CUBANET .INDEPENDIENTE

6 de septiembre, 2001


A paso de bastón: ¿civilidad, en Cuba?

Manuel David Orrio, CPI / CubaNet

LA HABANA septiembre - Si se entiende por civilidad el conjunto de normas, usos y costumbres que hacen de una sociedad el espacio donde se vive en plenitud y se dirimen los conflictos personales y sociales en términos positivos, habría de preguntarse si Cuba es país de tal cualidad.

Tratadistas diversos, dentro y fuera de la isla, han llamado la atención acerca de la crisis que hoy se observa en la práctica de lo civil entre cubanos, quienes parecen preferir los atajos de las soluciones individuales, pero al final insuficientes, para enfrentar aquellas circunstancias que al decir nacional le hacen la vida un yogourt.

Civilidad, a la cubana, debería significar la presencia de un espacio legal y comunicacional donde los conflictos sean ajustados a tenor de los ideales de la tradición judeocristiana sobre la cual se sustenta la identidad criolla, lo que obligaría a dotar al ciudadano de todos los medios lícitos para expresar quejas y agravios, y encontrar justicia pronta y plausible. León Tolstoi apuntó que no existe grandeza sin sencillez ni bondad, a mi entender clave para comprender la señalada crisis de civilidad isleña.

Punto de partida de esa crisis se encuentra en la organización política de la sociedad cubana, basada sobre una Constitución que, por excluyente, desconoce atributos elementales para la consagración de la sociabilidad. Cabe identificar en la misma al indignante artículo 63, que prohíbe hasta la oposición pacífica a las leyes, en escenario donde la inconstitucionalidad de muchas de éstas puede conducir a cualquiera tras las rejas, de sólo señalarlo. Por ahí puede comenzar a explicarse el origen de la crisis civil isleña, agravada por millones de arbitrariedades individuales. Si el poder de Cuba legisla contra su propia Constitución, y además reprime por oponerse pacíficamente a semejante injusticia, ¿cómo pedir al ciudadano que sienta seguridad de su circunstancia, o siquiera de las reglas establecidas en el país?

Me abstraigo con toda intención del hecho inobjetable: Cuba no es país de normas democráticas internacionalmente aceptadas. Me detengo solamente en el irrespeto estatal al texto constitucional, por cuanto es el mismo la prueba al canto de que la espada de Damocles acecha sobre todos, incluidos los vinculados al poder.

Cuando en un documento hecho público por presbíteros orientales cubanos, éstos se refirieron al llamado síndrome de indefensión aprendida para así calificar a una extendida conducta individual según la cual "nada puede hacerse" para cambiar el status quo en sentido positivo, olvidaron mencionar un recurso no desdeñable a la hora de lograr la reafirmación de esa conducta: el castigo a los leales, cuando acuden a las autoridades con demandas designables como "políticamente correctas", cual para hacer saber que los mediocres ganan.

¿Cómo opera este diabólico "mecanismo"? Sirva esta anécdota personal para ilustrarlo. En 1986 era Manuel David Orrio lo suficientemente castrista como para presidir un Comité de Defensa de la Revolución, lo que implicaba e implica una responsabilidad en oficios sociales como el de vacunar a los niños contra la poliomielitis, asunto para mí de elevada sensibilidad, dada mi condición de víctima de esa enfermedad.

Por errores puramente burocráticos, quedaron 13 niños sin vacunar en el barrio del Ensanche de La Habana, ninguno en el área bajo mi responsabilidad. Rápidamente, avisé al delegado del Poder Popular (concejal), quien como un rayo informó a las autoridades. La solución, simplísima: vacunar a los niños. Pero nada se hizo. Parece que en las estadísticas ya aparecían como inmunizados, y las metas anunciadas como cumplidas. Como sombras, cuatro casos de poliomielitis habidos en la Cuba de los 70, por insuficiente cobertura de inmunización, gritaban a voz de cuello.

Un mes más tarde los chicos seguían sin vacunar. Se avecinaba la asamblea de cuentas del concejal, y se sabía que él había hecho todo lo posible dentro de su jerarquía, por lo cual mis colegas de demarcación de los Comités de Defensa de la Revolución me comisionaron por unanimidad para exigir pública y civilmente, en esa asamblea, una depuración a fondo de responsabilidades. Así, creo que un día de septiembre, ante unos 500 electores, "explotó la bomba".

Días después los niños seguían sin ser inmunizados. Pero lo que pudiera llamarse una horda de doctores en medicina, funcionarios de la Dirección de Salud Pública del municipio Plaza de la Revolución, intentaban hacerme polvo en una reunión a puertas cerradas. Experiencia muy estimulante, porque me demostró la debilidad de aquellos siete burócratas enfrentados a un ciudadano. ¡Dios, cómo le temen a la libertad de expresión! Aquella pelea de perros terminó gracias a la intervención del doctor Pedro Pons, un hombre que les llamó al raciocinio y logró la vacunación de los niños. Por supuesto, no fue el final: el gobierno municipal debía dar explicaciones a "las alturas". La solución elegida para el informe de marras fue inculparme del error, e involucrar a la médica de familia destacada en el área bajo mi responsabilidad, ¡donde ningún niño quedó sin vacunar!

De más decirlo: "papeles subieron y bajaron", tengo entendido que el asunto llegó a las oficinas de Fidel Castro, y que uno de sus colaboradores realizó una investigación, la cual habría conducido a discretas destituciones. Como de paso, un matiz que me relató uno muy cercano a los hechos: entre los argumentos empleados contra mí, a mis espaldas, estuvo el de imputar a mis secuelas de poliomielitis el origen de un trastorno de personalidad, el que me había conducido a mi actitud denunciante. Aún me niego a creerlo, aunque mi actual experiencia mucho me informa de esa contracultura oficial, según la cual se desacredita al adversario cuando no hay cómo descalificar sus ideas. Llueve sobre mojado.

¿Cuántas anécdotas del tipo de la narrada se habrán producido en estos años? Obsérvese. No se trató de un acto opositor, sino de todo lo contrario, y de todos modos se actuó en la clara dirección de "castigar al leal". Me atrevo a apuntar que, desde entonces, tuve una premonición: en algún lugar de Cuba "mi expediente se iniciaba". Quizás, sin saberlo, comenzó por esos días mi camino rumbo al periodismo independiente, porque lo que sí aprendí de la experiencia es cuán cara y valiosa es la libertad de expresión. Por ello, valga la disgresión para una pregunta: ¿civilidad, en Cuba?


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