Ernesto F. Betancourt. Publicado el martes, 6 de noviembre
de 2001 en El Nuevo Herald
Europa, Rusia y China, cada una a su manera, y con las reservas que sus
intereses estratégicos hacen aconsejables, están sumándose
al lado de la modernidad. Igual hacen en Asia Central países como Pakistán
y Uzbekistán y eventualmente harán los diversos grupos étnicos
dentro de Afganistán.
Es dentro de este gran realineamiento de fuerzas que se produce la decisión
trascendental de Vladimir Putin de incorporar de lleno a Rusia en el campo de la
modernidad, haciéndose aliado de Estados Unidos. Un corolario de ese
viraje es la decisión de cerrar la base de Lourdes y tirar por la borda
ese rezago de la Guerra Fría.
Un breve inventario de lo que ofrece el campo de la modernidad y lo que
ofrece el campo de los Castro y los Bin Laden revela claramente que la opción
escogida por Putin es la más lógica. En el nuevo esquema mundial,
Castro es no tan sólo estratégicamente irrelevante, sino más
obsoleto que nunca.
La primera reacción de Castro ante la decisión de Putin de
retirar la estación espía fue de ira, una clásica pataleta
infantil. No se puede cerrar la base porque yo no he accedido a ello. Igual le
pasó en 1962 cuando la retirada de los cohetes soviéticos.
Pero el hecho tiene impactos estratégicos y de imagen que mellan en
alto grado su liderazgo carismático. Eso sin contar con el impacto económico
de perder US$200 millones de renta anual en momentos en que el turismo y las
remesas se reducen apreciablemente a resultas de la crisis conómica y de
incertidumbre mundial y el fracaso rotundo del "perfeccionamiento
empresarial'', que trata de introducir el general Ulises Rosales del Toro en la
industria azucarera, augura otra zafra miserable.
Castro encara tres opciones. Una opción, sumarse a las fuerzas de la
modernidad, es incompatible con la naturaleza de su régimen y de su
personalidad, así como con las fuerzas internacionales en que se apoya,
las cuales son esencialmente antiamericanas.
La segunda, el tratar de iniciar un período post-especial, con más
ajustes y más carencias, es difícil de vender a un pueblo que ya
pasó por el primer período especial y vio cómo la
dolarización dividió a Cuba en dos sociedades: una, del diez al
quince por ciento de la población, con acceso a dólares y a un
bienestar mayor; y, la otra, del ochenta y cinco al noventa por ciento de la
población, cuyo empobrecimiento ha llegado a niveles intolerables.
La tercera opción, que ha preparado a lo largo de cuarenta años
en el poder, es el final apocalíptico. Un esfuerzo loco de producir una
crisis militar con Estados Unidos, con acciones como el ataque a la planta
nuclear de Turkey Point, el provocar choques de aviones en aeropuertos de
Estados Unidos, con los trasmisores de 1,500 Kwt del Plan Titán
interfiriendo las plantas radiales de la red ARINC, que sirve al control de tráfico
aéreo; el soltar las armas de guerra biológica que se hayan
desarrollado por el frente biológico en centros como el Centro de
Ingeniería Genética y Biotecnología, que lo integran.
Ha llegado la hora de plantearles a los militares cubanos, muchos de los
cuales han sido corrompidos y sobornados con la dolarización, el turismo
y las empresas mixtas, si están dispuestos a sacrificarlo todo en la
locura final del comandante en jefe, o si se van a acordar de que juraron
lealtad a la patria y se van a negar a seguir las órdenes de la opción
apocalíptica. Porque, señores, ésa es la opción más
factible que decida seguir Fidel Castro.
Y ésa será la opción de Fidel Castro, pero no tiene que
ser ni la de Cuba, ni la de los militares cubanos, ni la de sus familias.
© El Nuevo Herald
Las opciones de Castro en la nueva era
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