Demetrio Boersner.
Tal Cual Digital. Viernes 31 de
agosto de 2001.
Luego del derrocamiento de las dictaduras de Marcos Pérez Jiménez
(1958) y de Fulgencio Batista (1959), los pueblos democráticos de
Venezuela y de Cuba se sintieron íntimamente unidos en un anhelo común
de liberación latinoamericana. Lamentablemente, su alianza se rompió
a partir de 1961 por los caminos ideológicos y estratégicos
diferentes que escogieron sus respectivas fuerzas gobernantes, en parte por
voluntad subjetiva y en parte impulsadas por las circunstancias objetivas del
momento histórico. Para 1962, ya había cundido entre los dos
bandos la violencia armada. Esa situación perduró hasta 1968, año
en que Cuba revisó su política exterior.
En muy tempranas horas de la mañana del viernes 12 de mayo de 1967,
me llamó con urgencia el canciller venezolano, doctor Ignacio Iribarren
Borges, y me pidió acudir a su despacho con la mayor prisa. Yo era, en
esa época, su asesor político personal y además disfrutaba
de la confianza del presidente Leoni. Me enteré de que, en la noche del
miércoles 10 al jueves 11 de mayo, nuestro Ejército había
capturado a dos miembros activos de las fuerzas armadas cubanas en el acto de
desembarcar a guerrilleros venezolanos entrenados en Cuba, en la playa de
Machurucuto, frente al extremo oriental de la Laguna de Tacarigua. Otro militar
cubano había muerto durante la operación. Los cubanos capturados
-primer teniente Manuel Gil Castellanos y miliciano Pedro Cabrera Torres- habían
sido interrogados por el SIFA (hoy en día denominado DIM) y habían
firmado confesiones que serían dadas a conocer a la prensa. Yo debía
encargarme del manejo diplomático del asunto, y trabajar en coordinación
con el ministro del Interior, Reinaldo Leandro Mora, el ministro de la Defensa,
general Ramón Florencio Gómez, y el general Martín Márquez
Añez.
El día lunes 15 de mayo, acompañé al canciller a una
reunión en la que participaron, además del presidente Raúl
Leoni, los señores Leandro Mora, Iribarren Borges, Gonzalo Barrios, Luis
Beltrán Prieto Figueroa, Jóvito Villalba, Jaime Lusinchi, Manuel
Mantilla, Pedro París Montesinos, Raúl Nass, David Morales Bello,
general Ramón F. Gómez, general Márquez Añez y
otros. Todos los participantes -incluidos los doctores Jóvito Villalba y
Luis Beltrán Prieto- estuvieron acordes en denunciar a Cuba ante la
comunidad internacional, por intervención o agresión militar
contra Venezuela. En cambio hubo matices con respecto a la forma de proceder y
el alcance de nuestra denuncia. Al final se acordó por consenso:
solicitar una reunión de consulta de la OEA sobre la base de los artículos
39 y 40 de su Carta, absteniéndonos de invocar el Tratado Interamericano
de Asistencia Recíproca. Igualmente se decidió hacer llegar la
denuncia, a título informativo, a las Naciones Unidas.
A propósito de ese proceder moderado, me dijo el general Márquez
Añez con preocupación, en conversación privada: "Los
generales comprendemos que los medios de acción diplomáticos son
limitados. Pero en alguna forma deben ustedes demostrar que se está
defendiendo lo que el poeta llama el sagrado suelo de la patria. Así lo
siente el pueblo. Y hay subalternos nuestros que no tolerarían que sus
superiores, responsables de la defensa nacional, tuviesen una actitud pasiva.
Dirán: '¿Para qué sirven entonces estos generales?'" La
OEA envió a Venezuela una comisión investigadora que durante los días
24 y 25 de junio realizó inspecciones imprevistas, y recibió de
mis manos un informe y planteamiento general que redacté a su solicitud.
Ese documento sirvió de base para que una reunión de cancilleres
de la OEA, posteriormente, condenara la injerencia cubana en Venezuela.
Afortunadamente, la rectificación castrista del año siguiente
cambió el panorama de las relaciones venezolano-cubanas y abrió el
camino a una convivencia normal, que debería ser de respeto y amistad,
sin desconocer las profundas diferencias entre los dos modelos.
Embajador (r) demboers@hotmail.com
Copyright 2000. Editorial la Mosca Analfabeta C.A. |