Belkis Cuza Malé. Septiembre 27, 2001.
El Nuevo Herald
Hablar de Heberto Padilla como de alguien que ya no está, es tarea
dolorosa y casi espiritual. Abro un libro cualquiera de los estantes de mi
biblioteca, y como cábala que me gustaría descifrar encuentro un
par de números en la primera hoja. Han sido dejados ahí por el
propio Heberto, aunque en vida suya nunca lo advertí. Sólo ahora,
que ya no está. Y qué misterio encierran esas cifras, parcas,
silenciosas, disputándose apenas un lugar en el espacio inmemorial. Son
sus mensajes, sus claves para entenderlo, para que pueda yo seguir comunicándome
con él. Entonces voy a la página señalada y aparece el párrafo
marcado, esas líneas que le llamaron la atención, que quiere
preservar, tener a mano para alguna posible cita.
Puedo volver a vivir todos esos años, con sólo revisar sus
papeles, sus anotaciones aquí y allá, algún que otro
dibujito de su mano, números de teléfono, recados, cosas dejadas
por hacer. Con letra grande y casi ilegible garabateaba esos apuntes para él
mismo. Era, como ven, un hombre apegado a la espontaneidad.
Recuerdo los tiempos habaneros en que tenía fama de memorioso, de
saber varios idiomas, de conocer al dedillo a los poetas más increíbles
y recitarlos de un tirón, de modo que yo también llegaba a aprendérmelos.
Recuerdo su pasión por ciertos poetas modernos de lengua inglesa, y cómo
me enseñó a despojarme en mi propia poesía de la retórica
al uso, y a ver el mundo a través de un objeto, de un límpido
paisaje, como si en el platillo del gato, por ejemplo, estuvieran resumidos
todos los ecos del mundo.
Recuerdo su rechazo a que lo consideraran un intelectual, y su pasión
por la gente sencilla, de la calle, con la que en los peores tiempos de la "ley
seca'' cubana --Chiquitico el bodeguero del barrio; Sammy Bayer, el antiguo
caddy, y hasta el ronco Manila-- compartía un vaso de ron y tratados de
filosofía popular, que él disfrutaba como nadie. Porque un
carpintero, decía, tenía una
conversación más auténtica que un poeta.
En la Cuba castrista, como sugiere su poema En tiempos difíciles, se
aspiraba y aspira a que todos se conviertan en delatores --a que entreguen la
lengua--, y creo que el haber intentado castigar a Heberto, forzándolo a
una autocrítica como aquélla, era un acto de premeditada venganza
y alevosía contra un hombre que tenía por hábito el
ejercicio libre de la verdad. Y aún después de muerto, el tirano
de Cuba sigue moviendo a sus agentes de acá para calumniarlo, acusando al
poeta de delatar a sus amigos, e incluso a mí, en un vano intento por
sembrar la duda en quienes no vivieron esos años ni tuvieron acceso a
ninguna fuente directa de información no gubernamental, o a los menos
cultos en represalias y procesos escabrosos de la historia.
Esa misma Historia con H mayúscula, que según los marxistas,
es como un enorme martillo que va a golpearnos en la cabeza a todos y cada uno
de nosotros, de no quitarnos a tiempo de su camino. Sin duda fue la vida quien
nos dio la mejor definición: "Durante mucho tiempo me preguntabas /
qué cosa era la Historia. / Yo fracasaba, te daba definiciones /
imprecisas''.
Ha transcurrido un año desde su desaparición, pero a ratos me
pregunto si ahora que se ha despojado de esa profunda depresión que lo
acompañó toda su vida como un impermeable, de esa suerte de
melancolía enmascarada con el más brillante de los sarcasmos,
podremos encontrar al verdadero Heberto Padilla, no como a "un nudo en la
madera de sus contemporáneos'', como se pensó a sí mismo,
pensando en Wellington, sino con la alegría del "último
espejismo que ya ha curado el sol''. El sol de Cuba.
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