La fuerza de
las convicciones (V y final)
Héctor Maseda, Grupo Decoro
LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - Soñar con la vida y no vivir
muriendo fue el principio adoptado por Osmundo Alonso Romero mientras estuvo
internado en la granja "Falla", provincia de Camagüey. Este "centro
especial de reeducación" fue creado por el gobierno cubano en la década
de los años 60 para someter, mediante el terror, a los menores de edad
desobedientes y que habían actuado de alguna manera en su contra.
El campamento era una clásica granja-prisión: albergues
aislados por cercas interiores, alambradas perimetrales de 4 metros de alto con
garitas y guardias armados. La orden: disparar si algún recluso intentaba
escapar o se aproximaba a las cercas; calabozos de castigo (huecos de 2 por 2 m.
de base y 1.50 m. de altura. Obviamente, en la tierra pelada, con techo de
alambre de púas. Había que estar expuesto al calor del día,
la lluvia, la humedad y el frío nocturno.
Alrededor de la instalación 100 metros de terreno raso y limpio, lo
que hacía más difícil cualquier intento de evasión.
Pero nada de lo señalado la diferenciaba de otras
granjas-reclusorios. Era el régimen disciplinario interno, las
condiciones laborales y de vida que allí existían las que la
convertían el algo especial.
"La tarde que llegamos a la instalación, el oficial jefe se
dirigió a nosotros: aquí no existe reglamento interno. Eso
funciona con las personas. Ustedes dejaron de serlo cuando entraron por la
puerta. Ahora son como animalitos cuya función es trabajar hasta el
agotamiento las horas que sean necesarias. No habrá días de
descanso. Laborarán en los lugares más distantes y para
trasladarse sólo dispondrán de sus piernas. La alimentación
será la indispensable para sobrevivir. Dormirán como puedan y el
tiempo que estimemos necesario. No tendrán visitas de familiares. Tampoco
dispondrán de pases para ir a verlos. No intenten escapar. Quienes
trataron de hacerlo recibieron castigos corporales y estancias largas en los
huecos, para que reflexionaran y se arrepintieran de sus actos. Después
nos dieron pantalón y camisa de trabajo, botas de tela y un sombrero de
yarey. Entramos en los albergues para instalarnos, y vimos con tristeza algunas
figuras en su interior (privilegiadas porque no asistían al campo debido
a que cubrían tareas interiores en el emplazamiento) que parecían
espectros. Esa noche no comimos. Al otro día no pudimos desayunar por el
poco tiempo que nos dieron los militares para hacerlo. Formaba parte de la
adaptación".
Las cosas resultaron como fueron anunciadas. De sus experiencias nos habla
Alonso Romero: "Cortamos caña para el antiguo central Adelaida. Nos
sacaban a la fuerza de los barracones, estuvieras enfermo o saludable. Caminábamos
decenas de kilómetros diariamente hasta llegar a las áreas de
trabajo. El regreso representaba la misma caminata. Los centinelas se
trasladaban en tractores. Había que correr con el instrumento de trabajo
a cuestas y a la velocidad de los vehículos. La jornada comenzaba a las 3
AM y concluía de las 9 PM ¡Dieciocho horas de trabajo intenso! Al
campamento llegábamos a las 10 y media de la noche. Las primeras y últimas
horas de la faena las realizábamos con las luces de los equipos. No nos
daban agua. Para saciar la sed bebíamos a escondidas de los custodios el
jugo de las cañas. Si un guardia te sorprendía, la emprendía
a golpes contigo y luego te enviaba al hueco dos o más semanas. Una vez
allí casi no ingerías alimentos durante el tiempo que duraba el
castigo. Algunas de las torturas a que te sometían estaban relacionadas
con la alimentación. Para desayunar tenías dos minutos. Nadie lo
lograba. Y eso que el desayuno consistía en una infusión caliente
y 30 gramos de pan duro. Con las comidas ocurría lo mismo. Te daban 10
minutos. Consistían generalmente en un caldo aguado, harina hirviendo y
en ocasiones un pedazo de vianda. Era imposible concluir en tiempo. Una vez
alguien lo logró. Entonces redujeron al día siguiente a 8 minutos
el tiempo de la comida. Muchos de los prisioneros estaban descalzos porque las
botas de tela no aguantaban mucho. Los hombres-animales tampoco. Era esa otra de
las torturas que debíamos soportar diariamente: caminas kilómetros
entre piedras y dentro de los campos de caña llenos de espinas y los
plantones de la gramínea recién cortada. No había descanso.
Parecíamos muertos-vivos. Al mes de estar allí habíamos
perdido entre 30 y 50 libras. ¡Pobre del que se desmayara en el camino o en
los surcos! A golpes lo levantaban, o lo molían a culatazos".
"Yo no me bañé mientras estuve en la instalación
-agrega Alonso. Era más importante dormir las cuatro horas que nos
quedaban libres que emplearlas en el aseo personal. Poco a poco nos fueron
convirtiendo en semipersonas ya irracionales. Cualquier situación entre
nosotros se convertía en una tragedia que se dirimía generalmente
por métodos violentos. Con el tiempo casi nadie tenía fuerzas para
trabajar. Los castigos corporales y los encierros en los huecos aumentaban.
Estos ya no alcanzaban. ¡Qué ironía! Nosotros los hacíamos
para que después nos encerraran en ellos. Ese era otro tipo de tortura.
Nos trataban peor que a los esclavos".
Cuando Alonso incorpora a sus recuerdos la personalidad y el quehacer de sus
custodios, refiere: "Indudablemente los uniformados eran seleccionados
entre lo peor que existía en las Fuerzas Armadas de Castro. Se mostraban
agresivos y brutales por cualquier nimiedad. Su perfil psicológico
mostraba que eran personas aberradas, violentas, sádicas y de muy bajo
nivel cultural. Cuando nos castigaban se reían enfermiza e
incontroladamente. Varios de los jóvenes reos atentaron contra sus
propias vidas para escapar de aquella pesadilla. Yo pensé que no
sobreviviría. En realidad pasé cuatro meses de mi vida en aquel
sitio infernal. Meses que me parecieron siglos. Me apoyaba en los gratos
recuerdos familiares y la fe en el Creador. Con esos dos pilares construí
un templo espiritual interior que resultaría inviolable. Pero tuve
suerte. No por un gesto humanitario de las autoridades, sino porque tenía
bajo rendimiento en el trabajo. O quizás porque sabían que ninguno
de sus conejillos de Indias aguantaríamos otra semana en aquellas
condiciones. Lo cierto es que a varios muchachos nos trasladaron para la cárcel
de Camagüey. Más tarde me enteré que los internados en "Falla"
que más tiempo resistieron los experimentos, no superaron los seis meses.
El nuevo destino fue un alivio para mí. Recuperé mi condición
de preso político. No estaba obligado a trabajar. Tenía tiempo
libre para pensar en el futuro. Así se mantuvieron las cosas hasta que me
concedieron la libertad condicional. Esta condición me obligó
durante más de un año a firmar semanalmente un libro y reportar mi
conducta social en la unidad policial próxima a mi hogar. ¡Habían
transcurrido tres años y tres meses desde mi apresamiento! Sin contar la
condicional".
Osmundo es hoy un hombre culto, pero no libre. Su madurez política lo
llevó a convertirse en disidente ideológico del régimen
cubano. Durante su encierro conoció las monstruosidades del sistema en
toda su extensión y profundidad. Por eso trabaja pacíficamente y
con ahínco, convencido de que el futuro democrático de Cuba será
radiante.
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