Los cauces de
la corrupción en Cuba (II)
Armando Soler
LA HABANA, abril (www.cubanet.org) - Max está contento. Bebe su
cerveza de etiqueta y se confía de repente, señalando a otros
comensales de aquella fiesta.
- Todos ellos ya tienen una compañía propia allá
afuera, y ya los ve, aquí son empleados.
Son hombres y mujeres jóvenes, de mirada alerta y risa nerviosa.
Saben que corren peligro. Al régimen no le gusta que surja una clase
media con capital. Max, que también es como ellos, parece comprender lo
que ha hecho al confiarme el secreto. Se levanta, murmura una excusa y
desaparece de la fiesta de cumpleaños.
Ellos trabajan para las pocas firmas totalmente extranjeras que permite el
estado cubano. No está claro cómo obtienen beneficios suficientes
para lograr un capital que les permite fundar una pequeña compañía
en el extranjero. Aprovechan cualquier viaje de trabajo o un curso de capacitación
a algún país de libertad comercial y fundar su propio negocio.
Luego retornan y siguen viviendo como simples empleados.
El surgimiento de esta élite no es casual. Muchos son hijos de papá;
otros, arribistas de buenos codos. Todos tienen algo en común: aguardan.
Esperan el cambio con dólares en el bolsillo, y no tienen las carencias
de la mayoría de la población. Luego serán abiertamente dueños
de sus negocios. Juegan con ventaja.
El fin del campo socialista y la creciente globalización han
presionado al gobierno cubano. Tolera una muy pequeña economía de
mercado a la que vigila muy celosamente. Sin embargo, la joven generación
empresarial se niega a comportarse en ese medio con los patrones del "hombre
nuevo". No les importa la ideología del país. Sólo
buscan el beneficio. Y para ello cometen ilegalidades. La mayoría escapa
indemne. Son parte de la futura clase media gobernante.
La corrupción es un fenómeno estatal que desciende desde lo
alto de la organización gubernamental hasta los más humildes
estratos de la sociedad. Es un modelo paradigmático que se ejecuta por un
simple impulso imitativo. El acorralamiento que sufre la población para
malamente sostenerse a diario no le permite preguntarse sobre el uso que se le
da a la riqueza que crea.
El estado cubano justifica las carencias con una política de
servicios básicos gratuitos. Tras esas categorizaciones yacen un sistema
de salud pública formal y una educación donde el adoctrinamiento
impera.
Los órganos de gobierno como la Asamblea Nacional del Poder Popular y
el Consejo de Ministros no rinden cuentas más que de manera elemental.
Categorías como el presupuesto del Ministerio del Interior, o la
denominada "reserva del Comandante!, están en niveles impensables
siquiera de la pedestre rendición de cuentas a la que estamos
acostumbrados.
Con tales costumbres no resulta fácil acusar y demostrar que un
funcionario público es corrupto.
Generalmente eso "cae de arriba". Los casos de Luis Orlando Domínguez,
otrora hombre del "primer círculo" del jefe de estado, y de
Carlos Aldana, defenestrado ideólogo del Partido comunista, fueron
expuestos someramente a la luz pública como casos excepcionales de
corrupción. El affaire Robaina, con la súbita salida del cargo del
canciller, quedó en el misterio de las murmuraciones.
La ejecución del oficio de gobernar en secreto, dando como bueno y
suficiente lo que se quiere informar, rechazando con desdén represivo
todo intento de escrutinio independiente, no son elementos que tranquilicen,
especialmente, a las finanzas públicas. La nación opta por seguir
la corriente y medra con el erario público a su alcance. Es un mal que a
todos, de una manera u otra, nos toca.
Esta información ha sido transmitida por teléfono,
ya que el gobierno de Cuba no permite al ciudadano cubano acceso privado a
Internet. CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza
la reproducción de este material, siempre que se le reconozca como
fuente.
|