A paso de
bastón: ¿Reina del arrebato?
Manuel David Orrio, CPI / CubaNet
LA HABANA, octubre - Caridad cerró la puerta de su hogar a eso de las
seis de la mañana y dirigió sus pasos rumbo a la avenida de
Belascoaín, camino de su empleo. Apenas al amanecer hacía acto de
presencia en el populoso y convulso municipio Centro Habana, más o menos
estremecido por la reciente duplicación del precio de los huevos en el
mercado negro, dicen los analistas que debido a las crecientes irregularidades
en los suministros para la distribución racionada o para la venta en las
tiendas de recaudación de divisas.
Mulata de ver, tortícolis de los machos al andar, pasó por la
antigua Escuela de Artes y Oficios de La Habana, más o menos ensimismada.
Si el precio de los huevos se disparaba eso quería decir que la destrucción
del World Trade Center comenzaba a tener impacto en la vida cotidiana. No vivía
mal. Entre ella y su marido habían logrado ingresos decorosos para las
condiciones cubanas. Pero la inflación es la inflación...
Sus pensamientos, el taconeo y la ropa cimbreante la condujeron casi sin
darse cuenta a la entrada de la calle Reina. Dios vigila a los transeúntes
en esa arteria desde la cúpula de la iglesia del Sagrado Corazón
de Jesús. Aunque no siempre llega a tiempo. La calle Reina es un paseo de
portales que en su tiempo pudieran haber inspirado al poeta Eliseo Diego con el
aquello del "sitio en que tan bien se está". Pero a diez años
del llamado período especial, tras esos portales pueden acechar desde la
vista del par de lesbianas absortas en enredar sus lenguas, hasta la simplísima
muerte. Caridad aceleró el paso, evadió columnas y zonas de
sombra.
Las aceras, muy estrechas, obligan a caminar casi por el medio de la calle.
La mulata agradeció al viento matinal la compañía, en medio
de la semisoledad reinante. Su pelo negro, lacio y largo, coqueteó con
las más de diez cadenas de plata que le cuelgan del cuello. Entonces, sólo
entonces, intervino Dios. Una energía en derredor, un toque al hombro, la
mano que intentó aferrarse de las joyas, lo dijeron todo. La torpeza del
ladrón enredó sus dedos entre los cabellos de Caridad y no pudo
aprisionar ni una de las cadenas. Ella se volteó, lista a golpear con el
bolso en la mano. Pero sólo vio a la adolescente que se alejaba a toda
carrera.
Al llegar a su empleo contó lo sucedido y descubrió que dos de
sus colegas también habían sido víctima de asaltos
semejantes, en menos de una semana, también en la calle Reina. A todos
llamó la atención que no fueron atacadas por adultos negros, según
estereotipos asociados a ese género de hechos. Fueron agredidas por
mujeres blancas, dos de ellas adolescentes. Las tres escaparon, dos con botín,
como para hacer saber que la calle Reina puede ser reina del arrebato. Así
se nombra en el argot habanero a este tipo de delito, que no sólo
significa la toma violenta de la bolsa o de la joya, sino además lesiones
a las víctimas.
Caridad y Nieves, dos de esas víctimas, pudieron serlo, además,
de algo más grave. A las horas en que fueron asaltadas, ninguna de las
dos vio policías apostados. Ni ellas ni sus colegas de empleo, ni muchos
en este país, acceden a información regular y detallada sobre el
estado de la delincuencia, aunque se supone que tal información debe ser
bien público.
Las personas son sorprendidas, así de simple, por el ascenso o
descenso de cualquier tipo de delito. Hubo epidemia de arrebatos dos o tres años
atrás -quien escribe fue víctima- la que mostró evidente
disminución en el sentir popular entre 1999 y el 2000. Pero ahora parece
resurgir, por lo que vale recordar que una manera de combatirla es advertir a la
población. Dios vigila, pero no puede con todo en esta Cuba ya no tanto
del picadillo de soya, pero sí de precio de los huevos que amenaza ir
para los cielos.
Caridad, entretanto, no sabe qué hacer. Lo único que reconoce
es el miedo. Sobre todo si camina por la calle Reina.
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