La odisea de
mis tías
Ana Rosa Veitía, Grupo Decoro
LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - La generalidad de los cubanos somos
aseados. Nos gustan las sábanas blancas como el coco, nos agrada que la
ropa -tanto interior como exterior- huela a limpio. Si de algo no se nos puede
tildar es de sucios.
En cualquiera de los ómnibus que sobrecargados de pasajeros circulan
por la capital cubana, en su mayoría donados con muy buena voluntad pero
diseñados para operar en países con climas fríos, es
frecuente en época de verano escuchar la siguiente expresión: "¡Caballeros,
respiren parejo, no me lo dejen a mi solo!" Repito: se nos puede tildar de
cualquier cosa, menos de gente poco pulcra. Aunque estos tiempos de socialismo
no son buenos para la higiene.
Con placer, recuerdo las sábanas blancas colgadas para que cogieran
sol en el campo, allá, en la casa de mi tía Olimpia. Por treinta y
cuarenta años otras tías mías trabajaron como leonas
lavando para la calle para buscarse unos pesitos.
Pero, si fuera en esta época, mis tías hubieran enfrentado
muchísimas dificultades y posiblemente no hubieran podido lavar para la
calle. Hoy por hoy, llevar ropa limpia es una de las tantas odiseas nacionales.
La última década, denominada "período especial"
por el gobierno de Fidel Castro, ha dado lugar a muchas desigualdades. Se pasó
de una limitación generalizada a otra menos afortunada donde la mayoría
soporta angustias y unos pocos, por una combinación de circunstancias,
han podido elevar su nivel de vida mediante los dólares estadounidenses.
La mayoría, como mis tías, con el período especial
aprendieron a valorar más aún lo que significa en la actualidad
tener un pedazo de jabón o un poquito de detergente. Compran jabones de
fabricación artesanal, de los que venden los cuentapropistas
(trabajadores por cuenta propia) a diez pesos, o le compran a los merolicos
detergente que éstos adquieren en las tiendas dolarizadas y luego
reenvasan y revenden en pesos.
A muchos compatriotas ya no les da pena vestir ropas con remiendos o de
segunda mano, ni pedirle un poco de azúcar al vecino o un diente de ajo o
una cebolla. Se conforman con los dos canales de la televisión cubana
(CubaVisión y TeleRebelde) o recogen de la basura un sillón
destartalado para improvisar otro asiento en sus casas. Mi tía Olimpia es
uno de ellos.
Ella vende cucuruchos de maní tostado en el barrio, porque la pensión
que le asignó el gobierno no le alcanza ni para cubrir sus necesidades
elementales. Sobrevive por el maní y porque de vez en cuando le mandan
pequeñas cantidades de dinero, del que vale, del estadounidense.
Eso sí, no sé cómo se las arregla, pero mi tía
Olimpia es una de las personas más limpias de la comarca. Ha sabido
sortear todas las dificultades y tiene sus fórmulas mágicas para
estar todo el día impecable.
Como ella hay muchos. Así somos los cubanos de hoy. Con remiendos,
con hambre, padeciendo escaseces de todo tipo, pero nos gusta oler rico,
sabroso.
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