Vicisitudes
de las mujeres en Cuba (I)
Miriam Leiva / CubaNet
LA HABANA, octubre - La situación de la mujer cubana en el curso de
los últimos 42 años ha sido contradictoria. Si bien se proclamó
el objetivo de su liberación y ha tenido condiciones para la formación
educacional y profesional, su ascenso a puestos de dirección no se
corresponde con el nivel de incorporación laboral. Otro tanto, aún
peor, se ha manifestado en las tareas hogareñas, pues a pesar de todas
las campañas propagandísticas continúa siendo su columna
vertebral, así como la de la crianza de los niños.
Se ha tratado en muchas ocasiones el asunto de la doble jornada laboral: en
el centro de trabajo y en la casa. Esto ocurre en la mayoría de los países,
sólo que en Cuba este aspecto toma otro matiz debido a los escasos o
inexistentes equipos electrodomésticos para aliviar la faena de las
mujeres, a las largas colas en los establecimientos de víveres (que
disminuyen en proporción a si los artículos escasean o sólo
se venden en las tiendas dolarizadas), al romperse la cabeza para idear qué
cocinas, a las horas perdidas en espera del transporte... Todo ello implica
fuertes tensiones y desgaste físico, con alimentación muy
deficiente.
Además, la estabilidad matrimonial es bastante precaria, de manera
que muchas familias están encabezadas por madres solas, pero aun cuando
el esposo convive armoniosamente, los esfuerzos de las mujeres deben ser titánicos.
Por otro lado, a medida que los salarios han perdido su capacidad de compra,
la mujer debe pensar en la manera de lograr ingresos adicionales.
Con mayor frecuencia, más mujeres que hombres llaman a las puertas
ofreciendo todo tipo de mercancías. Muchas de ellas se trasladan desde
provincias lejanas, como Camagüey y Villa Clara, con alimentos que escasean
en la capital. Las que traen huevos usualmente provienen de pueblos cercanos a
la capital del país, pero la escasez de este producto disminuye ese
trasiego ahora.
Llegan tensas y soñolientas, pues deben partir muy temprano y evadir
el control policiaco debido a la ilegalidad de esos menesteres. Muchas veces el
ómnibus o el tren en que viajan es revisado en varias ocasiones, pero de
todos modos se arriesgan, pues en La Habana los precios son más elevados.
Por tanto, se mantiene el ciclo elaboración-venta-compra-venta.
Si bien anecdóticos, en oportunidades espantan los casos como el de
la primeriza veinteañera, con ocho meses de embarazo, que llega extenuada
a la capital sólo para vender algunos huevos. Mas, si pide agua y dice
que siente dolores se le enfría a uno la sangre. De la pena por su
situación se pasa al estupor ante la posibilidad de tener que afrontar un
parto sin apenas conocerla a ella, y mucho menos a su lejana familia. Por suerte
se recupera. Al cabo de algunos meses reaparece la joven con el pequeño
en brazos y cargando otros huevos. ¿Es irresponsabilidad o necesidad? Dice
que no tiene quien le cuide al pequeño y necesita el dinero para la
comida, entre otras cuestiones.
En todo caso, son esforzadas y arriesgadas estas mujeres. Se ganan la vida
con el sudor de su frente, aunque frecuentemente los artículos provengan
del robo. Es muy posible que ellas no los hayan hurtado, pero los adquirieron de
otros que sí lo hicieron.
Sin embargo, eso ya no se pregunta en Cuba. Los valores han sido trocados
por las necesidades. Cuando se vuelva a la normalidad, indudablemente que será
más fácil arreglar la economía que las costumbres y
conceptos vitales para la sociedad. Vicisitudes
de la mujer cubana (II) / Miriam Leiva
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