Algunos de
mis vecinos
Ramón Díaz-Marzo / CubaNet
LA HABANA, septiembre - Soy de los que piensan que las malas condiciones de
vida, como base vivencial para un artista, en sus primeros tiempos, es lo mejor
que le pueda ocurrir a un escritor. Pero algunos lectores coincidirán
conmigo en que unas malas condiciones prolongadas tronchan al mejor de los
talentos. Los que han tenido la desgracia de vivir toda su vida en condiciones
extremas y, a pesar de su infortunio se salvaron como escritores, sospecho que
no escribieron sus mejores obras.
De todos los grandes escritores que vivieron en pésimas condiciones y
aun así escribieron sus obras literarias, al que más justifico
(por su masoquismo) es a Dostoievski. Y estoy
convencido que el gran escritor ruso habría tenido que gastar una
descomunal energía para escribir uno solo de sus profundos pensamientos
en esta Habana Vieja, sucia y calenturienta. Por supuesto, muchos pensarán
que, en el inclemente frío de San Petersburgo y las condiciones sociales
de una Rusia supersticiosa y dogmática, donde el acto de escribir se
convertía en una tarea poco menos que imposible, era peor que vivir en la
Cuba calurosa de hoy. En todo caso, habría que revisar los dos infiernos
que la Humanidad ha inventado: el infierno de fuego de Dante, y el infierno de
hielo de los países escandinavos. De cualquier manera, los dos extremos
son funestos para el acto creador.
Pero en el caso cubano habría que investigar por qué Cuba es
un país de tantos poetas y pocos novelistas. Tal parece que las grandes
novelas jamás se escriben con calor. En todo caso, las que existen se han
escrito con frío natural o aire acondicionado.
Pero no pienso aburrirlos con especulaciones personales, sino hablarles un
poco de mis circunstancias; lo que por ahora no significa que uno tenga el
derecho de dictaminar dónde y por qué una buena novela se escribe
o no se escribe.
No creo que ningún periodista o escritor trabaje bien bajo presiones
indefinidas. Cierto que las presiones existen, pero objetivas. Pongamos por caso
a un reportero cubriendo un
evento bélico. Los disparos suenan y por la dirección del
viento uno puede calcular dónde están los fusileros. Las bombas
estallan, pero uno quizás vio o escuchó el motor de los
aviones; y si son aviones silenciosos, queda el consuelo de ser testigos de
los estragos de la explosión. En suma, todo está definido, y una
guerra de nervios que tanto daño le hace a la concentración que se
necesita para escribir, no existe. Y uno no es el ser que dentro de una habitación
oscura y con una venda en los ojos tantea aquí y allá, sin saber dónde
está la puerta de entrada o salida.
Yo, como ustedes ya imaginan, escribo bajo presiones objetivas que a veces,
desde que ingresé a las filas del periodismo independiente, son
indefinidas, y los recursos que empleo para sobreponerme no voy a revelarlos aquí.
Pero puedo adelantarles lo que me están haciendo en la puerta de mi
habitación.
Durante toda la segunda quincena del pasado mes de agosto, día por día,
han estado colocando jabas con basura doméstica en mi puerta. Esta acción
la considero un acto de terrorismo capaz de hacerle perder los estribos al más
experimentado jinete cuyo trabajo
es montarse en el caballo de las palabras cada semana bajo la mirada de un
gobierno que no nos mira con buenos ojos. De manera que si algún creador:
pintor, periodista, escritor,
músico, esta leyendo este texto, que imagine lo que significa tener
que convivir en una favela brasileña donde las gentes que te rodean odian
tu silencio, los buenos días o buenas noches que siempre otorgas cuando
te cruzas con los vecinos.
E imaginen lo que significa vivir en un cuarto de mala muerte rodeado de
vecinos que no comprenden (o comprenden muy bien) tu estilo de vida, y te odian
y te envidian porque saben que no eres igual que ellos y, por lo mismo, no te
respetan; y no te respetan por la cobarde conclusión de que saben que
eres una individualidad solitaria enfrentándose a un poder descomunal que
ellos son los primeros en temer. Porque la plebe sólo respeta a la Fuerza
que pudiera provocarles la muerte o la prisión. Pero no respetan el Amor
basado en el trabajo que sólo cuenta con la fuerza de las ideas justas.
Ahora recuerdo que cuando ingresé en las filas del periodismo
independiente algunos amigos se me acercaron y me preguntaron si valía la
pena arriesgarse por un pueblo que a lo largo de los últimos años
ha dado muestras reiteradas de no estar preparado para ser libre. Y yo respondí
que sí: vale la pena porque son como niños indefensos a los que
hay que ayudar a recuperar su dignidad y libertad.
Antes de terminar quisiera compartir con ustedes el recuerdo de aquellas
casas de vecindad en La Habana de antes del año 1959 con su limpieza,
silencio, y observancia de buenos modales, que tenían un agarre tan
cautivante, donde una habitación para soltero (tratárase de un
hombre o mujer) para vivir, era más interesante que poseer un apartamento
o casa independiente en las afueras de la ciudad.
De aquellos ciudadanos que sabían convivir entre vecinos quedan
pocos. Los que no se marcharon de Cuba, ya están muertos. La mayoría
de los vecinos que ahora conviven en lo que queda de aquellas casas de vecindad
son nacidos después del año 1959, y bien podría calificárseles
de generación perdida.
Ojalá que ocurra el milagro de la desintoxicación política
en un pueblo que ha perdido la brújula de la civilidad o civilización,
que es lo mismo. Y el alma enferma de algunas
personas no necesite estar descargando su basura en la puerta de mi casa o
de cualquier otro vecino.
Esta información ha sido transmitida por teléfono,
ya que el gobierno de Cuba no permite al ciudadano cubano acceso privado a
Internet. CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza
la reproducción de este material, siempre que se le reconozca como
fuente.
|