CUBANET .INDEPENDIENTE

13 de noviembre, 2001


Michelle, la mujer de aire que perdonó a la Habana Vieja

Ramón Díaz-Marzo / CubaNet

LA HABANA, noviembre - Por primera vez el Dr.Rubiera, director del Centro Nacional de Meteorología, ubicado en el ultramarino pueblo de Casa Blanca, ha colocado su flecha en el blanco. El Dr.Rubiera había vaticinado, con un mes de antelación, que en esta temporada ciclónica Cuba tendría muchas probabilidades de ser víctima de un organismo tropical de gran intensidad; pues las estadísticas señalan que cada 50 años estos fenómenos repiten su conducta.

Durante el paso del huracán por Cuba, con su descomunal radio de acción que abarcó todas las provincias occidentales, he tenido tiempo de meditar que si un mal día nuestro mundo fuera privado de luz eléctrica mi teoría de que la soledad es un acto sabio se derrumbaría.

El 5 de noviembre, poco antes de las 6 de la tarde, salí de mis habitaciones en el hotel Monserrate y busqué refugio sicológico en la habitación de mi vecina Teresa. Al llegar a la habitación de Teresa iba provisto yo de un radio de pila donde estuvimos escuchando los boletines meteorológicos del paso del Huracán Michelle por la provincia de Matanzas. En la habitación de Teresa se encontraban vecinos del quinto piso de nuestro edificio. Estaban allí por causa de los vientos fuertes que soplaban con ráfagas de más de 90 kilómetros por hora; y permanecer en el quinto piso del hotel Monserrate, que es uno de los edificios más altos de la Habana Vieja, era peligroso. Esa noche los vecinos del quinto piso se quedarían a dormir en la habitación de Teresa.

Los vecinos del quinto piso son Héctor y su mujer, con los dos niños: David, de dos años, y Barbarita, de 12 años. A los pocos minutos se sumó al grupo el viejo Pepe, que es también un vecino mío del segundo piso y que, como yo, vive solo.

Desde la habitación de Teresa podíamos ver una parte del Parque Central y una parte de las azoteas de edificios del municipio Centro Habana. La tarde se tornó sombría. Pronto una noche espeluznante nos cubrió. Desde la habitación de Teresa podíamos examinar, a través de un ala abierta de la puerta del balcón, las proyecciones fantasmagóricas que las luces de algunos vehículos proyectaban contra las estatuas del Centro Gallego, y que ofrecían una visión tenebrosa, como si la ciudad se hubiera convertido, con el rugido de las ráfagas de viento de 90 kilómetros por hora, y el silencio de sus habitantes, en zona de muerte.

Desde tempranas horas de la tarde el fluido eléctrico había sido interrumpido desde Pinar del Río hasta Ciego de Avila. Por la radio de baterías supimos que el huracán Michelle estaba entrando por la costa sur de Matanzas. Y aunque me resulte penoso confesarlo, respiramos aliviados; la Habana Vieja no habría soportado a esta "mujer" con sus largos cabellos de 215 kilómetros por hora. El 30% de nuestros viejos edificios se habrían derrumbado. Y aunque la Defensa Civil hubiera intentado evacuar a muchos de sus moradores con horas de antelación, la catástrofe humana no hubiera podido evitarse.

Al siguiente día me enteré de que algunos cristianos de la Habana Vieja le habían estado rezando a la Virgen de la Caridad del Cobre. Y la Virgen escuchó.

Durante 38 horas un municipio tan complejo como la Habana Vieja no tuvo fluido eléctrico. Y no se podía cocinar alimentos porque también faltaba el gas manufacturado.

Fue una experiencia de guerra. Muchas personas estuvieron más de 24 horas sin ingerir alimentos sólidos.

En la tarde del día 6 se corrió la voz de que distribuirían keroseno y alcohol. Y a las tres de la tarde yo salí corriendo de mi casa, con mi Libreta de Racionamiento, en dirección a la Oficoda donde me entregaron un vale que me daba derecho a adquirir 1 litro de alcohol y 1 litro de keroseno en una bodega situada en Obrapía, entre Aguacate y Compostela. Pero cuando llegué al lugar me encontré con una multitud de más de 500 personas que pujaban unos contra otros por ser los primeros en recibir el combustible para cocinar y alumbrarse con quinqués.

