No le digan
abusador
Tania Díaz Castro
LA HABANA, abril (www.cubanet.org) - Por los años cuarenta del siglo
pasado, en Camajuaní (pueblo de la provincia Villa Clara donde nací)
vivía un hombre de apellido Morejón, a quien cuando salía a
la calle le gritaban abusador.
Maldecía entonces y apuraba el paso con miedo como si de algún
lugar oculto una mano fuera a lanzarle una piedra. Al llegar a su casa, situada
en la calle Unión, tenía un humor de los mil demonios. Indignado,
narraba a su hija mayor la ofensa recibida y más tarde descargaba su
rabia contra sus hijos menores, a quienes para golpearlos utilizaba un viejo
cinto de cuero con hebilla de metal que siempre colgaba de un clavo en la pared
de la cocina.
En una ocasión, bien lo recuerdo porque todo lo escuchaba del otro
lado de la pared, donde vivía mi abuela materna, la hebilla del cinto fue
a dar contra el rostro de Teresa, su hija de 12 ó 13 años de edad,
quien tuvo la cicatriz siempre en la mejilla derecha.
Los escándalos en aquella casa eran casi a diario. Cuando Morejón
murió, que por suerte no pasó de los cincuenta, fue su hija mayor
quien usaba el cinto contra sus hermanos menores, dañados en su
personalidad para siempre.
A cada rato me encuentro con el hermano varón por las calles de
Centro Habana vendiendo cualquier objeto que encuentra en la basura, caminando
con la vista baja como si no quisiera ver lo que ocurre a cada lado de su vida.
En alguna ocasión, ahora lo confieso, le grité abusador al
viejo Morejón desde el fondo del patio de mi abuela. Pero no era
suficiente. Creo que hasta se ponía peor. Había implantado un
sistema de vida para sus hijos, y él lo veía como la cosa más
natural del mundo. No se sentía culpable de nada o, por lo menos, no quería
admitir su culpabilidad.
Hoy este personaje siniestro me recuerda al régimen político
de la Cuba donde vivo, un régimen totalitario que viola los derechos
humanos del pueblo en general.
Pero al régimen cubano, como a Morejón, no le gusta que le
griten abusador desde lejos. Mucho menos de cerca. Quienes se han atrevido
guardan una cicatriz en la mejilla derecha, igual que Teresa.
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