El flamboyán
de enfrente de mi casa
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, septiembre - El flamboyán de enfrente de mi casa es un árbol
que desconoce la soledad. Siempre está concurrido. Jamás le falta
un grupo de jugadores de dominó, unos tertuliantes animados que discuten
sobre los temas más insospechados, una miríada de vendedores, una
pléyade de pensadores aburridos que aprovechan su follaje para matar el
tiempo que les sobra. A veces me pregunto de dónde sale tanta gente. De
la mañana a la noche, de lunes a domingo, de mes en mes, el árbol
es visitado constantemente. Es como si en el barrio nadie trabajara.
Intrigado por el suceso traté de observar en otros lugares a ver si
ocurría lo mismo. La sorpresa fue ingrata. El flamboyán de
enfrente de mi casa no tiene nada de particular, nada de excepcional. En
cualquier esquina de La Habana hay decenas de jugadores de dominó,
centenares de buscavidas vendiendo lo que sea, montones de transeúntes
desocupados, puñados de girovagantes que se dedican a nada, burujones de
chachareadores que arreglan y desarreglan el mundo a gritos y manotazos contra
el aire.
De dónde sale tanta gente, vuelvo a preguntarme. En Cuba, según
las fuentes oficiales, no existe el desempleo. Cada hombre, cada mujer, tiene
garantizado un puesto de trabajo donde ganarse lo que necesita para vivir. Y
entonces, ¿de dónde sale tanta gente que abarrota, a cualquier hora,
el transporte público, repleta las aceras, congestiona los mercados,
vocifera en las esquinas, se acoda en las barandas de los balcones a ver pasar
las horas?
La fuente empleadora más grande del país, el Estado, crea, según
la muela oficial también, anualmente miles de puestos de trabajo que son
ocupados por profesionales, técnicos, obreros calificados. Los egresados
de universidades, institutos politécnicos y escuelas especiales tienen
garantizado el empleo que les permite iniciar su vida laboral sin que la sombra
del desempleo los persiga. Pero hay algo que no funciona bien. La gente sigue
circulando por las calles cual si gozara de un año sabático o de
unas vacaciones interminables.
Pregunté a algunos conocedores y la respuesta siempre fue la misma.
El Estado, por razones políticas más que económicas,
inventa vacantes y sobresatura las empresas con empleados innecesarios. Como
resultado, el subempleo aumenta de año en año y se torna la causa
principal de tanto aglutinamiento, de tanto amotinamiento en las calles. Todo
centro cubano, ya de producción o de servicios, cuenta con un número
de empleados que sobrepasa sus necesidades y ello hace que la gente se sienta inútil,
irrespetada, y entonces sale a vagar.
No conforme, seguí indagando. Encontré otra razón: el
desempleo voluntario. Muchas personas, frente a la insuficiencia de los salarios
en relación con el costo de la vida, prefieren no emplearse en empresas
del Estado, e ingeniárselas para satisfacer sus necesidades por vías
propias. Otro grupo me confesó que aceptaba el empleo estatal como
solapa, escudo para otras actividades económicas que les permite la falta
de exigencia en cuanto asistencia y permanencia en el centro laboral.
Entonces pude explicarme por qué el flamboyán de enfrente de
mi casa siempre está tan concurrido.
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