La batalla de
las ideas
Oscar Mario González, Grupo Decoro
LA HABANA, abril (www.cubanet.org) - Batalla de ideas, así denominó
el gobernante Fidel Castro a lo que en realidad ha resultado ser el aumento de
la represión y del control político de los cubanos, el incremento
del lenguaje belicista e intransigente, de las marchas, contra marchas y
movilizaciones populares.
Como novedad en este procedimiento se implantaron las mesas redondas y las
tribunas abiertas. Rincones ocultos de la geografía cubana, ignorados por
el gobierno castrista y privilegiados por la desatención de los
funcionarios, hoy tienen el dudoso honor de ser sedes de las tribunas abiertas,
que nada tienen de abiertas porque están cerradas a cualquier punto de
vista que discrepe de los del régimen.
En realidad, excepto las mesas redondas, el procedimiento no es novedoso ya
que durante más de cuarenta y tres años nuestro pueblo ha sido
convocado para librar las más disímiles batallas.
Siguiendo el léxico del totalitarismo, se han dado batallas por la
zafra azucarera, por la salud, contra la blandenguería, la de las
papas... hasta llegar a la más reciente que fue contra el mosquito Aedes
aegypti.
Lo más significativo es que todas estas batallas han estado acompañadas
de sus respectivas victorias. Incontables batallas e incontables victorias son
la causa por la cual el pueblo se pregunta por qué después de 43 años
de triunfos ininterrumpidos vive tan mal, por qué luego de cada conquista
la situación empeora.
Como no soy experto en cuestiones militares y mucho menos en el arte de la
guerra, yo también tengo muchas interrogantes, dictadas por el sentido
común, que se resumen de la siguiente manera.
Primero, las tropas del régimen combaten con un enemigo desarmado ya
que las ideas necesitan expresión y todo los medios de prensa están
en manos del gobierno. Por tanto, como sólo veo en el campo de batalla a
un contendiente, es un combate absurdo o, que es lo mismo, una batalla
inexistente. El vacío que esta contradicción lleva a mi mente sólo
podría llenarse imaginándome al caballero de la triste figura, Don
Quijote de la Mancha, en su lucha contra los molinos de viento.
Segundo, el nombre de esta contienda es incorrecto porque las armas que
esgrime el gobierno de Castro no son los argumentos sino las amenazas, calumnias
y difamaciones. ¿Serán estas armas las que suplen la falta de ideas?
De cualquier forma, repito, no es válida la denominación, aunque sé
que decirlo es grave, pues contradice nada más y nada menos que a quien
no se puede contradecir.
Tercero, las armas con las cuales cuenta supuestamente el totalitarismo son
obsoletas: los conceptos unipartidismo, control centralizado de la economía
con ausencia de propiedad privada, entre otras. Estos recursos bélicos
fueron derrotados, fueron desechados por inservibles. Con ellos no se gana
ninguna guerra por muy desigual que sea. Estas armas no se llevan al combate
porque sencillamente no sirven. Esgrimirlas sería tan surrealista como
ver la figura de Napoleón vestido de verdeoliva y enfrentando a los ejércitos
inglés y prusiano con una tropa armada de arcos y flechas. O al Führer
enfrentándose a las tropas aliadas con un ejército armado de
mosquetes y arcabuces.
Pero bien, la realidad es que la tiranía sólo ha ido de revés
en revés durante más de cuatro décadas, pues si no cómo
después de inflingirle tantas derrotas al supuesto enemigo aún está
presente la libreta de racionamiento, cómo no se han acabado las colas en
las paradas de los ómnibus, cómo persisten las barbacoas
insalubres y el hacinamiento de cubanos en las viviendas del país, cómo
se explica que dos millones de metros cúbicos de escombros hayan escapado
de las huestes revolucionarias en la capital cubana.
En mucho menos tiempo y con algún que otro revés, Alejandro el
Magno manifestó su tristeza por no tener otras tierras que conquistar.
Pero aquí, cerca del medio siglo de victorias, con un comandante en jefe
invicto aún, nos queda por conquistar el vaso de leche y el pedazo de
carne, además del plato de frijoles, el jabón de baño y la
pasta dentífrica, entre otros productos que sólo se pueden
conquistar en las shoppings mediante el peligroso, el enemigo dólar
estadounidense.
De todo esto puede resumirse: el incremento de la represión castrista
y su exasperación son muestras de su debilidad, de su fracaso total.
Estas movilizaciones añadidas después de un extenuante
desgaste son la gota que colmaron la copa del dolor para un pueblo que no puede
perder más que las cadenas que cruelmente le atan a la tiranía
castrista.
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