El viernes murió Korda, famoso por su retrato de Guevara ·
Integró una generación de fotógrafos que maduró en
los 60 y que harían la historia y la imagen de la fase más romántica
de la revolución cubana
Ignacio Paco Taibo Ii. Escritor, Periodista e historiador..
Mayo 30, 2001. Clarín digital
Con ciertas fotos tengo una relación de amor muy particular. Me gusta
narrarlas, contarlas. Hay media docena que describo en muchas ocasiones a lo
largo de los años y, cada tanto, alguien descubre la foto que le conté
y me mira con una mezcla de reproche y desconfianza.
Decir que hay fotos que valen más que mil palabras es una frase fácil,
pero yo creo, más bien, que hay fotos que merecen mil buenas palabras.
Algunas sobre todo, a fuerza de contarlas, quedaron en mi memoria en versiones
distintas. Son fotografías que adoro, sin las cuales no podría
amar el siglo XX como lo amo, sin las cuales la fe en los seres humanos que me
sostiene día tras día se disolvería en los ácidos
sulfúricos de la vida cotidiana.
Son una foto de Cartier Bresson en París, un par de fotos de Robert
Capa en Barcelona, una foto de mi amigo Javier Bauluz en Ruanda 50 años más
tarde y una foto en La Habana de 1959. Esta última muestra a un guajiro,
campesino cubano, con un sombrero de paja deshilachado, con una bandera cubana
como escarapela, trepado a un farol enorme, enorme, gigantesco. Debajo de él
se agolpa una multitud, pero, aunque de lejos, el fotógrafo lo mira de
frente. Creo recordar que el hombre tiene bigotes, la camisa abierta, que deja
entrever la camiseta y está fumando. En la memoria, es un viejo. Y nadie
podrá nunca explicarme racionalmente cómo se subió y se
sentó en la punta de ese poste.
La foto tiene que ver con la revolución en plena efervescencia y el
hombre que, tranquilamente, fumando en la punta del farol, la hace suya. Adentro
y afuera.
Cuando la Alianza Francesa organizó en México una exposición
fotográfica del cubano Alberto Díaz, Korda, desaparecido el
viernes, me pidieron que lo presentara en público. Acepté,
pensando que aquella foto que recordaba del hombre en el farol era suya. Aquella
foto: la foto.
La historia mil veces contada
Quería además contribuir a disipar un malentendido. Porque
Korda estaba mucho más allá de la foto del Che reproducida
millones de veces en todo el mundo. Autor de la fotografía que
probablemente haya sido reproducida más veces en la historia de la
humanidad, Alberto Díaz, Korda (seudónimo adoptado en la juventud
en honor a los cineastas húngaros), está ligado a ella de manera
indisoluble para bien y para mal. Esta otra historia fue contada muchas veces y
el propio Korda la repitió en numerosas entrevistas: 1960, 4 de marzo,
mientras Ernesto Guevara se dirige hacia el Banco Nacional de Cuba, que
justamente presidía, se produce la explosión del "La Coubre",
un barco francés con una carga de 70 toneladas de armas belgas. Al oír
la terrible detonación, el Che se desvía hacia el muelle del
Arsenal. Es un desastre terrible, hay 75 muertos y alrededor de 200 heridos.
Colabora en los trabajos de rescate. La duda los invade a todos: ¿accidente
o sabotaje? El fotógrafo Gilberto Ante, de Verde Olivo, lo ve mientras
salva a los heridos, pero el Che, furioso, le prohíbe tomar fotografías.
Le parece impúdico ser objeto de curiosidad en un accidente.
Al día siguiente, se realiza el funeral de las víctimas. A una
cuadra del cementerio de Colón, en la calle 23, se levanta una tribuna
cubierta con una bandera cubana con el listón de luto. Los ánimos
están exaltados. Desde esa tribuna, Fidel pronunciará por primera
vez la consigna "Patria o Muerte". El fotógrafo Alberto Korda,
del diario Revolución, recorre con la lente de 90 milímetros de su
Leica los personajes de la tribuna y al hacerlo una segunda vez se encuentra con
el Che que avanza por uno de los costados. El gesto del argentino lo sorprende y
dispara dos veces. "Encontrármelo en el encuadre de la máquina
fotográfica, con esa expresión, casi me da un sobresalto.
