, varios días
después de los sucesos, fue que la policía política,
repartida en varios tríos por toda la Plaza, y atenta siempre al más
mínimo escarceo, al menor bullicio, no hubiera intervenido. Nadie lo vio
como un descuido, como una negligencia de la policía. Todo indicaba que
se habían "pasado con ficha" por orientaciones superiores, para
no "quemar" al soplón. Total, tres bofetones no duelen tanto.
No hice esfuerzos en saber si había sido justo o injusto. Yo quise
separarme de la Cooperativa sin herir a nadie, pero él se empeñó
en que me mantuviera a su lado. Imagínense ustedes. Con lo rebencú
que soy. Nunca he tenido paciencia para estar junto a alguien de quien desconfío.
El se lo buscó.
Esta información ha sido transmitida por teléfono,
ya que el gobierno de Cuba no permite al ciudadano cubano acceso privado a
Internet. CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza
la reproducción de este material, siempre que se le reconozca como
fuente.
|