Hubo un momento en que me resigné a la idea de esperar a que volvieran a conectar el fluido eléctrico. Pero alguien dijo que este estado de cosas podía durar hasta tres días. Y aunque no me crean, más importante que cocinarme un poco de arroz con huevo, era disponer de un quinqué que me eximiera de pasar otra noche sin leer. Por eso mi obsesión eran las velas. Y mientras la inmensa cola era arreglada por un pelotón de 5 policías que llegaron inesperadamente en un carro patrullero, le dije a un matrimonio que iba detrás mío que me cuidaran el puesto en la cola.

Salí a la calle del Obispo, pero todas las tiendas en área dólar, donde siempre hay velas, estaban cerradas. Y cuando me disponía a volver para la cola me encontré con un conocido del barrio. Y mientras hablaba con él, de repente tuve ante mí, caminando por el centro de la estrecha calle del Obispo, y escoltado a ambos lados por dos corpulentos individuos con guayabera, al Presidente del Principado de Asturias, Sr. Vicente Alvarez Areces, que a su llegada a Cuba había declarado que en ésta, su segunda visita a la Isla, no desaprovecharía la oportunidad de recorrer las calles de la Habana Vieja de manera informal. Así que al verlo a dos metros de mí tuve la suicida idea de invitarlo a que desviara su recorrido para que presenciara una cola en Cuba, pero el individuo que iba a su derecha me miró mientras sostenía una pequeño radio-comunicador, con una fijeza tal, que era como si me hubiera leído el pensamiento. Cuando se alejaban observé en la cintura tapada por la guayabera de este individuo el inconfundible bulto que provoca la culata de una pistola de gran calibre.

En la mañana del día 7 ya tenía una idea general de la crónica que escribiría sobre el huracán Michelle. Así que subí hasta la azotea de mi edificio. El cuadro que se presentó ante mis ojos fue aterrador. Dos enormes tanques de agua, sostenidos en el aire por unas cabillas de acero a punto de partirse en diferentes lugares por el óxido, era lo único que nos separaba de una catástrofe. Así que pude comprobar personalmente por qué los vecinos del quinto piso viven en la constante zozobra de que un mal día bajarán velozmente hasta la calle envueltos en el escombro del derrumbe que vaticinan las paredes rajadas y húmedas de sus habitaciones.

Los vecinos más afectados del quinto piso son el viejo Alfredo, de 75 años, y la familia de Héctor Macia Castillo, que fueron los vecinos que pasaron la primera noche del huracán en la habitación de Teresa; todos con categoría A de refugiados de edificios en peligro de derrumbe.

Y hablando de categorías les digo que, del mismo modo que los ciclones y huracanes se miden por el orden numérico de l, 2, 3, 4, 5, así también las personas que viven en Cuba en edificios con peligro de derrumbe son clasificadas en expedientes con categoría A, B, y C. En el caso de mi edificio, el ex-hotel Monserrate, todos los habitantes del quinto piso tienen abierto un expediente con categoría C. Los únicos que ya tienen la A, que es cuando las construcciones están a punto de ceder, son el el Sr.Alfredo Torres de 75 años, y el núcleo familiar encabezado por el Sr. Héctor Macia Castillo, de 33 años.

Lo curioso de este "ex-hotelito" (cuya tarja identificatoria fue quitada de su lugar después que el escritor cubano Abilio Estévez, refiriéndose a Reinaldo Arenas, publicara una crónica en la revista "Encuentro de la Cultura Cubana") es que si un día el quinto piso cediera, el peso de la caída lo recibiría el cuarto piso... el final de esta historia sería que todo el escombro de un edificio construido en los primeros años del siglo pasado, caería sobre los extranjeros y cubanos que alegremente están en el Bar-Cafetería Monserrate las 24 horas del día tomando cerveza y masticando carnes en la famosa esquina de Obrapía y Monserrate, justo frente al poderoso y antiguo Centro Asturiano de La Habana, hoy devenido en Museo de Arte de Cuba.


Ramón Díaz Marzo es el autor de "Cartas a Leandro", una novela testimonial que CubaNet prepara para su próxima publicación.



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