TRIBUNA Joaquín Roy.
Diario 16, septiembre 5, 2001.
La visita a Cuba de Louis Michel, viceprimer ministro de Bélgica y
titular de Relaciones Exteriores y titular de la presidencia de la Unión
Europea este semestre, levantó expectativas diversas. La Habana comentó
el viaje como un honor. En España se resaltó que el bajo nivel de
la representación española, reducida a nivel del director de
Iberoamérica (parte de la troika, como siguiente presidencia de la UE)
fue una bofetada sibilina a Fidel Castro.
En la Comisión Europea, a la que solamente se alertó del viaje
unos días antes, saben bien que el vuelo relámpago de Michel se
debió simplemente a que al ministro belga solamente le quedaba este hueco
en la agenda brutalmente repleta por el resto del semestre. En pleno agosto
solamente se encontró un par de funcionarios de nivel medio que
estuvieran de guardia.
El resultado de la visita solamente servirá para abrir el diálogo
sin pasar la frontera espinosa de la apertura política, condición
de la posición común impuesta a Cuba. Como máximo, es una
tregua en la moderada fricción entre Bruselas y La Habana, después
de la votación europea en bloque condenando a Cuba en la Comisión
de Derechos Humanos de las Naciones Unidas en Ginebra. Hace más de un año,
mientras dejaba que las presiones contra el embargo funcionaran en el frente de
los Estados Unidos, Cuba seguía moviendo sus fichas para conseguir la
membresía plena en el entramado del grupo ACP (Africa, Caribe, Pacífico)
que negociaba la transformación de la venerable Convención de Lomé
en lo que ahora es el Acuerdo de Cotonou. Después de que el tradicional
acuerdo de cooperación fuera rechazado en 1996 (justamente en plena
crisis de las avionetas y la aprobación de la ley Helms-Burton), al
estilo del disfrutado por todos los países latinoamericanos, Cuba se
aprestaba a entrar por la puerta trasera de Europa en el ACP, aunque fuera para
dejar con un palmo de narices a los Estados Unidos.
Pero en la propia expresión del Comandante, el acuerdo de Cotonou
representaba "mucho fastidio para tan poca plata". Bruselas no vale
una misa, como bien comprobó el propio Papa y su Iglesia. Castro rompió
la baraja, previendo el rechazo. La Unión Europea, tozuda en su ambigüedad,
aceptó una fórmula innovadora e insólita. Dejó que
el grupo ACP aceptara la membresía de Cuba, sin entrar a formar parte de
los signatarios de Cotonou. Es como ingresar como socio de un selecto club de
golf, pero tener prohibido practicar este deporte.
La visita de la troika europea descafeinada a Cuba se inscribe en esa política
ambigua y contradictoria en busca de fórmulas imaginativas. Esta táctica
es idónea durante la actual presidencia, en un ejemplo del compromise à
la belge. Es dudosa cuando Madrid tome las riendas de la UE en el siguiente
semestre. Paradójicamente, la fricción con el Gobierno español
le beneficiará más a Castro que la ambigüedad con el belga.
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