El que
trabaja no come
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro / CubaNet
LA HABANA, septiembre - Del desbalance entre los salarios y el costo de la
vida en Cuba se ha hablado, menos en los medios oficiales, en todas partes y con
abundancia.
De lo que sí, al parecer, nadie quiere hablar es de cómo se
las ingenia el cubano medio para sobrevivir. No es fácil explicar una
sobrevivencia que tiene visos de prodigio, de magia.
El salario medio, y esto se ha dicho varias veces, no sobrepasa los
doscientos veinte pesos. Y estamos hablando de pesos cubanos, no de dólares,
que son billeticos muy diferentes.
La canasta básica, suponiendo que lo asignado por la "libreta de
abastecimientos", pueda llamarse canasta básica, no significa
siquiera el treinta por ciento de la necesidad doméstica mensual, amén
de que hay productos que jamás son asignados por la libreta.
El cubano medio, con un salario insuficiente y una magra canasta básica,
sin embargo sobrevive. Algo hay ahí de extraño. Acerquémonos
al fenómeno.
Según el discurso oficial, dentro de la calidad de vida del cubano
hay que incluir la gratuidad de la enseñanza y la salud, lo cual
incrementa indudablemente el salario. Pero no sólo de escuelas gratis
vive el niño. Un par de zapatos para asistir a esa escuela no se baja de
diez dólares, y diez dólares significan doscientos veinte pesos. Y
no todos los meses se enferma un niño, pero cada cuatro meses sí
rompe un par de zapatos. Así que mal que bien hay que ampliar el salario
o el niño va descalzo a la escuela. Pero, ¿cómo ampliar el
salario?
De la socorrida remesa, y de la cual vive un alto por ciento de la población
cubana, no hablemos. De la manigüiti (el robo) es mejor soslayarla. Veamos
otros artilugios.
Tampoco tendremos en cuenta el trabajo por cuenta propia que, dicho sea de
paso, cada día se ve más asfixiado.
Del jineteo, que ha ido cediendo terreno frente a la persecución
policial, no haremos mención.
Del turismo internacional, que siempre deja su propinita boba, sería
redundante hablar, aunque una cifra no despreciable sobreviva a sus expensas.
¿Qué nos queda? Ah, la tarjeta magnética de estímulo
para empresas seleccionadas que brindan a sus trabajadores algunos fulitas cada
mes y las jabitas con productos de higiene personal que alivian en algo los
gastos hogareños.
De ahí para adelante, sálvese el que pueda. Y es cuando
empiezan los actos de magia. El que no fuma vende los cigarrillos que le asignan
por la libreta. El que no bebe café vende los paqueticos que le tocan en
la bodega. El chofer "botea" clandestinamente por las noches. De las
farmacias se volatilizan los medicamentos que luego son vendidos a sobreprecio
subrepticiamente. El limonero del patio se vuelve mercancía. Los
productos deficitarios o de moda son acaparados por coleros habituales que luego
los revenden a precios exagerados.
Sólo el pobre hombre, o mujer, disciplinado y laborioso que asiste
todos los días a su trabajo y cumple su jornada laboral completa, hace su
guardia obrera, paga su cuota sindical, asiste al trabajo voluntario, va a la
marcha del pueblo combatiente, no tiene tiempo para el cambalache y la magia
cotidiana de la sobrevivencia, y eleva en las asambleas de producción y
servicio, frente al Partido Comunista, el sindicato y demás
organizaciones políticas y de masa, su queja, justa y cierta, de que el
que trabaja no come porque éste se ha vuelto el país del invento.
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