Lista de
espera
Lucas Garve, CPI
LA HABANA, abril (www.cubanet.org) - Un salón de lista de espera es
una tierra de nadie donde el destino de los asistentes pende de una decisión
u oportunidad capital. En conjunto, la isla de Cuba reúne ciertamente
características propias de una instalación tal.
Evidentemente, aquí existe en cada ciudad o pueblo, en una estación
de ómnibus o de ferrocarril, un espacio apropiado para conjugar el verbo "esperar"
en todas las personas correspondientes. No hay dudas que es la significación
del conjunto nominal "Lista de Espera".
Mas en la práctica pudiéramos extender la significación
(parece que las significaciones se estiran o encogen a conveniencia) a cualquier
acto de esperar realizado en un espacio relativo. Circunstancia bastante usual
en las zonas habitadas del archipiélago cubano.
¿Quién no espera algo aquí? Sí, todos esperamos
algo. Lo único que hace falta es que el altavoz de la vida nos anuncie la
posibilidad de echar a andar hacia nuestro destino.
Las expectativas de la espera varían según el nivel de
esperanza de estos mortales identificables como cubanos.
Hay quien espera la carne (¿...?), sí, que llegue carne de res a
la venta en la carnicería (algo rayano en la utopía). También
están lo que esperan que mejore la calidad del pan, con una obstinación
similar a la de los buscadores del Arca Perdida. Además, están los
que esperan por las papas limpias en el puesto de viandas, la leche o el yogur
de soja con sabor de fresa en el punto de leche. La señora de la tercera
edad que espera, esperanzada, por los cristales de espejuelos, tan gruesos como
el fondo de una botella de cognac, para no confundir más el cereal
lacteado (el cerelac de marras) con una mezcla de arena desalinizada. Los
empleados de cualquier empleo que junto a la parada esperan un transporte para
llegar a su puesto laboral todas las mañanas. Las jóvenes beldades
que esperan en cada esquina, con esa insolente despreocupación de la
juventud, tropezar con la suerte del amor detrás del volante de un auto
de turismo.
Están los viejitos de la cola del periódico que creen esperar
el diario matutino, sin saber que esperan el aviso irreprochable de la partida
definitiva, y hasta una mujer que, con su tarjeta de "desabastecimiento"
en la mano derecha y con el brazo izquierdo sosteniendo a su recién
nacido, espera inscribirlo en cualquier inefable OFICODA (oficina estatal a
cargo de la libreta de racionamiento) de cualquier zona del país (Dante
no conoció de estas oficinas, porque si no...), al mismo tiempo que un "irreductible-de-esos-de-por-ahí"
espera el día ¡en que se acabe la tarjeta! Sin contar con el padre o
la madre de familia que esperan la llegada del cartero con un sobre amarillo
para él o ella y que, quizás, contenga el anuncio del fin de la
desesperación por emigrar rumbo norte.
Así de interminable es la espera, en la espera de "que esto
cambie algún día, porque no hay mal que dure cien años...
ni embargo que se resista". Sin embargo, entre tanta espera y desesperos,
pudiera creerme, ya hay incluso quien no espera nada. Y en un estado de "insoportable
levedad" busca aplomo en un pomo de ron clase C en cualquier esquina de
cualquier parque. Pues ya se cansó de esperar que levanten el embargo y
todas las consecuencias y trastornos añadidos adjudicados cual chivo
expiatorio. Ahora entonces, podría ciertamente oponerme la desesperanza
de las expectativas citadas pero, en realidad, usted, ¿qué espera?
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