Pequeñas
alegrías entre periodistas
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, noviembre (www.cubanet.org) - En este mundillo y fauna de los
periodistas independientes cubanos uno se hace de amigos. A veces ocurre que se
tiende la mano a algún que otro fascineroso. Pero, las más de las
veces, el tiempo va separando la paja del trigo, hasta que un día
cualquiera se descubre en un colega a esa simple persona, aceptada con virtudes
y defectos, a ese tipo perfecto para "caerse a mentiras", al cual
llamamos amigo.
Así me ha pasado con unos cuantos, entre los que sobresale uno de los
casos más interesantes dentro del periodismo independiente de Cuba. Su
biografía dice que apenas terminó la enseñanza primaria.
Sus recuerdos hablan de una infancia incomprendida, de una adolescencia
reprimida y de un vivir durante años en un mundo marginal donde lo mismo
se pasa la experiencia del presidio que se vende maní en el Malecón
de La Habana, allá por los fines de los 70 del siglo pasado. Piense en
eso: vendedor de maní, cuando la utopía del castrismo hacía
soñar a todos los jóvenes que serían universitarios.
Ramón Díaz-Marzo, quien entre sus muchas aventuras tuvo la
osadía de albergar en su humildísima vivienda de la calle
Monserrate a nada menos que Reinaldo Arenas, logró a base de pura
voluntad un nombre como periodista independiente. Amistad aparte, le considero
uno de los casos observables, no sólo porque a fuerza de autodidacta fue
capaz de crear un personal estilo, raramente dotado para comunicar al lector el
lado kafkiano de la realidad cubana, sino porque además acaba de
presentarse a la palestra de las letras en su condición de novelista recién
nacido.
Ediciones CubaNet ofreció en la Feria del Libro de Miami la primera
entrega de "Cartas a Leandro",
debida a la pluma y al talento de Ramón Díaz Marzo. No haré
una crítica de la novela. Para mí es el logrado ejercicio de quien
en un mundo patológico describe la patología con los recursos de
quien mira a la enfermedad desde sí mismo.
Ramón Díaz-Marzo cuenta sobre una terrible epidemia de alcance
nacional e histórico. Su aporte es que lo hace recreando el mundo
interior, la paranoia profunda de quien se siente perseguido hasta en lo más
íntimo de cada célula. El protagonista escribe cartas a su hermano
Leandro, que murió al nacer y es por lo tanto un símbolo de
frustración. Escribe, pero lo hace tratando de comunicare con la
frustración misma, a ver si por lo menos logra liberarse del inmenso
manicomio en el cual habita. Un extraño intento de terapia, en medio de
toda una sociedad necesitada de terapia.
Dejo a los críticos literarios un análisis más
profundo. Sólo pido que "Cartas a Leandro" sea leída.
Tuve el raro privilegio de ser, quizás, su primer lector. Ramón Díaz-Marzo,
por partes, me fue entregando la novela para transmitirla por fax al exterior y
yo, más curioso que el carajo, la fui leyendo. Una noche de luna llena y
tragos de ron en número mayor de lo aconsejable, dije a Ramón que
me parecía excelente, sobre todo por el modo kafkiano de abordar la
cotidianidad isleña. Por supuesto, él se alegró. Pero
siempre pensó que mis palabras eran las propias de una borrachera entre
buenos amigos.
Ahora, "Cartas a Leandro" está en los estantes. Y,
paradojas de Dios, me tocó la agradable tarea de hacérselo saber a
su autor. Doblemente agradable, porque veo cómo el mundo alternativo
cubano comienza a mostrar caras de más vuelos a los acostumbrados; que
surge algo más allá del periodismo, bueno o malo; o del ensayo de
denuncia, o de otras manifestaciones de géneros disímiles, todas
marcadas por la inmediatez que no deja tiempo para aquello en lo cual sí
pensó Ramón Díaz Marzo: trascender.
Entonces, por esta pequeña alegría entre periodistas, me tomé
la libertad de gastar una broma al escritor. Lo llamé por teléfono
y, con mi voz de tono fúnebre, le comuniqué que su novela había
tenido un triste destino.
"Ramón, tengo una mala noticia que darte. Toda la edición
de tu novela fue incinerada en la Feria del Libro de Miami", le dije.
"Pero, ¿cómo es eso?"
"Como te cuento Ramón, la 'mafia anexionista' de Miami va a ser
denunciada en la Mesa Redonda de Fidel Castro por haber quemado tu novela".
Ramón, incrédulo pero casi lloroso, interrogó: "¿Pero
allí no hay policías?"
"No, Ramón, allí lo que hay son escritores como tú,
que no se dan cuenta de la noticia que le están dando".
Reinaldo Arenas, desde el más allá, por poco vuelve a morir.
Pero de risa.
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