A paso de
bastón: el tiempo ajeno
Manuel David Orrio, CPI / CubaNet
LA HABANA, septiembre - Cualquiera diría que se trata de una
emergencia nacional, a juzgar por el modo autoritario con que tocan a las
puertas y exigen hacer su trabajo, que implica la total interrupción de
la vida privada. Parejas han visto frustrado el orgasmo, y algunos estreñidos
declaran que les hicieron perder la oportunidad del alivio.
Desde luego, no intentan imitar a las hordas de Genhis Khan, pero se le
parecen bastante. Son jóvenes, muchos de ellos visten uniforme de
recluta, y sienten que realizan una labor socialmente útil. Pero aparecen
a cualquier hora del día sin previo aviso, y viran patas arriba las
rutinas de las vecindades, obligadas a abandonar sus viviendas por treinta
minutos, a veces un día por cada semana para que los señores
fumigadores puedan librar la guerra contra el mosquito transmisor del dengue
hemorrágico, cuya evidente proliferación obliga a la higienización
constante.
Nadie está contra los fumigadores, pero todos maldicen la llegada
intempestiva de esos jóvenes mal educados que siempre interrumpen algo. Más
de uno se pregunta por qué no se puede avisar con cierta anticipación,
en país rebosante de las llamadas organizaciones de masas, "correas
de transmisión" de las orientaciones "de arriba".
Quien vive en Cuba sabe que se puede hacer. Pero no se hace, para así
lograr que lo beneficioso provoque el inevitable rechazo de la población.
Puede ocurrir que los fumigadores aparezcan en cualquier dependencia pública,
también sin previo aviso, e interrumpan el servicio a la población
hasta por una hora. Por supuesto, decenas de personas que hacen fila por tiempo
nada despreciable dirán pestes y horrores de los matadores de mosquitos,
que han devenido ejemplo paradigmático de hasta dónde ha calado en
la conciencia popular esta especie de irrespeto al tiempo ajeno. Se visita a los
amigos sin avisar, se molesta a quien trabaja en su domicilio, y no se vacila
tocar puertas medio pasado de tragos, sencillamente para "descargar".
Para colmo, hay quienes consideran su derecho hacerlo y hasta se enojan cuando
se les recuerda que no existe tal derecho.
Sin embargo, la más extendida forma del irrespeto al tiempo ajeno se
localiza en los medios de difusión masiva. Es todo un misterio la hora de
inicio de cualquier programa televisado, que puede retrasarse a consecuencia de
un discurso presidencial o porque el tema es "del mayor interés"
en las llamadas mesas redondas del gobierno de Fidel Castro, al parecer
incapaces de ceñirse al espacio determinado y, si acaso, continuar esa
materia "tan interesante" a la siguiente jornada. Puede hacerse, son
diarias.
No cabe la menor duda de que entre cubanos de la isla nos la pasamos robándonos
tiempo, lo que equivale a despilfarro. Por ello, desde el punto de vista de la
psicología social, me pregunto si con tales hábitos, promovidos
desde las prácticas del poder de Cuba, no se está estimulando el
decidido irrespeto al tiempo ajeno, lo que es, a mi modesto entender, la primera
forma de dar espacio al general irrespeto hacia el otro, y también hacia
la intolerancia con el otro.
Muy sutil, pero muy bien pensado. La causa lo justifica todo, hasta el
asalto a la privacidad por unos simples fumigadores. Por supuesto, en nombre de
la santa guerra contra los mosquitos del dengue. ¿Sólo eso nada más?
Entretanto, por todo ese robo de tiempo, Cuba parece varada en él.
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