A paso de
bastón: derrumbes y aparcamientos
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, abril (www.cubanet.org) - Cuando el 16 de abril el gobierno de
Fidel Castro celebre el cuadragésimo primer aniversario de la proclamación
del carácter socialista de la revolución cubana, puede que se
produzca una de esas conmemoraciones típicas de Cuba, al tiempo que su
gobierno es sentado en el banquillo de los acusados de la Comisión de
Derechos Humanos de la ONU.
Entretanto, la ciudad donde se proclamó un socialismo que hasta los
fundadores del marxismo mirarían con enarcada ceja ha pasado por cuarenta
y un años de decadencia que su creciente dolarización no alcanza a
ocultar. La Habana, llamada Ciudad de las Columnas por el novelista Alejo
Carpentier, dicen que fue nombrada por su colega José Lezama Lima Ciudad
de las Muletas, en atención a las numerosas vigas de madera que ya en los
70 del siglo pasado soportaban muchos de los edificios capitalinos, por dentro y
por fuera. Ahora, a juzgar por lo público y conocido, bien pudiera
denominársele Ciudad de los Derrumbes.
El tránsito entre columnas, muletas, derrumbes parece una buena
imagen para describir lo que ha sucedido realmente con la capital de Cuba tras
cuarenta años de gobierno de Castro, incluida la trágica anécdota
de una pareja de amantes que se introdujo en un edificio abandonado por
inseguro. Querían hacer el amor más o menos en tiempos del cólera,
pero la desgracia los sorprendió. Sus cuerpos desnudos fueron rescatados
de entre las ruinas, y aún hay quien se pregunta si la muerte de ambos
fue casualidad o pacto suicida.
Tragedia y sainete van de la mano. El caso de los amantes cuyo orgasmo
provocó un derrumbe puede sumarse a una de las nuevas paradojas
habaneras, nada menos que la conversión de los lugares donde hubo el
correspondiente desplome en un sitio de aparcamientos de autos y motocicletas.
Sencillamente, la montaña de escombros es retirada, el lugar más o
menos aplanado y al poco tiempo ya se ve un número de vehículos
bajo la mirada atenta de custodios improvisados, quienes ejercen el oficio por
una suma acordada entre los interesados, o determinada por una autoridad.
Por lo general, estos lugares carecen de mínimas condiciones. Se
trata de espacios abiertos donde la presencia de un vigilante pagado deviene la
garantía de que el vehículo no será robado en todo o en
parte, y que en el caso del municipio Centro Habana introduce una curiosidad,
pues dos de esos aparcamientos improvisados se ubican en lugares ocupados
antiguamente por la sede de dos diarios que existieron por los lejanos tiempos
de la libertad de expresión de la constitución de 1940: Noticias
de Hoy y La Calle.
No sólo la conversión de los sitios de derrumbes en lugares de
aparcamiento parece así la denuncia de una libertad de expresión
prisionera. Si se requiere de una determinada vigilancia de los equipos, al
punto de dueños decididos a pagar por ella, al menos se acepta implícitamente
la existencia de la inseguridad ciudadana.
¿Cómo considerar fidedigna la versión oficial de que
disminuyó el delito en la capital de Cuba, cuando no sólo los
derrumbes devienen en aparcamientos pagados sino que incluso ha surgido, en
numerosas calles de La Habana, esa versión del vigilante nocturno
remunerado por la ciudadanía? Años atrás nada de esto
existió. Los dueños o tenentes de carros los aparcaban en la
calle... y a dormir.
Son datos, mínimos datos informadores de una realidad. Entretanto, el
vecino de la esquina llena un termo con café. Es custodio de un
aparcamiento.
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