El Nuevo Herald.
María Márquez. Septiembre 26, 2001.
La nación está de duelo. El luto se olfatea sin precedentes.
La gente se pregunta: ¿qué tienen los terroristas en la mente? Yo me
pregunto: ¿qué tienen los terroristas en el corazón? ¿Sentimientos?
¿Amor? ¿Familia? ¿Son sólo la crueldad, la rabia y la
impotencia sus caminos?
Fríamente analizados, ¿qué frutos han dado sus métodos,
aparte quizás de una satisfacción personal que no ha obtenido el éxito
de su meta final? Cuando se piensa, específicamente, en el mundo árabe
y se sigue a través de la historia su cultura, su sabiduría, su
sensibilidad, su mundo íntimo, los terroristas de hoy no parecen parte
del mismo. La Alhambra de Granada, la mezquita de Córdoba son sólo
algunos ejemplos de su arte y arquitectura. Sus jardines, aun hoy, poseen un
sistema de regadío, arbolado, cultivo de flores y plantas insuperables.
¿Por qué entonces este viraje hacia un odio y una destrucción
desconocidas en su esencia misma, que niega pasado y presente de una raza que
vive en paz y respeto con sus mezquitas y Alá? Tantos siglos de
admirables tradiciones y conquistas pueden perderse por una nefasta y equivocada
estrategia, a la que sus mismos protagonistas deben decir: ¡Basta ya!
¿Por qué las torres gemelas? ¿Por qué los inocentes
pasajeros de aviones? ¿Por qué los humildes empleados de limpieza? ¿Por
qué los transeúntes de la mañana? ¿Acaso entre ellos
mismos no habría simpatizantes de una causa que puede y debe defenderse
desde otra óptica?
¿Acaso no existen estrategas suficientes para manejar y ganar su
batalla sin sangre, dolor y lágrimas? Algunos hablan de impotencia.
Impaciencia. Como si las causas del mundo debieran regirse por un reloj. ¿Acaso
cuando Jesús fue enviado a la cruz en lugar del alborotador Barrabás,
se acabó Jesús?
Cuando un hombre entrega la vida por una causa, es respetable. Siempre y
cuando no se cobre, de paso, la vida de inocentes. Este hombre ante la
impotencia, el abandono o la incomprensión tiene dos caminos: la venganza
o la lucha suprema de la inteligencia. La primera no es el camino.
El hombre es alérgico muchas veces a escuchar la verdad, cuando
resulta especialmente dura o puede interferir sus proyectos personales. Pero la
verdad hay que decirla a todos: amigos, enemigos, indiferentes. Y hay el deber
sagrado de escucharla, atenderla, desechando temores. Todos los seres humanos
sienten miedo. Incluso los héroes. Lo que diferencia a un cobarde del héroe
es que este último decide superarlo.
Cuando Castro habla en Irán apuntando que Cuba y esa nación
pueden "poner de rodillas'' a Estados Unidos; cuando desfila frente a la
embajada estadounidense en La Habana, acompañado por descendientes de
Jomeini, él mismo se ha catalogado y nadie debe volver la cabeza para
engañarse.
Cuando el fallecido sha de Irán --sólido aliado de Estados
Unidos en el mundo árabe-- fue arrancado de su pueblo y su patria por el
presidente de turno en la nación, y posteriormente sometido a acciones
que nunca han sido explicadas, sustituyéndolo por el ayatollah Jomeini,
se estaba dando un rudo golpe a la democracia y a los aliados. Quizás algún
día se analicen las extrañas circunstancias y los desconocidos
motivos que colocaron un escalón más en la carrera del terrorismo
mundial y abrieron una brecha silenciosa entre otros aliados.
La vieja política de intentar convencer al enemigo es suicida. Porque
los enemigos siguen aprovechándose de la máxima leninista de
ahorcar a los hombres libres con la larga soga de la ingenuidad que les vendan.
Los desafíos están en el ambiente. Es hora de aprender de los
errores. No repetirlos. Es hora de que ciertos pueblos árabes recuperen
su admirable pasado y con firmeza de acero sustituyan la violencia con el
pensamiento. Es hora para todos de razón, sin expresiones alambicadas o
hipocresía. Hora de marchar hacia adelante. Si el universo lo creó
Dios en libertad y paz --sin diferencias--, ¿por qué debemos ser tan
arrogantes y osados al confrontarlo?
Periodista y ex presa política cubana, es presidenta de la
organización Mujeres Luchadoras por la Democracia.
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