CUBANET .INDEPENDIENTE

18 de abril, 2002


El profesor Callé

Ramón Díaz-Marzo

LA HABANA VIEJA, abril (www.cubanet.org) - La biblioteca pública provincial "Rubén Martínez Villena", ubicada aquí en la Habana Vieja, se ha caracterizado siempre por sus actividades culturales. Por sólo citar dos ejemplos, recuerdo a Eliseo Diego y Dulce María Loynaz ofreciendo un conversatorio para un reducido grupo de personas en los años 70 y 80. Eran los tiempos de las guerras internacionalistas y a casi nadie le importaba qué podrían decir los futuros Premios "Juan Rulfo" y "Cervantes" de Literatura. Pero otras "personalidades" menos felices también eran invitadas.

Por ejemplo, invitaron al profesor Callé en el año 1974. ¿Quién era el profesor Callé? Nadie lo sabía. El mismo se presentó durante los primeros minutos de su ciclo de conferencias titulado "Breve introducción a la Historia del Arte", explicándole a la concurrencia su trayectoria de profesor de Literatura en diferentes Pre-Universitarios de la capital. Este ciclo de conferencias duró tres meses, a razón de dos conferencias a la semana. La negra Osvelia de la Caridad y Capetillo, licenciada en literatura cubana e informática, fundadora de la biblioteca y amiga mía, fue testigo de lo que a continuación les narro.

En el año 1975 yo tenía 22 años, y aún era demasiado ingenuo. El incidente ocurrió a las diez de la mañana. Yo salía del ex-hotel Monserrate. Precisamente iba con mis cuartillas de aprendiz de escritor hacia la biblioteca. Esta predilección mía por esta biblioteca es comprensible: desde hace 40 años es el único lugar con aire acondicionado en toda la calenturrienta capital de La Habana, y uno puede estar rodeado de libros y escapar del ruido de la ciudad.

En esa época, por la acera lateral del restaurante "El Floridita" (calle de Monserrate), había una parada de ómnibus. Una barra de hierro sosteniendo una pancarta de aluminio con una (P) dibujada significaba parada obligatoria de ómnibus urbanos.

Cuando cruzaba yo paralelo al "Castillo de Fornés" (otro restaurante famoso) divisé al profesor Callé que, junto a un grupo de personas esperaban su guagua. Debajo de la gigantesca (P), en una cuadrícula, aparecían los números de las rutas 4, 15, 27. Hacía más de un año que el curso de marras había terminado.

Lo saludé:

- ¡Profesor Callé, cuánta alegría volver a verlo! -le dije. ¿Se acuerda de mí?

- Imposible, muchacho. He impartido tantas clases de Literatura e Historia del Arte, que sería demasiado recordar tantas caras.

Mientras llegaba la guagua tuve la desgraciada idea de quedarme al lado de aquel viejo, en vez de continuar mi camino. El profesor Callé estaba acostumbrado a hablar, como todos los oradores cubanos, en voz alta. Sólo el diablo recordará desde qué punto de la Historia arrancó aquel diálogo que finalmente terminó: yo gritando que el Che Guevara no era ningún Jesucristo moderno, sino un simple mortal; y el profesor Callé gritando que no, que el Che Guevara era un nuevo Mesías.

Entonces llegó la ruta 4, y el profesor Callé montó la guagua y se fue. Cuando me disponía a continuar mi camino me cerró el paso un mulato a quien desde hacía minutos había notado atento a la conversación. Se interpuso en mi camino mostrándome un carnet de la policía motorizada. En esos momentos llegaba la ruta 27, y el mulato me conminó a que me montara en la guagua. La próxima parada de esta ruta era a un costado del cuartel que tiene la policía motorizada en la intersección de las calles de Cuba y Chacón.

Cuando nos quedamos solos a un costado del cuartel policiaco el agente vestido de civil quiso que le explicara en qué consistía el argumento contrarrevolucionario que yo esgrimía. Inmediatamente comprendí que aquel policía me quería joder. Entonces le manifesté que yo era un intelectual y la discusión que había escuchado era propia de la sutileza de dos revolucionarios; que yo era amigo personal de Nicolás Guillén; que había participado en campañas internacionalistas en Africa, y que si el procedía a formar lío donde nada había ocurrido, yo tenía un familiar que era un oficial del DSE; que lo pensara bien.

- Ese carnecito que tú tienes, lo puedes perder hoy mismo -le dije.

El policía, a pesar de su tez mulata, palideció. Yo estaba más asustado que él. Y sólo recuerdo que aquella fuerza y convicción para mentir y crecerme fue como un espíritu de guerra que se apoderó de mí. Años después, cuando recuerdo este incidente, pienso qué actor ha perdido el cine.

A continuación el policía me pidió excusas por haber malentendido una conversación entre intelectuales. Yo pienso que las mentiras que me atreví a decirle eran tan grandes que el policía no se atrevió a ponerlas en duda. También pienso que si no me la hubiera "jugado al canelo", aquella historia habría terminado en un tribunal de la Seguridad del Estado, donde me habrían acusado de "propaganda enemiga según el artículo 108, único de la Sección Quinta, de esa denominación, que dice:

1. Incurre en sanción de privación de libertad de uno a ocho años el que:

a) incite contra el orden social, la solidaridad internacional o el Estado socialista, mediante la propaganda oral o escrita o en cualquier otra forma;

b) confeccione, distribuya o posea propaganda del carácter mencionado en el inciso anterior" *.

Recientemente visité a mi amiga Osvelia de la Caridad y Capetillo, que en estos momentos se encuentra retirada después de haberle entregado 30 años de su vida a las bibliotecas públicas de la capital, y cuando le pregunté por el profesor Callé comenzó a reírse, y me explicó que el profesor Callé se encuentra en estos momentos trabajando en el manicomio de La Habana (antiguo Mazorra) dándole clases de Historia del Arte y la Literatura a los pacientes que están recluidos allí.

Sé que esta historia muchos lectores pensarán que es una invención mía para que el mundo condene al gobierno de Cuba como uno de los principales violadores de los Derechos Humanos en este mundo. Pero es la realidad de mi país. Realidad que muchas veces supera a la ficción.

Muchas veces me he preguntado a dónde habríamos ido a parar los cubanos si el Muro de Berlín no se hubiera derrumbado.

* (Tomado del libro "Los delitos en especie", por José A. Grillo Longoria, tomo I, Impreso por el combinado Poligráfico de Guantánamo "Juan Marinello" en el mes de diciembre de 1983 "Ano del XXX Aniversario del Moncada")


Ramón Díaz-Marzo es el autor de la novela "Cartas a Leandro", publicada por CubaNet.

Lea fragmentos de la novela.


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