A paso de
bastón: un paseo por Bellas Artes
Manuel David Orrio, CPI / CubaNet
LA HABANA, septiembre - No cabe la menor duda de que el gobierno de Fidel
Castro apostó a fondo. La excelente restauración y ampliación
del Museo Nacional de Bellas Artes ha traído a La Habana la moda por las
artes plásticas. A inicios de septiembre los dos edificios con que cuenta
para exhibiciones ya habían acumulado unos 45 mil visitantes, desde su
reinauguración el pasado 19 de julio, aunque es de esperar la disminución
natural a partir de ahora, pues ese número fue influido por las
vacaciones agostinas. Habrá que ver en los próximos meses en cuántos
visitantes se estabiliza.
El paseante que disponga de tiempo concluirá que en realidad existen
tres museos, pues la restauración del edificio donde antes radicó
el Centro Asturiano y en los 90 el Tribunal Supremo, que ahora contiene la
exposición de arte mundial, devino en sí misma valor museable al
redescubrirse la excelencia arquitectónica del lugar. Se ha dicho que los
arquitectos cubanos del período en que pudieron serlo dejaron a la
posteridad verdaderas maravillas. El antiguo Centro Asturiano, que hoy sirve a
las artes plásticas, es una de ellas.
Por su lado, no quedó atrás la restauración de lo que
en su tiempo se llamó Palacio de Bellas Artes, dedicado al arte cubano.
Un contraste sirve a los propósitos estéticos, así, pues si
el neoclásico Centro Asturiano se concentra en el arte mundial hasta
fines del siglo XIX y principios del XX, lo logrado en el Palacio de Bellas
Artes complementa el sentido de modernidad, intrínseco en la plástica
isleña.
Del arte mundial se exhiben desde muestras egipcias y etruscas -momia
incluida- hasta la serie de grandes maestros del grabado entre los que destacan
originales de Goya, Durero y Toulouse Lautreac, aunque la sección
universal más bien dispone de obras de segunda fila. Lo más
representativo de Holanda es un Van Dyck. España se encuentra bien
presente en las colecciones de Zuloaga, Madrazo y Sorolla, obras rodeadas de
historias de ventas "por la izquierda". Toque ahora, a los
especialistas, dilucidar las verdades.
La sección dedicada al arte cubano parece la más gustada y
visitada, no precisamente por extranjeros, uno de los datos novedosos. Contiene
una antología respetable de pintura, escultura y grabado, aunque un
conocedor de la plástica isleña tendría sus opiniones. Si
bien es cierto que pinturas premonitorias de la actualidad cubana -los
sesentinos de Antonia Eiriz, por ejemplo- están en lugar siempre
merecido, también lo es que en el área dedicada a la plástica
de los 90 falta un óleo de referencia obligada como es "El gran apagón"
de Pedro Oliva, considerado por unos cuantos el Guernica del llamado período
especial. Pude observar como al parecer retirado "Mi jaula", ejercicio
de Alexis Leyva (Kcho) que data de 1991. Quedó un breve cartel, anuncio
de algo no visible, cual si la política se hubiera metido en la
azucarera, cantaría Carlos Varela.
José Bedia, por cierto, "está ahí", más
o menos de la mano con algunas anécdotas picantes que circulan entre los
pasillos y galerías. Se dice que se ocultan lunares y filtraciones, que
Fidel Castro ordenó elevar los precios de entrada en dos tercios de lo
inicialmente previsto y que prohibió emplear en reuniones del Partido
Comunista de la capital al excelente auditorium allí existente, como
antes se hacía. Ahora, sólo cultura.
Curiosidades, curiosidades. No me atrevería a decir que los
omnipresentes y a veces cargantes custodios cuentan con una formación en
artes plásticas que les permita ser un encanto. Tampoco, en dos tiendas
dedicadas a la venta de souvenirs, reproducciones magníficas de obras
renombradas o creaciones de artistas recientes, pude encontrar un verdadero
dominio del tema, aunque los precios sean en divisas. Identifiqué a pura
mirada una cerámica de Julia González, pero los tenderos hubieron
de acudir a los libros de inventarios para confirmar mi juicio. Muchos de los
asistentes con conocimiento de las artes plásticas se quejan de pocos
lugares donde sentarse. Y, en verdad, quien desee mirar con la calma del
conocedor encontrará fundamento en la queja. Me llamó la atención,
por cierto, que la "gitana tropical" de Víctor Manuel se pueda
ver tan cercana como para rozarla con el aliento, cuando en años
anteriores estaba prohibido acercarse a menos de un metro de ese emblema de la
plástica nacional. Algunos han dudado que se esté exponiendo el
original, lo apunto sin incluirme. Son detalles, pero detalles atendibles.
Un paseo por el restaurado Museo Nacional de Bellas Artes obliga a la "crítica
culturosa" de las ofertas gastronómicas, pues no por gusto Cuba es
país donde la gente persigue a la comida. Aceptables, sobre todo por el
aporte para las instituciones estatales, pues su menú se expresa en pesos
cubanos, pero oficialmente se aceptan dólares al cambio de la calle. Que
conozca, primera vez que el Estado adopta forma tan civilizada de abordar la
dualidad monetaria, por sí misma indicio de cómo la sociedad civil
ha logrado imponer una práctica, distintiva de los trabajadores por
cuenta propia. Enhorabuena, entonces.
La excelente restauración del Museo Nacional de Bellas Artes obliga a
ciertas consideraciones. En mi anterior artículo "Balance de una
cultura", difundido por CubaNet, apunté: "Algunos opinan que
los últimos años de la política cultural del gobierno de
Fidel Castro se distinguen por la promoción de un 'arte de vitrina',
destinado al consumo turístico, la propaganda política o el
disfrute de segmentos nacionales en capacidad de pagar", lo cual contrasta
con la impresionante caída durante los años 90 de la oferta
cultural disponible para el cubano de a pie. No existen elementos serios para
pensar en cambios esenciales a inicios de este milenio. Pero, justo admitirlo,
quizás el re-estrenado museo represente algo nuevo. El tiempo, el
implacable, lo dirá.
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