Disparo a la
cabeza
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, abril (www.cubanet.org) - Fue a destapar la olla y un miedo
repentino lo paralizó. La mano, indecisa, asustada, se detuvo en el aire.
Las sienes le sudaron con una frialdad de muerte. Le sobrevino un
desfallecimiento intenso a sus rodillas. Creyó que se desvanecería.
Temió que al abrir la cazuela el Diablo se liberara del caldero para
hablarle nuevamente de la batalla de ideas.
Era la hora del crepúsculo y sintió como su mente ya no
funcionaba. Su cabeza era un vacío insondable, un zumbido ensordecedor,
un ruido sin sentido. Parecía que había muerto su última
neurona. No pensaba en nada. No imaginaba nada. No recordaba nada. Había
en su cerebro un martilleo indetenible, una letanía embobecedora que lo
dejaba sin ánimos, sin horizontes. Sólo esperaba que alguien,
ajeno de él mismo, le ordenara la próxima palabra el próximo
movimiento. Ya no era él. Era un muñeco más, preparado para
asistir a la Tribuna Abierta y aplaudir, aplaudir, aplaudir.
Renato Albuernez de Quesada había nacido normal. Fue un niño
adorado por su madre, mostrado con orgullo por su padre, mimado por sus abuelos,
elogiado por los vecinos. Nada en él denunciaba falta de sesos. A los
seis años, como a todos, le ataron al cuello una pañoleta y le
enseñaron a repetir: "Pioneros por el comunismo, seremos como el Che".
Nunca más pudo desatarse aquel dogal ni decir que quería
parecerse, ser él mismo. Lo montaron en el carrito que le correspondía
y el carrusel inventado por un loco comenzó a girar sin descanso.
El carrusel giraba y giraba. Los ojos de Renato se hicieron viejos mirando
el mismo paisaje alrededor. Pancartas, vallas, carteles: Patria o Muerte,
Socialismo o Muerte, Abajo el Bloqueo, Viva Fidel. El carrusel girando, girando.
Todos a la Plaza, Tenemos y tendremos socialismo, Fidel, seguro, a los yanquis
dale duro. El carrusel que no se detiene, que no da un respiro. Fidel, Fidel,
Fidel, Pin-pon, fuera, abajo la gusanera, Fidel, amigo, el pueblo está
contigo. El carrusel a gran velocidad, vertiginoso, imparable. Los ojos de
Renato fijos, alucinados; frente a ellos el desfile de tribunas y discursos, de
arengas y consignas. Fidel, Fidel, Fidel, nacimos para vencer y no para ser
vencidos. Somos el pueblo más culto, Somos el pueblo más digno,
Somos el pueblo más heroico. El carrusel gira, gira, gira. Somos una
potencia médica, Somos una potencia educacional, Somos una potencia
deportiva, Fidel , Fidel, Fidel.
Renato intenta bajarse del carrusel. ¿En una balsa? Sí, en una
balsa, en el tren de aterrizaje de un avión, casado con una anciana
canadiense. No importa cómo. Bajarse, bajarse, bajarse del carrusel
inventado por un loco. Pero el carrusel no se detiene. Los que caen de él
mueren aplastados, molidos por sus engranajes. El carrusel es implacable. No hay
clemencia. Lo dicen muy claro las pancartas, las vallas, los carteles, los
neones, los fuegos de artificios: Patria o Muerte, Socialismo o Muerte, Conmigo
o Muerte, Fidel, Fidel, Fidel.
Renato se decide. La mano temblorosa. La cabeza vacía. Destapa la
olla. En el vapor que se desprende se dibuja un rostro demoníaco, peludo,
vociferante. Antes de desmayarse oye cómo, desde la cazuela, una voz
archiconocida se levanta y dice: "El futuro pertenece por entero al
socialismo".
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