Recordando a
Varona
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, abril (www.cubanet.org) - Debería ser el próximo 14
de abril un día de fiesta para los docentes cubanos, porque en un día
como ése pero de 1849 vino a la luz un compatriota cuya impronta como
educador es de magnitud tal, que la principal universidad pedagógica del
país lleva su nombre. Me refiero a Enrique José Varona, calificado
por muchos como maestro de maestros.
Thomas Mann, autor de esa cumbre literaria que es La Montaña Mágica,
escribió en una de sus novelas que "si no es posible entender lo
nuevo y lo joven sin estar impregnado de tradición, de igual modo será
estéril el amor por lo antiguo, si excluye la comprensión de lo
nuevo que de lo antiguo ha surgido por histórica necesidad".
Sólo así, al modo apuntado de Mann, es posible el acercamiento
objetivo, el recuerdo y el homenaje a figura de la educación cubana como
Enrique José Varona. De lo antiguo surge, si al buscar en lo profundo de
la pedagogía de Cuba se nombra como sus raíces a Félix
Varela, José de la Luz y Caballero y Rafael de Mendive, este último
el maestro inolvidable de José Martí. Varona y Martí están
separados en sus nacimientos por sólo cuatro años. Son (y de ellos
siempre ha de escribirse en presente) hombres de una misma generación.
Camagüeyano de origen, el diccionario enciclopédico UTEHA. Edición
de 1953, le describe a veinte años de su muerte como "patriota,
pensador, poeta y escritor cubano", y expresa que su personalidad de
relieve continental, y su ideario, influyeron de manera sensible en toda América.
Varona se distinguió como un combatiente tenaz contra el despotismo de la
metrópoli española, y aunque fue elegido diputado a Cortes en
1884, las convicciones independentistas se adueñaron de él hasta
hacerle el redactor en 1895 del Manifiesto del Partido Revolucionario Cubano
Cuba contra España. Este hecho, sólo este hecho, ya dice de cuán
profundas relaciones existieron entre José Martí y Enrique José
Varona.
Paradojas, curiosas paradojas: este hombre, que puso su pluma al servicio de
la independencia y la libertad de Cuba, no vaciló en desempeñar el
cargo de Secretario de Instrucción Pública y de Hacienda durante
la primera intervención estadounidense en Cuba, dato suficientemente
ilustrativo de que Varona, en su arista pedagógica, es nada menos que el
fundador de la escuela pública cubana tal y como se la concibió y
aún se la concibe, no obstante las desviaciones ideologizantes
introducidas en ella por la política educacional del gobierno de Fidel
Castro. Varona fue positivista, ello nos dice que fue partidario a ultranza de
la libertad de cátedra, de la libertad en la enseñanza bajo
ciertas regulaciones estatales imprescindibles, en fin, de todo aquello que hoy
el poder de Cuba rechaza en materia de instrucción pública, y es
reivindicado desde distintos ángulos por el movimiento cubano por los
derechos humanos.
De ahí, exactamente de ahí, se desprende hasta dónde ha
llegado la inversión de valores en la Cuba de Fidel Castro, al señalar
la prensa oficiosa como supuestos traidores a quienes han salido en defensa, a
todo riesgo, de lo que verdaderamente puede ser identificado como el modo cubano
de hacer Pedagogía.
La Historia, la magnífica Historia, revela al lector neófito
el intríngulis del asunto al explorar en personalidades como la de
Enrique José Varona, un hombre que siendo partidario de la libertad a
secas, incluida la de cátedra, fue al mismo tiempo el brillante
organizador de un sistema de instrucción pública concebido en términos
de "educación para todos".
Varona, aún en las difíciles circunstancias en que debió
hacerlo, demostró (y ahí están los resultados recogidos por
los historiadores cubanos) que la libertad y la justicia son posibles, que el
sueño es más cercano que los espejismos a los cuales el gobierno
de Fidel Castro quiere obligar a mirar, bajo el pretexto de que sólo en
sistema como el impuesto en Cuba es posible garantizar esos elementales derechos
humanos.
Varona, su magna obra y ejemplo de civismo lo demuestran. Por ello, vale
recordarlo exactamente en la fecha de su nacimiento, no en la de su muerte,
porque está vivo.
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