CUBANET .INDEPENDIENTE

6 de septiembre, 2001


Algunos de mis vecinos

Ramón Díaz-Marzo / CubaNet

LA HABANA, septiembre - Soy de los que piensan que las malas condiciones de vida, como base vivencial para un artista, en sus primeros tiempos, es lo mejor que le pueda ocurrir a un escritor. Pero algunos lectores coincidirán conmigo en que unas malas condiciones prolongadas tronchan al mejor de los talentos. Los que han tenido la desgracia de vivir toda su vida en condiciones extremas y, a pesar de su infortunio se salvaron como escritores, sospecho que no escribieron sus mejores obras.

De todos los grandes escritores que vivieron en pésimas condiciones y aun así escribieron sus obras literarias, al que más justifico (por su masoquismo) es a Dostoievski. Y estoy

convencido que el gran escritor ruso habría tenido que gastar una descomunal energía para escribir uno solo de sus profundos pensamientos en esta Habana Vieja, sucia y calenturienta. Por supuesto, muchos pensarán que, en el inclemente frío de San Petersburgo y las condiciones sociales de una Rusia supersticiosa y dogmática, donde el acto de escribir se convertía en una tarea poco menos que imposible, era peor que vivir en la Cuba calurosa de hoy. En todo caso, habría que revisar los dos infiernos que la Humanidad ha inventado: el infierno de fuego de Dante, y el infierno de hielo de los países escandinavos. De cualquier manera, los dos extremos son funestos para el acto creador.

Pero en el caso cubano habría que investigar por qué Cuba es un país de tantos poetas y pocos novelistas. Tal parece que las grandes novelas jamás se escriben con calor. En todo caso, las que existen se han escrito con frío natural o aire acondicionado.

Pero no pienso aburrirlos con especulaciones personales, sino hablarles un poco de mis circunstancias; lo que por ahora no significa que uno tenga el derecho de dictaminar dónde y por qué una buena novela se escribe o no se escribe.

No creo que ningún periodista o escritor trabaje bien bajo presiones indefinidas. Cierto que las presiones existen, pero objetivas. Pongamos por caso a un reportero cubriendo un

evento bélico. Los disparos suenan y por la dirección del viento uno puede calcular dónde están los fusileros. Las bombas estallan, pero uno quizás vio o escuchó el motor de los

aviones; y si son aviones silenciosos, queda el consuelo de ser testigos de los estragos de la explosión. En suma, todo está definido, y una guerra de nervios que tanto daño le hace a la concentración que se necesita para escribir, no existe. Y uno no es el ser que dentro de una habitación oscura y con una venda en los ojos tantea aquí y allá, sin saber dónde

está la puerta de entrada o salida.

Yo, como ustedes ya imaginan, escribo bajo presiones objetivas que a veces, desde que ingresé a las filas del periodismo independiente, son indefinidas, y los recursos que empleo para sobreponerme no voy a revelarlos aquí. Pero puedo adelantarles lo que me están haciendo en la puerta de mi habitación.

Durante toda la segunda quincena del pasado mes de agosto, día por día, han estado colocando jabas con basura doméstica en mi puerta. Esta acción la considero un acto de terrorismo capaz de hacerle perder los estribos al más experimentado jinete cuyo trabajo

es montarse en el caballo de las palabras cada semana bajo la mirada de un gobierno que no nos mira con buenos ojos. De manera que si algún creador: pintor, periodista, escritor,

músico, esta leyendo este texto, que imagine lo que significa tener que convivir en una favela brasileña donde las gentes que te rodean odian tu silencio, los buenos días o buenas noches que siempre otorgas cuando te cruzas con los vecinos.

E imaginen lo que significa vivir en un cuarto de mala muerte rodeado de vecinos que no comprenden (o comprenden muy bien) tu estilo de vida, y te odian y te envidian porque saben que no eres igual que ellos y, por lo mismo, no te respetan; y no te respetan por la cobarde conclusión de que saben que eres una individualidad solitaria enfrentándose a un poder descomunal que ellos son los primeros en temer. Porque la plebe sólo respeta a la Fuerza que pudiera provocarles la muerte o la prisión. Pero no respetan el Amor basado en el trabajo que sólo cuenta con la fuerza de las ideas justas.

Ahora recuerdo que cuando ingresé en las filas del periodismo independiente algunos amigos se me acercaron y me preguntaron si valía la pena arriesgarse por un pueblo que a lo largo de los últimos años ha dado muestras reiteradas de no estar preparado para ser libre. Y yo respondí que sí: vale la pena porque son como niños indefensos a los que hay que ayudar a recuperar su dignidad y libertad.

Antes de terminar quisiera compartir con ustedes el recuerdo de aquellas casas de vecindad en La Habana de antes del año 1959 con su limpieza, silencio, y observancia de buenos modales, que tenían un agarre tan cautivante, donde una habitación para soltero (tratárase de un hombre o mujer) para vivir, era más interesante que poseer un apartamento o casa independiente en las afueras de la ciudad.

De aquellos ciudadanos que sabían convivir entre vecinos quedan pocos. Los que no se marcharon de Cuba, ya están muertos. La mayoría de los vecinos que ahora conviven en lo que queda de aquellas casas de vecindad son nacidos después del año 1959, y bien podría calificárseles de generación perdida.

Ojalá que ocurra el milagro de la desintoxicación política en un pueblo que ha perdido la brújula de la civilidad o civilización, que es lo mismo. Y el alma enferma de algunas

personas no necesite estar descargando su basura en la puerta de mi casa o de cualquier otro vecino.


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