Preocupaciones
ridículas
Oscar Espinosa Chepe / CubaNet
LA HABANA, octubre - Los trágicos sucesos del 11 de septiembre, que
costaron la vida a miles de personas en Estados Unidos, provocaron la imperiosa
necesidad de tomar medidas de seguridad para evitar la repetición de
hechos tan crueles, cometidos por fanáticos cegados por el odio patológico.
En cualquier nación democrática la puesta en vigor de esos
controles, así como el otorgamiento de las prerrogativas para su aplicación
por los organismos encargados de la vigilancia y la seguridad nacionales,
requieren la aprobación de los cuerpos legislativos, previo debate. Este
proceso va acompañado por el considerable flujo de criterios de la opinión
pública mediante la utilización de los medios de difusión
incluida Internet, avance tecnológico que en los últimos tiempos
potenció el pluralismo a niveles impensables años atrás.
Dicho mecanismo, poseedor de la dinámica enfilada hacia el
autoperfeccionamiento, salvaguarda a la sociedad de posibles excesos usurpadores
de los derechos de la ciudadanía. Así, los instrumentos legales a
la vez de servir para proteger a la colectividad, no menoscaban la democracia.
Por el contrario, la hacen más sólida.
Por ello sorprende las ridículas preocupaciones de los voceros del régimen
de La Habana sobre supuestas amenazas a las libertades civiles en Estados
Unidos, por fuerzas que -según ellos- se aprovechan de la natural
intranquilidad existente en esa nación ante el peligro de nuevos actos
terroristas.
Estos abogados inesperados, no solicitados por nadie, afirman que en Estados
Unidos se avecinan tiempos de persecuciones ideológicas, y algunos de
ellos pronostican la implantación de leyes implacables contra la
disidencia en el contexto de la derechización de la sociedad, el
aislacionismo en diversas formas y la proscripción de la facultad de las
personas a criticar.
Los argumentos para acallar esta propaganda pueden encontrarse hasta en la
propia prensa cubana, donde no transcurre una semana sin que se publiquen varios
artículos de autores estadounidenses, o de ciudadanos cubanos residentes
en ese país, con fuertes críticas a la administración
actual, sin ningún temor a ser molestados por sus opiniones.
Este es el caso de los conocidos intelectuales y profesores universitarios
Noam Chomsky y James Petras, quienes constantemente atacan las concepciones y
políticas de su gobierno sin que se les haya despojado de sus cátedras
ni acusado de antipatriotas.
Donde sí están vigente leyes implacables contra la disidencia
es en Cuba. A quien exponga cualquier criterio que difiera un milímetro
de la línea oficial, por constructivo y pacífico que sea, se le
acusa de contrarrevolucionario, lo echan de su empleo y lo persiguen con saña.
Incluso puede ser condenado a varios años de cárcel bajo la falsa
acusación de divulgar propaganda enemiga.
Por tanto, resultan paradójicas esas preocupaciones, puesto que es en
Cuba donde persiste el clima de intimidación que obliga a las personas a
mentir, a vivir bajo la doble moral. Es régimen violador de los derechos
civiles y políticos de los ciudadanos, que degrada al individuo convirtiéndolo
en dócil engranaje de la maquinaria estatal.
En realidad, para estos ridículos abogados tejer fantasías
sobre unos Estados Unidos regidos por el temor no deber ser tarea muy difícil
cuando tienen a su mano modelo tan tétrico como el que sufre actualmente
la sociedad cubana.
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