A paso de
bastón: vender poesía
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - No sólo los perros del arroyo
son asiduos visitantes de las cafeterías dolarizadas de La Habana,
siempre a la busca de un hueso de pollo o del premio gordo de la lotería
canina, que es un amo enviado por Dios. Casi tradicionalmente, diríase,
les acompañan las floristas que cazan a los hombres ocupados en enamorar
damas, así como algún ocasional mendigo, algún trovador
desafinado.
Las gentes de La Habana persiguen al dólar de muchas maneras; algún
que otro amigo ya me había contado de ciertos andariegos, quienes de
alguna que otra forma imprimen libros de su autoría, o no, y los venden
al pasar por esas cafeterías impersonales de parejas bebedoras de
cerveza. Pero nunca les había visto. No imaginaba su estilo, su jugada,
hasta que una tarde de conversaciones con mi hijo, capaz de arruinar mi bolsillo
a puro helado de chocolate, les encontré.
Surgieron de la nada. A todas luces, se trataba de un matrimonio ya por los
setenta. Su vida de "contigo pan y cebolla" se delataba por sus
vestidos de quince años de atraso. Pero en la evidente pobreza destacaba
la luz interior de quienes se aman, y además son capaces de escribirse
poemas. Gregorio Plasencia Herrera y Lidia Dávila Sánchez son sus
nombres, y venden sus sencillos e inocentes versos por las calles de La Habana.
Poesía primitiva, la de dos pequeños poemarios que mercan por
las cafeterías, donde saben que siempre encontrarán a un hombre
conquistando hembras. Versos de amor, de ese filosofar sobre la vida propia de
los boleros y de esa cotidianidad cubana de escuchar a los augures.
Gregorio Plasencia recoge en uno de sus poemas una de estas escenas: "Buenos
días, babalao / He venido a consultarme / Pues todo me sale mal / Yo no sé
qué me ha pasado / Bien, vamos a ver, / Oiga bien, / Pues su camino está
virado / Ya lo estoy mirando aquí / Pues hay alguien por ahí /
Que le tiene mucha envidia / A usted como a su familia / Que no los dejan vivir
/ Ahora debe seguir / Lo que le voy a mandar / Flores blancas / Cuando se vaya a
bañar / Miel con jugo de quimbombó / Jarabe quitalo tó / Y
le puedo asegurar / Que la vida va a cambiar / Porque Orulá lo mandó".
¿Son ilegales, son informales estos curiosos comerciantes de su poesía?
Nada de eso. Ambos librillos fueron registrados en el Centro Nacional de
Derechos de Autor y por lo menos uno de los vendedores se ampara en una licencia
de trabajador por cuenta propia, la cual le autoriza a comerciar libros por las
calles de La Habana. Sin dudas, Lidia y Gregorio pensaron en todo, quizás
llevados por la experiencia del primero, quien es jubilado del Ministerio del
Interior cubano. Paradojas, paradojas de esta Habana: un ex policía que
en su vejez escribe poemas y los merca en compañía de su esposa al
precio de diez pesos cada ejemplar.
Por supuesto, no aceptaron decirme cómo lograron la impresión
de los librillos. Ellos dicen que les ayudan amigos. Pero he podido conocer que
las imprentas habaneras, urgidas de dólares, aceptan cualquier pedido
pagado en moneda dura. Valdría la pena investigar, a ver si tales
empresas no discriminarían la impresión de un libro de crónicas
de periodistas independientes.
En esto me dejaron pensando Lidia y Gregorio mientras se alejaban de mi
mesa, satisfechos de la venta y de mi invitación. A mi izquierda, a mi
derecha, respetables señoras casadas, mulatísimas de rumba acompañadas
de sus extranjeros, leían poemas.
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