Memorias de
la Plaza (VIII)
Manuel Vázquez Portal, Grupo de Trabajo Decoro
LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - Armando Añel, que con el
tiempo devendría compañero del periodismo independiente, fue mi
primer compañero en la aventura de la venta de libros viejos. Nos
enyuntamos para aminorar los gastos que provocaba el alquiler del espacio en la
Plaza de Armas. Por entonces se pagaban 20 pesos (moneda nacional) por metro
cuadrado, y un dólar adicional. Teníamos también que pagar
por el local donde guardábamos los libros -siempre casas particulares
cercanas a la Plaza-, por el carretillero que nos trasladaba la carga, por las
meriendas y por el almuerzo; y todo en dólares, ya la gente no apreciaba
mucho el dinero cubano. La estrategia de unirnos nos reducía los gastos a
la mitad.
Armando Añel era taciturno. Se dejaba arrastrar por el azar y gustaba
de la literatura. Por entonces escribía cuentos que se resistía a
mostrar por aquello de la congénita timidez vanidosa de todo escritor.
Cuando supo que yo había ganado algunos concursos literarios y publicado
algunos librillos, su temor aumentó. Sólo meses después, y
cuando estuvo seguro de que opinaría con honradez sobre sus textos, me
trajo su cuaderno de relatos. Supe que tenía talento, y que si se lo
proponía podía ser un buen escritor. Había un único
inconveniente: para escribir hace falta tener las tripas llenas de alimentos y
la cabeza llena de ideas; y tiempo, mucho tiempo. Y el tiempo lo gastábamos
tratando de llenar las tripas.
Nuestra jornada se alargaba por diez o doce horas de trabajo. Había
que llegar temprano. A esa hora los turistas iniciaban su recorrido, y la Plaza
de Armas era un buen punto de partida. Había que permanecer hasta tarde.
A esa hora los turistas iban de retirada, y la Plaza de Armas era un buen sitio
para concluir el recorrido. Así, el alba y el crepúsculo eran
momentos más que poéticos para nosotros. A esas horas efectuábamos
las mejores ventas. La poesía entonces nos brotaba por los poros. Ya se
sabe: el dinero no hace la felicidad... la compra hecha.
Añel y yo fuimos buenos compañeros de ventas en la Plaza. Añel
y yo fuimos buenos compañeros en el periodismo independiente. Cuando se
dio cuenta que los libros viejos eran un paliativo, no una solución, me
propuso que lo dejara acompañarme en la aventura del periodismo. Me abordó
de frente y sin reservas. "Tú sabes, Vázquez, que no tengo un
pelo de mártir. Me importa un bledo que Fidel Castro permanezca cien años
más en el poder, quien no permanece un año más en Cuba soy
yo". Me gustó su sinceridad, sinceridad que ya le conocía. No
me vino con discursitos patrioteros ni ardides de superhéroe. Su afán
era irse.
Le expliqué el abc del periodismo, y le pedí que me trajera
algunos textos bajo esos requerimientos. Para un hombre inteligente era
suficiente. Dos semanas después ya estaba publicando en la página
de CubaNet. Apenas transcurrido un año de su debut como periodista
independiente ganó un concurso convocado por la revista Perfiles, y viajó
a Alemania.
Aquellos fueron días de contentura e incertidumbre. Contentura porque
Añel iba a lograr su sueño de irse de Cuba; incertidumbre porque
temíamos que le fueran a negar el permiso de salida por sus vínculos
con la prensa independiente. Felizmente pudo viajar. Todos sabíamos que
se quedaría, y cuando lo despedí, ya previendo el futuro de mi
doble colega, no pude menos que tirar a chanza aquellos versos que el poeta español
Miguel Hernández escribiera en homenaje al periodista cubano Pablo de la
Torriente Brau: le dije con voz grave, engolada: "Me quedaré en España,
compañero / me dijiste con gesto enamorado / y tu tronante edificio de
guerrero / en el suelo de España se ha quedado".
Nota: el segundo apellido de Armando Añel es Guerrero, y actualmente
radica, con nombre y dos apellidos, en Madrid.
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