¿Hospital
o purgatorio?
Héctor Maseda, Grupo Decoro / CubaNet
LA HABANA, octubre - Una verdadera pesadilla sufrió Ana Veitía
Bequer el 7 de octubre en el hospital capitalino Fructuoso Rodríguez no sólo
porque su hijo de 12 años de edad se fracturó el tobillo derecho,
sino por la actitud irresponsable de profesionales y técnicos de la salud
que no se presentaron a trabajar ese día, así como las
humillaciones y malos tratos a que fue sometida por uno de los custodios de la
instalación.
"Esa tarde -recuerda la señora Veitía- mi hijo Ernesto
saltaba y corría en las áreas del parque Finlay, sito en Belascoaín
y Estrella, en unión de varios niños. De pronto, cayó al
suelo y comenzó a quejarse de punzadas en el pie. Trató de
levantarse y no pudo. Por momentos noté que su dolor aumentaba. Lo tomé
en mis brazos y le hice señales a un automovilista para que me auxiliara.
El chofer nos llevó al centro asistencial más cercano".
Cuando llegaron al cuerpo de guardia del hospital ortopédico había
solamente un médico para ese servicio y en ese momento atendía un
caso de urgencia. Los otros dos especialistas que debían estar allí,
según informaciones de otros empleados, no se presentaron a trabajar y
tampoco se designaron sustitutos por ellos.
"Los minutos pasaban y el salón de espera se llenó con
casi veinte pacientes. Los médicos seguían ausentes. Mi hijo no
cesaba de llorar", apuntó Veitía.
La mujer explicó: "Otro lesionado me alcanzó una silla
para que mi hijo apoyara el pie lastimado y se sintiera más cómodo.
De inmediato, se me acercó el hombre que parecía cuidar el local y
de forma grosera me dijo: "¡Señora, estas sillas son para
sentarse no para poner los pies sobre ellas! ¡Colóquela nuevamente
en su lugar!"
El joven que me alcanzó el mueble, molesto por la bestialidad del
empleado se dirigió a éste y trató de explicarle, pero el
custodio no lo dejó terminar y con mayor aspereza agregó: "Ya
dije que esos medios del hospital no están aquí para la comodidad
de nadie". Y después se alejó del lugar como si fuera el
sargento del cuartel impartiendo órdenes a los reclutas.
Otro trabajador, testigo de lo ocurrido, se dirigió al custodio
amonestándolo por la manera en que se dirigía a las personas: "¡Oiga,
compañero, este hospital no es un cuartel, reformatorio de menores ni cárcel,
para que usted trate de ese modo a pacientes y familiares".
El custodio, bufando, le ripostó: "¡Cállese la boca,
viejo, que en cualquier momento lo saco para la calle". Y dicho esto, le
dio la espalda y se marchó. El incidente completo ocurrió delante
de decenas de personas.
Varios familiares se retiraron del hospital con sus enfermos en busca de
otros centros de atención médica con menos problemas. Habían
pasado dos horas y no se veía ningún médico de guardia.
"Finalmente, cerca de las seis de la tarde bajó el médico
de guardia al terminar su trabajo con el caso de urgencia -concluye la señora
Veitía- revisó a mi hijo, dictaminó que su tobillo estaba
fracturado parcialmente por lo que debía inmovilizar la articulación.
Lo remitió al departamento de curas y allí comenzó el
segundo capítulo del drama. El técnico que coloca los yesos
tampoco se encontraba. Al cabo de otra hora de espera, el médico tuvo que
ponerle el yeso no sólo a mi hijo, sino a diez pacientes más que
requerían de similar tratamiento".
Pasadas las ocho de la noche Ana Veitía y su hijo Ernesto ya habían
vencido todas las dificultades. Al pasar por el cuerpo de guardia aún se
encontraban sentadas algunas personas que habían visto y oído
todos los sucesos.
Una anciana le dijo a la señora Veitía: "No te preocupes,
mi hija, nos equivocamos de sitio. Este lugar no es un hospital, sino la entrada
del purgatorio. El custodio es Cancerbero, el perro monstruoso de tres cabezas
que causaba la muerte al morder, y que cuida celosamente la entrada de los
infiernos y el palacio de Hades".
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