CUBANET .INDEPENDIENTE

1 de febrero, 2002


La fuerza de las convicciones (V y final)

Héctor Maseda, Grupo Decoro

LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - Soñar con la vida y no vivir muriendo fue el principio adoptado por Osmundo Alonso Romero mientras estuvo internado en la granja "Falla", provincia de Camagüey. Este "centro especial de reeducación" fue creado por el gobierno cubano en la década de los años 60 para someter, mediante el terror, a los menores de edad desobedientes y que habían actuado de alguna manera en su contra.

El campamento era una clásica granja-prisión: albergues aislados por cercas interiores, alambradas perimetrales de 4 metros de alto con garitas y guardias armados. La orden: disparar si algún recluso intentaba escapar o se aproximaba a las cercas; calabozos de castigo (huecos de 2 por 2 m. de base y 1.50 m. de altura. Obviamente, en la tierra pelada, con techo de alambre de púas. Había que estar expuesto al calor del día, la lluvia, la humedad y el frío nocturno.

Alrededor de la instalación 100 metros de terreno raso y limpio, lo que hacía más difícil cualquier intento de evasión.

Pero nada de lo señalado la diferenciaba de otras granjas-reclusorios. Era el régimen disciplinario interno, las condiciones laborales y de vida que allí existían las que la convertían el algo especial.

"La tarde que llegamos a la instalación, el oficial jefe se dirigió a nosotros: aquí no existe reglamento interno. Eso funciona con las personas. Ustedes dejaron de serlo cuando entraron por la puerta. Ahora son como animalitos cuya función es trabajar hasta el agotamiento las horas que sean necesarias. No habrá días de descanso. Laborarán en los lugares más distantes y para trasladarse sólo dispondrán de sus piernas. La alimentación será la indispensable para sobrevivir. Dormirán como puedan y el tiempo que estimemos necesario. No tendrán visitas de familiares. Tampoco dispondrán de pases para ir a verlos. No intenten escapar. Quienes trataron de hacerlo recibieron castigos corporales y estancias largas en los huecos, para que reflexionaran y se arrepintieran de sus actos. Después nos dieron pantalón y camisa de trabajo, botas de tela y un sombrero de yarey. Entramos en los albergues para instalarnos, y vimos con tristeza algunas figuras en su interior (privilegiadas porque no asistían al campo debido a que cubrían tareas interiores en el emplazamiento) que parecían espectros. Esa noche no comimos. Al otro día no pudimos desayunar por el poco tiempo que nos dieron los militares para hacerlo. Formaba parte de la adaptación".

Las cosas resultaron como fueron anunciadas. De sus experiencias nos habla Alonso Romero: "Cortamos caña para el antiguo central Adelaida. Nos sacaban a la fuerza de los barracones, estuvieras enfermo o saludable. Caminábamos decenas de kilómetros diariamente hasta llegar a las áreas de trabajo. El regreso representaba la misma caminata. Los centinelas se trasladaban en tractores. Había que correr con el instrumento de trabajo a cuestas y a la velocidad de los vehículos. La jornada comenzaba a las 3 AM y concluía de las 9 PM ¡Dieciocho horas de trabajo intenso! Al campamento llegábamos a las 10 y media de la noche. Las primeras y últimas horas de la faena las realizábamos con las luces de los equipos. No nos daban agua. Para saciar la sed bebíamos a escondidas de los custodios el jugo de las cañas. Si un guardia te sorprendía, la emprendía a golpes contigo y luego te enviaba al hueco dos o más semanas. Una vez allí casi no ingerías alimentos durante el tiempo que duraba el castigo. Algunas de las torturas a que te sometían estaban relacionadas con la alimentación. Para desayunar tenías dos minutos. Nadie lo lograba. Y eso que el desayuno consistía en una infusión caliente y 30 gramos de pan duro. Con las comidas ocurría lo mismo. Te daban 10 minutos. Consistían generalmente en un caldo aguado, harina hirviendo y en ocasiones un pedazo de vianda. Era imposible concluir en tiempo. Una vez alguien lo logró. Entonces redujeron al día siguiente a 8 minutos el tiempo de la comida. Muchos de los prisioneros estaban descalzos porque las botas de tela no aguantaban mucho. Los hombres-animales tampoco. Era esa otra de las torturas que debíamos soportar diariamente: caminas kilómetros entre piedras y dentro de los campos de caña llenos de espinas y los plantones de la gramínea recién cortada. No había descanso. Parecíamos muertos-vivos. Al mes de estar allí habíamos perdido entre 30 y 50 libras. ¡Pobre del que se desmayara en el camino o en los surcos! A golpes lo levantaban, o lo molían a culatazos".

"Yo no me bañé mientras estuve en la instalación -agrega Alonso. Era más importante dormir las cuatro horas que nos quedaban libres que emplearlas en el aseo personal. Poco a poco nos fueron convirtiendo en semipersonas ya irracionales. Cualquier situación entre nosotros se convertía en una tragedia que se dirimía generalmente por métodos violentos. Con el tiempo casi nadie tenía fuerzas para trabajar. Los castigos corporales y los encierros en los huecos aumentaban. Estos ya no alcanzaban. ¡Qué ironía! Nosotros los hacíamos para que después nos encerraran en ellos. Ese era otro tipo de tortura. Nos trataban peor que a los esclavos".

Cuando Alonso incorpora a sus recuerdos la personalidad y el quehacer de sus custodios, refiere: "Indudablemente los uniformados eran seleccionados entre lo peor que existía en las Fuerzas Armadas de Castro. Se mostraban agresivos y brutales por cualquier nimiedad. Su perfil psicológico mostraba que eran personas aberradas, violentas, sádicas y de muy bajo nivel cultural. Cuando nos castigaban se reían enfermiza e incontroladamente. Varios de los jóvenes reos atentaron contra sus propias vidas para escapar de aquella pesadilla. Yo pensé que no sobreviviría. En realidad pasé cuatro meses de mi vida en aquel sitio infernal. Meses que me parecieron siglos. Me apoyaba en los gratos recuerdos familiares y la fe en el Creador. Con esos dos pilares construí un templo espiritual interior que resultaría inviolable. Pero tuve suerte. No por un gesto humanitario de las autoridades, sino porque tenía bajo rendimiento en el trabajo. O quizás porque sabían que ninguno de sus conejillos de Indias aguantaríamos otra semana en aquellas condiciones. Lo cierto es que a varios muchachos nos trasladaron para la cárcel de Camagüey. Más tarde me enteré que los internados en "Falla" que más tiempo resistieron los experimentos, no superaron los seis meses. El nuevo destino fue un alivio para mí. Recuperé mi condición de preso político. No estaba obligado a trabajar. Tenía tiempo libre para pensar en el futuro. Así se mantuvieron las cosas hasta que me concedieron la libertad condicional. Esta condición me obligó durante más de un año a firmar semanalmente un libro y reportar mi conducta social en la unidad policial próxima a mi hogar. ¡Habían transcurrido tres años y tres meses desde mi apresamiento! Sin contar la condicional".

Osmundo es hoy un hombre culto, pero no libre. Su madurez política lo llevó a convertirse en disidente ideológico del régimen cubano. Durante su encierro conoció las monstruosidades del sistema en toda su extensión y profundidad. Por eso trabaja pacíficamente y con ahínco, convencido de que el futuro democrático de Cuba será radiante.


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