Ramon Ferreira /
El Nuevo Herald,
abril 10, 2002.
En Puerto Rico, cuando alguien desea expresar su aprecio por Cuba, cita la
poesía de Lo1a Tió que la define como la otra ala de su is1ita. ("Cuba,
de un pájaro las dos alas''), metáfora tal vez desproporcionada en
cuanto al aspecto físico del ave, pero profunda en lo que se refiere a
las aspiraciones democráticas de ambos países.
Eran tiempos cuando los dos países compartían los intrincados
laberintos en busca de esa democracia, libres de volar tan alto como fuera
necesario para a1canzar1a. Si en Puerto Rico estas aspiraciones siguen
enraizadas, en Cuba fueron desarraigadas por la voracidad de un buitre comunista
con sus propias alas.
En cierto modo, la relación entre ambos países fue muy fructífera
para la cultura musical del Caribe. La Habana fue el nido desde donde volaron al
éxito muchos artistas puertorriqueños que más tarde se
consagraron en los escenarios internacionales: Rafael Hernández, Daniel
Santos, Bobby Capó, Myrta Silva y muchos otros.
No existían diferencias ideológicas, raciales o culturales. Se
iba y venía a conveniencia. Se llevaba o se traía solamente el
equipaje de las aspiraciones personales. Se hacían amistades de tú
a tú. Se celebraban elecciones para seguir buscando la perfección.
Solamente se rivalizaba en los deportes, en la arena donde gana el
individuo. Sí, las alas eran de tamaño distinto, pero los ideales
eran comunes, con una dimensión universal. Además, se inventaban
canciones para expresarlos. Se cantaba.
Hoy día, el pájaro se quedó volando con su ala más
pequeña.
La que usurpó Fidel para que lo llevara a su turbio destino lo
convirtió en buitre insaciable que demanda un sí a todo, donde no
se compite, se gana en todo y no se usa el voto porque basta con levantar la
mano para aprobarlo todo. Se vuela alrededor del gran buitre y se le aplauden
sus graznidos.
El buitre fidelista ya se devoró su prole. El nido sigue repleto de
pichones, pero ninguno muestra alas que lo puedan llevar muy lejos del nido. No
se escuchan canciones, sino aplausos. Se oyen solamente rumores de que se
acercan tiempos peores, de inseguridad en el nido, de la necesidad de buscar más
paja para acomodar a los que ni siquiera lo tienen. Peor aún, Bush anda
cazando terroristas.
Si los cohetes atómicos de Rusia no pudieron propulsarlos, tal vez
otro gran buitre amigo los ayudaría. Y a Venezuela se fue el gran buitre
a intentar pareja con otro pájaro de la misma pinta, donde un presidente
llamado Hugo Chávez antes fue un golpista militar y ahora aspira al mismo
intento. Hugo Chávez dejó el Hugo en el cuartel, como Fidel dejó
el Castro. Ahora Fidel y Chávez a secas bastan para gobernar a secas. No
se necesita firmar nada porque se decreta desde el cuartel. Chávez cuenta
con unas fuerzas armadas profesionales, con sus propias jerarquías y
dignidad de clase. Fidel con sus guerrillas y con Raúl como único
buitre en ciernes.
Sus soldados son guerrilleros disfrazados de militares, dispuestos a
obedecer órdenes de donde vengan, con tal de seguir en la pandilla. Chávez
fracasó como militar golpista y desde la presidencia intenta evitar que
le apliquen el sistema, convirtiendo el palacio en un cuartel y a los militares
en guardia de su tiranía. Pero el pueblo de Venezuela ya le negó
esa autoridad y los militares quieren conservar la suya.
El ejemplo del gran buitre debiera alertar sobre el fin de tales ambiciones.
Nada queda del barbudo arrogante y amenazador; solamente canas seniles y
lamentos de quien trata de ser pájaro siendo buitre. Su cambio de pluma
no convence a quienes desean conservar sus propios intereses. Latinoamérica
se repone del sarampión comunista y se vacuna contra posibles nuevos
brotes. Y Chávez intentará aferrarse al último eslabón
ardiente de la democracia para evitar el fin que confronta Fidel. México
se lo ha dejado saber a ambos a través de Fidel, sacándolo de la
Cumbre de Monterrey de un modo clandestino y humillante, como si se tratara de
un polizón, y dándole a entender que desea cambiar su amistad de
vecino tramposo que exporta baratijas y no paga, por otra que en vez de dulces
en las nubes pone en la mesa los alimentos cotidianos. En fin, sentimientos
materiales compartidos.
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