A paso de
bastón: el café de Carlos III
Manuel David Orrio, CPI / CubaNet
LA HABANA, octubre - Si en algo estamos de acuerdo el poeta y periodista
independiente Raúl Rivero y éste, su colega, es que uno de los
mejores lugares de La Habana para beber un café al estilo cubano radica
en el pequeño establecimiento ubicado en La Plaza de Carlos III, a su vez
uno de los comercios dolarizados para venta a la población más
importantes del país.
Lugar agradable, sencillo, dotado de aire acondicionado y aceptable decoración,
el café de La Plaza de Carlos III crea ese ambiente familiar de una
clientela fiel, que sabe a lo que va y lo disfruta. Allí se mercan
tabacos, bebidas de marca para llevar, souvenirs y ese excelente "néctar
negro de los dioses blancos" cuyo toque de distinción sirve al
placer de una conversación culta o al simple pensar y escribir en paz.
Desde luego, tanta maravilla se paga en dólares no al alcance de todos,
pero sí para las posibilidades de muchos, a juzgar por la estabilidad en
las ventas sostenida a lo largo de años.
Desgraciadamente, tan desgraciadamente como puede ocurrir en Cuba, el café
de la Plaza de Carlos III pronto será herido de muerte en sus esencias de
lugar pensante. Según se cuenta, autoridades citadinas ordenaron allí
la próxima venta de la vulgarísima cerveza enlatada, para así
decretar el fin de una imagen corporativa que le distinguió de otros
sitios también ubicados en la conocida tienda por departamentos, pero
diseñados al impersonal estilo de las cadenas gastronómicas isleñas
Rumbos o El Rápido, malas imitaciones de Mc Donald's o Burger King, entre
otras de reconocido éxito.
Beber cerveza, entre cubanos, tiene su nacional estilo e incluso sus lugares
y momentos. A sitios como los de las cadenas Rumbos o El Rápido se va a
ingerir comidas rápidas o a pasar un rato que puede ir acompañado
de músicas escandalosas, perros del arroyo y niños mendicantes que
avisan de contrastes, al tiempo que se puede coincidir con cierto género
de cliente jactancioso, dado a prohibir a los meseros el retirar de la mesa las
latas de cerveza vacías sólo con el propósito de mostrarse
como personas pudientes y bebedoras de gaznate insaciable. Las ordenan en pirámides,
para ser ilustrativos.
Nada de eso se relaciona con el ambiente sosegado del lugar adonde se va a
compartir el café con un amigo, a sostener conversación en voz
pausada y baja. Por ello, según han ido conociendo la decisión en
proyecto -si no ya implementada- los clientes habituales del café de la
Plaza de Carlos III han pedido voz para expresar su rechazo, el cual me ha hecho
recordar que no por primera vez he relatado hechos como éste, signados
por decisiones de origen estatal cuya intención recaudadora sin verdadera
justificación atenta contra lo que pudiera llamarse el derecho del mejor
consumidor.
¿Regular, esta forma nada elegante de concebir a la gastronomía
capitalina? Bastante. Dinero, y mucho, se ha invertido en la impersonalidad de
los establecimientos que tipifican a las mencionadas cadenas isleñas, más
de una vez tras desperdiciar la oportunidad de rescatar del olvido y la desidia
a los que antaño fueron excelentes y asequibles restaurantes de impronta
criollísima, donde el peso cubano tuvo preeminencia sobre el dólar.
Paradojas, cubanas paradojas: mientras el Estado o ciertos de sus
representantes tienden a promover esa impersonalidad nada criolla y para colmo
imitan en lo peor a lo internacional, ni soñar que una hamburguesa
habanera se parezca a un Mc Donald's, los reprimidos restaurantes privados
denominados paladares se caracterizan por todo lo contrario, aún cuando
no se especialicen en comidas cubanas.
Transculturan, diría Don Fernando Ortiz. To Po Laug, en el asiático
Cuchillo de Zanja, invita a sus clientes a inundar las paredes de autógrafos,
tal como se hace en la criolla Bodeguita del Medio. Doña Nidia, que fuera
cumbre en el mundillo de los paladares antes de ser obligado a cerrar por órdenes
de "arriba", deleitaba a sus comensales con una exposición
permanente de pintores de Cuba.
Puede parecer increíble, pero detrás de una decisión
aparentemente tan inocua como vender cerveza enlatada en ese café de la
Plaza de Carlos III pueden ocultarse las entretelas de estas paradojas cubanas,
cual si las autoridades económicas capitalinas quisieran imponer, en
nombre del sacrosanto dólar, un nuevo totalitarismo: el de la cerveza.
Esta información ha sido transmitida por teléfono,
ya que el gobierno de Cuba no permite al ciudadano cubano acceso privado a
Internet. CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza
la reproducción de este material, siempre que se le reconozca como
fuente.
|