A paso de
bastón: Cámara en mano
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, noviembre (www.cubanet.org) - Un amigo extranjero tuvo la
peregrina idea de tomar el avión y aparecer en La Habana como uno de esos
tantos que son esperados para la temporada alta, de acuerdo con optimistas pronósticos
hechos por el ministro de Turismo cubano. Un amigo con plata, de los que puede
hospedarse en el Hotel Nacional, considerado por muchos algo así como
aquel café propiedad de Humphrey Bogart, en el filme Casablanca, donde lo
mismo se encuentra a un coronel de la Seguridad del Estado, que a un agente de
la CIA.
Como tantos turistas, lo primero que pasó a mi amigo fue
escandalizarse con los precios. Pero esa sensación pasó
relativamente rápido ante las aventuras por él corridas en
distintos lugares de La Habana. Más o menos de izquierda, más o
menos globalifóbico, antiembargo de Estados Unidos a matarse, y sin dudas
admirado por los llamados logros de Cuba en educación y salud, mi amigo,
armado de su cámara de video, tenía el propósito de filmar
en La Habana, al natural, muchos de ciertos aspectos positivos que hoy son
invisibles en la capital de Cuba.
Buscaba un testimonio amplio: desde un limpiador de calles que devenga un dólar
diario por barrer tres kilómetros cada jornada, hasta el indudable hecho
de que las tiendas de recaudación de divisas de La Habana siempre rebosan
de público no sólo deseoso de mirar, sino decidido a comprar.
Por las calles de la ciudad mi amigo no tuvo problemas, filmó cuanto
quiso. A fin de cuentas, no era más que uno de tantos turistas dados a
corear la cancioncita de Compay Segundo. Ya se sabe: "De Alto Cedro voy
para Macaney", y el mojito y la jinetera al lado. De modo que, por ejemplo,
en el Barrio Chino lo trataron de lo mejor. Hasta se encontró con una
compatriota, de bello rostro y cerca de trescientas libras de peso, que andaba
del brazo del célebre Alejandro, un negro de más de seis pies de
alto, de quien dicen las malas lenguas es una leyenda entre foráneas.
Cuenta una argentina que Alejandro tiene la bien cobrada capacidad de producir
multiorgasmos en un témpano de hielo. Para mí, por lo que me
consta, es un excelente padre de familia.
Animadísimo por sus éxitos en el Barrio Chino, mi amigo se
encaminó a la Plaza de Carlos III. Llegó cámara en mano y
antes que avanzara la primera veintena de metros ya le detuvo el primer
custodio, para explicarle que para filmar en ese sitio necesitaba un permiso.
Mi amigo, en casi perfecto español, preguntó a quién
debía pedir semejante autorización. El custodio, todo cortesía,
pero reportando con el walkie-talkie como si estuviera en las trincheras de
Afganistán, le informó que debía dirigirse al departamento
de publicidad del conocido comercio. Así lo hizo. Un funcionario con cara
de miedo le dijo que podía filmar, pero no en el interior de las tiendas,
no donde compra la gente. De ahí en lo adelante mi amigo asistió
al desenvolvimiento de una escena de persecución, digna de un thriller.
Finalmente, le prohibieron filmar.
Aventuras similares vivió en distintos sitios de La Habana, todos
caracterizados por su carácter público absoluto. Sin embargo, hubo
lugares donde se le permitió filmar sin mayores inconvenientes, lugares
incluso de carácter oficial.
Mi amigo, hombre tenaz, tipo audaz, por cierto, de todos modos logró
recopilar una buena muestra de imágenes de La Habana. Una Habana llena de
contradicciones y contrastes, donde el feliz comprador con dólares en el
bolsillo -nacional o extranjero- pasa por delante del mendigo.
Mi amigo ya partió. Pero no entendió una palabra de lo que le
pasó. Vivió la cotidianidad de una censura que deviene
autocensura, observó y filmó de cerca el temor de los funcionarios
y sus diferentes grados de interpretación de la ley sobre protección
de informaciones oficiales; pero, como se dice en el argot cubano "lo
dejaron a la sombra del madero".
Aún me parece verle, sentado a la vera del Ministerio de Informática
y Comunicaciones. Aún me parece oírle decir: "Pero si al
gobierno le conviene que yo filme todo esto, ¿por qué no me dejan?"
Por lo menos yo no pude explicarle.
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