A veces no
hay solución
Ramón Díaz-Marzo
LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - Ana se ha quedado sola. Todos los días
de la semana (menos el domingo) desde por la mañana hasta que la tarde
cede su puesto a la noche, Ana está sola. Hace 15 años enviudó.
Ahora sólo cuenta con un hijo que se levanta temprano en la mañana
y prepara el desayuno para los dos. El hijo es un trabajador incansable, y
siempre llega a su casa de noche.
Si el hijo de Ana fuera un hombre común, ya se hubiera casado con
cualquier pelandruja. Pero según afirma la propia madre él es una
persona decente y ella (Ana) no está dispuesta a soportar en su casa a
cualquier mujerzuela.
Ana vive en una casa de vecindad. No tiene nada que hacer y constantemente
se queja de su soledad, y se aburre. Entonces cruza un patio y se para en la
puerta de la calle a ver a las gentes pasar. Entre esas personas que pasan, a
veces un extranjero inesperadamente pone en sus manos un dólar o una jaba
cargada con utensilios de aseo. Y Ana le cuenta a todo el mundo con orgullo la
bondad de algunas personas en este mundo, sin comprender que es su aspecto
exterior lo que mueve en el transeúnte ocasional compasión humana.
Ana tiene 85 años y no quiere bañarse ni pasarle el peine a
unas canas hermosas que posee. Constantemente se queja de la vida, y habla mal
hasta de los vecinos que le hacen un favor.
Hace años, Ana, buscando un cubo de agua en un establecimiento del
barrio, resbaló sobre el piso que estaban baldeando y se partió el
fémur. Desde entonces ha sido el hijo quien lo hace todo en la casa. Pero
hay que señalar que era su propio hijo quien, cuando escaseaba el agua en
el edificio, le ordenaba ir a los comercios del barrio a pedir agua. Porque el
hijo, aparte de ser una persona decente, constantemente le habla a la madre como
si fuera un General de Ejército. No por casualidad hasta hace poco tiempo
a este hijo le gustaba coleccionar aviones y barcos de juguete.
Recientemente Ana volvió a caerse dentro del baño de su casa y
se ha fracturado un brazo. Ahora constantemente exclama que lo único que
desea es morirse.
Ana es una mujer contradictoria. Su origen es español, puede arreglar
los papeles y rescatar su natal ciudadanía, pero se demora en hacerlo y
declara que no le interesa disfrutar de esos paseos que el Estado español
ofrece a sus compatriotas. Ni siquiera se preocupa por los dólares
anuales que España, a través de diferentes sociedades en Cuba, le
podría enviar si arreglara esos papeles.
El disco rayado de Ana se titula: no puedo vivir sin mi hijo. Y no comprende
que está actuando como "El Perro del Hortelano": ni come ni
deja comer.
Entre Ana y su hijo pudiera existir amor y odio. Ambos se destruyen
mutuamente. Cuando el tiempo pase, la muerte solucionará este problema.
Pero la vida es así. Hay situaciones humanas cuya culpa es
responsabilidad de los protagonistas que interpretan su propia tragicomedia.
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