CUBANET... INTERNACIONAL

Mayo 31, 2001



Amigos y cubanía

Durante la década de los setenta, pasaba yo largas horas sumergida en el mundo del siglo XIX, en aquellas salas del Archivo Nacional o de la Colección Cubana de la Biblioteca Nacional. Con la pasión de un arquéologo, empecinada en reconstruir la vida y la época de la poeta cubana Juana Borrero, ponía atención en los detalles y en cuanto material cayera en mis manos sobre la joven, muerta a los diez y ocho años, en Cayo Hueso, autora de una extraordinaria obra poética y pictórica.

Por fortuna, Juana amaba el arte de la correspondencia y a través de sus cartas o notas, ahora amarillentas o comidas por las polillas, iba paso a paso armando el rompecabezas de esa vida, la de una hermosa y atormentada joven cubana de finales de 1800, que había tenido el privilegio no sólo de ser hija de un gran patriota, el médico y escritor Esteban Borrero Echevarría, sino de haber conocido a José Martí en Nueva York y pintado para él una cubanísima palma.

En medio de un mundo de conspiradores, espías al servicio de la colonia y romanticismo epocal, me llamaba la atención el espíritu de amistad que reinaba entre los intelectuales cubanos de la época. Por supuesto que no dejaban de asomar las orejas los envidiosos y hasta algún que otro canalla, pero lo que prevalecían eran las tertulias, las visitas a la casona de los Borrero en Puentes Grandes o las reuniones en la Acera del Louvre, frente al hotel Inglaterra. Los escritores y artistas de esa época eran amistosos entre ellos y vivían la exaltación de esos valores.

Mucho antes, a mediados de siglo, vemos a Anselmo Suárez y Romero, el autor de Francisco o las delicias del campo, dándonos detalles de sus relaciones amistosas, los bailes a los que asistía, las comidas a que era invitado y sus viajes de recreo y descanso en las quintas de los amigos en pueblos aledaños a La Habana. Notorio y de gran calibre intelectual fue el salón de Domingo del Monte, en una época de formación de la nacionalidad, adonde acudía lo más selecto, pero también los escritores más nuevos y sin nombre. Del Monte, autor del Centón literario, hombre riquísimo que llegó a ser mecenas de la cultura en Cuba, no tiene paralelos en nuestra historia y posiblemente en América Latina.

Sin embargo, vemos cómo la llegada de la revolución en 1959 no sólo destruye a las familias, las separa, las divide, las llena de odios personales, sino que corta los lazos que parecían unir a los intelectuales cubanos. Dentro del marco de la cultura prerrevolucionaria el odio, la cizaña, la denuncia, el espionaje y la maldad eran desconocidos entre la mayoría de los artistas. No me hable nadie de las pequeñas rencillas entre José Rodríguez Feo, José Lezama Lima, Virgilio Piñera o la "pelea'' de Alejo Carpentier con Carlos Enríquez. Nada comparable a lo de ahora. No sólo han sido atacados y vilipendiados públicamente los que no piensan como la oficialidad, sino los propios seguidores de la fe marxista. La gente vive temiendo a cada momento el ataque, la crítica, la caída en desgracia, la pérdida de los privilegios.

Y ese mismo odio cruzó el mar desde los primeros años de revolución y ahora viaja en avión hasta el propio aeropuerto de Miami pues la meta es destruir al "enemigo'' en su propio suelo. Ahora hablan de la falta de cultura de Miami, cuando en realidad lo que desean esos servidores del sistema es estar viajando todo el tiempo a esta ciudad y luego llenarse la boca para decir que arrasaron con los premios, etc. La cultura cubana verdadera es, eso sí, una, no importa dónde se viva. Pero cuando digo verdadera hablo de la que no se vende, ni vende su lengua, ni su pluma, ni su talento para ensalzar al tirano. Una cultura dolorosa, franca, dispuesta a decir su verdad no importa el precio que deba pagar.

Y a propósito de la amistad, aquí en Fort Worth hemos revivido el arte de viajar para visitarnos, no importan las distancias. Hasta acá ha llegado esta semana el farmacéutico y librero Armando Fragoso, un amigo de New Jersey, quien desde principios de los sesenta se asentó en Union City. Fragoso es un animador de la cultura, lo ha sido siempre desde su farmacia-librería, cerca de la famosa calle Bergenline. Una novedad ésa de promover los libros en medio de las medicinas. Su lema: "Medicinas para el cuerpo y libros para el alma''. Como en los tiempos de los Borrero en Puentes Grandes, nos reunimos con Fragoso a comer y a charlar. Yo lo conocía de siempre, pero con otros había hecho amistad a través de la internet. La época ha cambiado y los quitrines son cosa de hace dos siglos, pero la trajinada camioneta de Gustavo Carmona, que amablemente se ocupaba de trasladar a Fragoso, parecía enlazar los siglos, haciéndome regresar a una época de dichas elementales, donde lo primordial eran la amistad y la conversación tras un suculento almuerzo.

belkisbell@aol.com

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