CUBANET .INDEPENDIENTE

8 de octubre, 2001


A paso de bastón: ¿Reina del arrebato?

Manuel David Orrio, CPI / CubaNet

LA HABANA, octubre - Caridad cerró la puerta de su hogar a eso de las seis de la mañana y dirigió sus pasos rumbo a la avenida de Belascoaín, camino de su empleo. Apenas al amanecer hacía acto de presencia en el populoso y convulso municipio Centro Habana, más o menos estremecido por la reciente duplicación del precio de los huevos en el mercado negro, dicen los analistas que debido a las crecientes irregularidades en los suministros para la distribución racionada o para la venta en las tiendas de recaudación de divisas.

Mulata de ver, tortícolis de los machos al andar, pasó por la antigua Escuela de Artes y Oficios de La Habana, más o menos ensimismada. Si el precio de los huevos se disparaba eso quería decir que la destrucción del World Trade Center comenzaba a tener impacto en la vida cotidiana. No vivía mal. Entre ella y su marido habían logrado ingresos decorosos para las condiciones cubanas. Pero la inflación es la inflación...

Sus pensamientos, el taconeo y la ropa cimbreante la condujeron casi sin darse cuenta a la entrada de la calle Reina. Dios vigila a los transeúntes en esa arteria desde la cúpula de la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús. Aunque no siempre llega a tiempo. La calle Reina es un paseo de portales que en su tiempo pudieran haber inspirado al poeta Eliseo Diego con el aquello del "sitio en que tan bien se está". Pero a diez años del llamado período especial, tras esos portales pueden acechar desde la vista del par de lesbianas absortas en enredar sus lenguas, hasta la simplísima muerte. Caridad aceleró el paso, evadió columnas y zonas de sombra.

Las aceras, muy estrechas, obligan a caminar casi por el medio de la calle. La mulata agradeció al viento matinal la compañía, en medio de la semisoledad reinante. Su pelo negro, lacio y largo, coqueteó con las más de diez cadenas de plata que le cuelgan del cuello. Entonces, sólo entonces, intervino Dios. Una energía en derredor, un toque al hombro, la mano que intentó aferrarse de las joyas, lo dijeron todo. La torpeza del ladrón enredó sus dedos entre los cabellos de Caridad y no pudo aprisionar ni una de las cadenas. Ella se volteó, lista a golpear con el bolso en la mano. Pero sólo vio a la adolescente que se alejaba a toda carrera.

Al llegar a su empleo contó lo sucedido y descubrió que dos de sus colegas también habían sido víctima de asaltos semejantes, en menos de una semana, también en la calle Reina. A todos llamó la atención que no fueron atacadas por adultos negros, según estereotipos asociados a ese género de hechos. Fueron agredidas por mujeres blancas, dos de ellas adolescentes. Las tres escaparon, dos con botín, como para hacer saber que la calle Reina puede ser reina del arrebato. Así se nombra en el argot habanero a este tipo de delito, que no sólo significa la toma violenta de la bolsa o de la joya, sino además lesiones a las víctimas.

Caridad y Nieves, dos de esas víctimas, pudieron serlo, además, de algo más grave. A las horas en que fueron asaltadas, ninguna de las dos vio policías apostados. Ni ellas ni sus colegas de empleo, ni muchos en este país, acceden a información regular y detallada sobre el estado de la delincuencia, aunque se supone que tal información debe ser bien público.

Las personas son sorprendidas, así de simple, por el ascenso o descenso de cualquier tipo de delito. Hubo epidemia de arrebatos dos o tres años atrás -quien escribe fue víctima- la que mostró evidente disminución en el sentir popular entre 1999 y el 2000. Pero ahora parece resurgir, por lo que vale recordar que una manera de combatirla es advertir a la población. Dios vigila, pero no puede con todo en esta Cuba ya no tanto del picadillo de soya, pero sí de precio de los huevos que amenaza ir para los cielos.

Caridad, entretanto, no sabe qué hacer. Lo único que reconoce es el miedo. Sobre todo si camina por la calle Reina.


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