La peste bufónica
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, noviembre (www.cubanet.org) - Sí, usted no se equivocó,
ni yo tampoco. Ha leído bien. Yo he escrito bien. No es peste bubónica.
Es peste bufónica. Cuando escribo abraso, es que quemo; cuando abrazo, es
que estrecho entre mis brazos. Cuando digo mañanita, como todo buen
guajiro cubano, no es que esté usando festinadamente el diminutivo, sino
que mañanita, en Cuba significa alba, amanecer; como mediquito hace función
del despectivo medicucho; o cosilla, un apelativo tierno. Pero bueno, no se
trata ahora de un artículo sobre el uso del diminutivo en Cuba, y que
tanto aspaviento, fobia, horror provoca en redactores, correctores, editores. Se
trata de una nueva epidemia que se ha desatado en el territorio nacional: la
peste bufónica.
Existen en Cuba todo tipo de bufones: de la corte, de los principados, de
los condados y hasta de los burgos arrabaleros. Disculpen la categorización
medieval, pero es que no andamos muy lejos del medioevo, y así mortifico
a la censura. Es como una fiebre que se ha desatado por ser simpáticos,
un afán por ser graciosos, un síndrome de producir hilaridad
frente a lo que verdaderamente es una tragedia.
Por supuesto que no aludo a los siempre bien recibidos Carlos Ruiz de la
Tejera, Churrisco o Mulen. Mucho menos me refiero a aquellos comediantes que con
nombres exóticos como Doimeadios o Llévemeldiablo usan como
recurso casi exclusivo de su repretorio el travestismo, que dicho sea de paso
tan magistralmente utilizaran Tony Curtis o Dustin Hoffman. Tampoco hablo sobre
el elenco de Metiendo la Pata; perdón , quise decir, Pateando la Lata,
que entre representaciones de bobos, borrachos, feos, retrasados mentales
-mientras disfrutan su poquito en los centros turísticos que escogen para
la filmación- y evasivas a los charrasquillos comprometedores, no lo
pueden hacer peor. Y como es de esperar, tampoco apunto que se trate del cómico
común, de cepa, por gracia natural que siempre tiene una de las suyas en
ristre y que es capaz de una ingeniosidad en el momento más inesperado.
Ejemplo: A un vecino con fama de jodedor, otro jodedor le preguntó:
- Oye, ¿ya sabes dónde está escondido Bin Laden?
- Te juro que no.
- Bajo la Mesa Redonda.
- Bah, no te preocupes, ya los americanos están inventando la bomba
de comején.
Pero, no, tampoco es de estos bufones que me ocupo.
Es de aquellos bufones con cargos, altos, medios y bajos, que no pierden
ninguna oportunidad de congraciarse con los jefes y que en cada momento de sus
vidas no hacen otra cosa que tratar de ganarse las simpatías del más
encumbrado, aunque a sus espaldas hagan bromas ácidas sobre el mismo. A
ellos es a quien ha contagiado la peste bufónica. Pandemia que, dicho sea
de paso, no es transmitida por las ratas, sino que las ratas la traen en sí
mismas. Y es cuando, en medio del discurso más serio, usted puede
apreciar unas sonrisas, a todas luces de guataquería; unos aplausos
fervorosos, a todo ver complacientes; unos asentimientos de cabeza que los
convierte en monigotes de cuerda, que verdaderamente dan más ganas de reír
que todas las actuaciones de Chaplin, Jerry Lewis, Pierre Richard, Enrique
Arredondo, Carlos Ruiz de la Tejera.
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