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Octubre 15, 2001



La última infamia del infame

Agustín Tamargo. Octubre 14, 2001. El Nuevo Herald

Jorge Luis Borges escribió una vez un libro con este título, original como todos los suyos: 'Historia universal de la infamia''. Recogía el genio argentino en ese volumen la biografía de un grupo de forajidos dedicados no sólo a violar la ley establecida, sino a arremeter contra todo vestigio de dignidad y decencia humanas. Hoy pienso: ¡qué lástima que Borges haya muerto! Porque si Borges viviera, podría añadir a aquel libro admirable y memorable un personaje que encaja en él como pocos: Fidel Castro.

No hablo ahora del asustado conejo que allá en La Habana tiembla ante la suerte de Bin Laden, que en un momento dado puede ser la suya. No hablo tampoco del pérfido que lo ha traicionado todo, desde sus mujeres y sus hijos hasta sus amigos y colaboradores más cercanos. Hablo del felón capaz de urdir las canalladas peores y difundir las más bajas calumnias contra los vivos y hasta contra los muertos. Y me refiero hoy, desde luego, a la última infamia cometida por ese gran capitán de infames: la de declarar que Jesús Yanes Pelletier era un espía.

Yanes Pelletier ya no está con nosotros los vivos, cayó en una calle de La Habana fulminado por un golpe artero de su gastado corazón. Pero si viviera, y si Fidel Castro tuviera lo que tienen los otros hombres, no se hubiera atrevido nunca a enfrentarse con él y decirle: ¡eres un traidor! Porque lo habría pagado al menos con una sonora bofetada. Ahora Yanes Pelletier esta muerto, y como sobre todos los muertos se puede decir de él lo bueno y lo malo porque los muertos no se pueden defender. Y eso es lo que ha hecho este bribón de Castro: no insultarlo, no vejarlo, no privarlo de libertad (cosas todas que hizo contra él y contra otros), sino algo quizás peor: calumniarlo, echar lodo sobre su memoria.

Ese proceder miserable ha caracterizado siempre a Castro y por lo tanto no debiera sorpreder a nadie. Lo ha hecho contra todo el mundo. Contra el que le dio el dinero para comprar el Granma (Prío); contra el que le concedió la más alta tribuna para que levantara su pedestal de caudillo (Quevedo, el director de Bohemia); contra los que apuntalaron su economía disparatada para que no se viniera abajo (Felipe Pazos, Justo Carrillo); contra el que le entregó Columbia, que él no había podido tomar (Barquín);contra el que le organizó milicias urbanas que él veía desde la Sierra Maestra, con sus conocidos binoculares (Manolo Ray); contra los sacerdotes puros que albergaron y consolaron a sus combatientes (Boza Masvidal); contra cualquiera que osara levantar su voz para insinuar una discrepancia, se alzó él, persiguió él, y en algunos casos (como en el de Ochoa y Sorí Marín) mató él.

Las páginas de su libro de infamias están escritas con la tinta negra del rencor y hasta de la envidia (porque este hombre que lo ha tenido todo lo envidia todo). Pero esta última felonía contra Yanes Pelletier, que ya no es un adversario sino el recuerdo de un adversario, no tiene paralelo en la historia. Hasta esas profundidades del deshonor no había descendido antes nadie en Cuba. Se mata a un enemigo, se persigue a un adversario. Pero cuando el enemigo o el adversario mueren, se hace silencio ante el cadáver porque el más allá tiene una misteriosa frontera ante la cual hasta los peores desalmados se han detenido siempre.

El no. El lo pisa todo, él lo profana todo, él, para poder vivir, necesita infamarlo todo. Ese es su mundo interno, mundo en el que moran las serpientes de la deslealtad y la ingratitud. La hora en la que ordenó publicar esa infamia (allí todo lo ordena él) pasó por su memoria la esponja de su naturaleza de raposa y olvidó aquella otra hora en que Yanes Pelletier se jugó la vida por salvar la de él, vertiendo en el piso el veneno que le habían ordenado administrarle. Olvidó la lealtad y el celo con que Yanes Pelletier lo acompaño a todas partes y le alejó los enemigos. Olvidó las cálidas noches en que él se curaba de los agobios del triunfo y del ruido de los aplausos restregándose con lozanas muchachas que había transportado hasta la puerta del hotel Yanes Pelletier. Lo olvidó todo. Porque Yanes Pelletier ya no era útil. Porque Yanes Pelletier se había convertido en una conciencia acusadora que lo perseguía. Poque Yanes Pelletier era el pasado y él necesita aniquilar todo lo que le recuerde ese pasado.

Yo sé que estas horas son en este país, y en todo el mundo, horas de ansiedad y de zozobra, no de meditación. Yo sé que algunos, sobre todo los jóvenes, no saben siquiera quién fue Yanes Pelletier. Pero yo quiero de todos modos hacer esta evocación para lamentar que Borges no esté vivo, pues habría incluido sin duda este hecho en su Historia universal de la infamia. Confío en que la Cuba de mañana no quede tan sucia como para que nadie repita, ni siquiera con Castro, la bajeza que Castro ha cometido contra Yanes Pelletier.

© El Nuevo Herald

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