Julia Martin. El Mundo.
España, septiembre 14, 2001.
MADRID.- El último programa que pone en escena el Ballet Nacional de
Cuba es un entretenido montaje que sirve de lucimiento para los personajes de la
comedia del arte, estrenado por Marius Petipa en 1900.
Pedro Consuegra, autor de esta versión cubana, estrenada en 1998,
hace una lectura fiel de la tradición: la ingenuidad del tema y la
brillantez de los ballets de Petipa, en una historia cómica en la que
otra vez, como en Coppelia o la Fille, el dinero se interpone en el amor. Arlequín
(un Rolando Sarabia de grandes cualidades, que se balancea entre fallos
estrepitosos de verticalidad y como partenaire, y espectaculares logros) se
enamora de Colombina, una Alihaydée Carreño madura y segura de sus
posibilidades, que domina la situación con encanto.
La estructura escénica, con los bailes de grupo y la mezcla de pas de
deux con variaciones de solistas, es fiel también a las reglas de Petipa,
que ya estaba en su última época. El esplendor total de la técnica
se perfila en este ballet con una lectura muy italiana de pasos, y unas
combinaciones de gran naturalismo dentro de la dinámica rápida y
exigente de los ejercicios de piernas (que podrían enlazarse con la
escuela danesa). Por todo ello, resulta una suerte, otra vez proporcionada por
los cubanos, poder contemplar una obra y unas caligrafías que no nos
llegan con facilidad.
Pierrette, amiga de Colombina, resultó ser el papel estrella, con
Hayna Gutiérrez, una bailarina de formas y de espíritu
extrovertido que une a su soltura y su fuerza de piernas y giro, una modulación
del movimiento especialmente viva.
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