La pluma de
Cervantes
Ramón Díaz-Marzo
HABANA VIEJA, abril (www.cubanet.org) - En el actual mapa turístico
de Ciudad de La Habana el área verde comprendida entre las calles
Empedrado, Aguiar, Habana, y San Juan de Dios, se señala como un parque
con el nombre de San Juan de Dios. Pero el visitante que llega a este parque no
verá por ningún lado a San Juan de Dios, sino un monumento al
inmortal escritor don Miguel de Cervantes y Saavedra.
Uno puede vivir en una ciudad durante toda una vida y no conocerla. Siempre
creí que ese parque era el de Cervantes; así lo pensaba y hablaba
cuando me refería a el.
Día y noche he cruzado este trozo de área verde en el centro
de la Habana Vieja, lo mismo para ir al policlínico "Tomás
Romay", bajar por Empedrado hasta la Plaza de la Catedral, o sentarme los
domingos a la caída de la tarde a recordar a los amigos desaparecidos.
La luz del sol de Cuba aplana el relieve de las cosas y uno se convierte en
un ciego caminando entre las tinieblas que provoca tanta luz. ¿Cuántas
veces he cruzado ante este monumento sin percatarme de un detalle fundamental
para este insigne escritor? Señoras y señores, ¡a la mano
derecha de Cervantes le falta la pluma!
Ayer, a media mañana, me senté en uno de los bancos de hierro
que rodean la rotonda donde se alza el pedestal sobre el cual permanece un diván
de tijera con brazo y respaldo. Del diván sobresale una capa y sentado
sobre ella está Cervantes sosteniendo con su mano izquierda un pergamino.
Sin embargo, su cabeza ladeada, tiene los ojos detenidos en el vacío que
ha quedado en la cuenca de su mano derecha. La ausencia de una pluma de mármol,
para el ilustre español, con las medias que le llegan más allá
de la rodilla, desde donde sigue un traje de calzón corto y jubón
de hombreras abultadas y gorguera en el cuello, es evidente.
Indagando, me enteré de que los niños del barrio se trepan al
monumento, y para llegar hasta lo más alto, tienen que utilizar la pluma
de Cervantes como una palanca de ayuda. En los últimos tres años
esa pluma de mármol ha sido partida dos veces.
Hace 30 años una cerca de dos metros de altura protegía al
creador del caballero de la triste figura. En los primeros años de la década
de 1970 le quitaron la cerca y eso fue un error. Los niños, desde
siempre, impulsados por una pasión misteriosa, han sido profanadores de
estatuas y monumentos.
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