Intuitivamente, oprimo el obturador". Alberto Granado le diría a
Korda, al poco tiempo, que aquel día el Che tenía una cara que si
veía a un yankee se lo comía vivo; pero no es eso lo que se ve en
la foto.
En el negativo aparece un hombre no identificado, sobre el lado derecho de
la foto, y las hojas de una palmera a la izquierda; hábilmente, Korda
suprime los elementos que distraen y se concentra en el rostro, una imagen muy
particular, la cara tensa, la ceja izquierda ligeramente levantada, la boina con
la estrella, la campera de cuero cerrada hasta el cuello, el viento que le agita
el cabello. Korda sabe lo que es una buena foto. Curiosamente, el redactor
fotográfico de Revolución no eligió esa foto sino otras y
la fotografía del Che no saldrá publicada en los diarios. Años
más tarde, el editor italiano Giangiacomo Feltrinelli vio la foto colgada
en una pared de la casa de Korda y le pidió una copia. Korda se la regaló.
A la muerte del Che, Feltrinelli decide hacer un póster. Decenas de miles
de copias y luego millones de ejemplares se difunden por todo el mundo. Es la
imagen más conocida del Che, la simbólica, que inundará
paredes, tapas de libros, revistas, carteles, remeras. La que enfrentará
la foto distribuida por los militares bolivianos del Che muerto sobre la mesa
del hospital de Malta en un duelo simbólico y no por ello menos potente.
Pero Alberto Díaz es mucho más que esa foto. A los treinta años,
es un gran fotógrafo de moda que emprendió esa carrera porque quería
retratar a su novia Yolanda con una máquina Kodak casi de anticuario. Es
brillante, expresivo, potente como Avedon y de golpe se encuentra frente a una
revolución y se transforma en reportero fotográfico. Paradójicamente,
es en la velocidad de la fotografía periodística, en las
condiciones profesionalmente difíciles de una revolución, bajo la
presión de una información inmediata, donde madura la generación
de brillantes fotógrafos, y extrañamente lo hace en torno del
diario Revolución, órgano del 26 de Julio, dirigido en ese
entonces por Carlos Franqui. Están muy lejos de los modelos rígidos
de prensa de la burocracia socialista, muy lejos del funcionalismo de las
agencias estadounidenses, muy cerca, desde un punto de vista político y
estético, del experimento de la Magnum en los veinte años
anteriores.
Desacralizar la revolución
Extrañamente, algunos años después, harían la
imagen y la historia de la fase más duramente romántica de la
revolución cubana. Y cuando un periodista le preguntó si eran
conscientes de que en cierto modo estaban creando la iconografía, los símbolos
mundiales del reconocimiento emotivo de la revolución, Korda y sus
colegas respondieron que no, que no es así, que nada es cierto, que
estaban simplemente contando una historia. Inevitablemente la revolución
se muestra también como fiesta y Korda registra al "Cristo rumbero",
Camilo Cienfuegos, entrando con sus caballeros armados en La Habana, en medio
del júbilo y la algarabía. El realismo rumbero y festivo
contrapuesto a las simulaciones del hiperrealismo y al escenario fraudulento y
facilista del realismo socialista, con retoques incluidos. Las fotos de Korda
que contienen ese espíritu son muchas: la revolución en el
baseball y el Che sin camiseta. Debemos en gran parte a esa generación de
fotógrafos la desacralización de la idea de la revolución.
A ellos y al Che.
Vuelvo a mi foto preferida, al hombre sobre el farol enorme. Es cierto, es
de Korda, la tituló "El Don Quijote del Farol", ese guajiro en
medio de la multitud, muchos metros más arriba, sentado en lo alto. Es más
joven de lo que yo decía. El sombrero de paja no está
deshilachado. ¿Cómo llegó arriba? ¿Cómo lo
descubrió Korda? ¿De dónde lo sacó? En América
latina, la revolución tiene un componente kafkiano, el realismo kafkiano
vive en nosotros. Sin él, moriríamos de aburrimiento y de
seriedad. Y en la foto eso se concentra. Explica todo: la revolución como
el espacio doble del nosotros y el yo. ¿Adónde voy? ¿Qué
tengo que ver yo con todo esto? Es mía y me juego.
Cuando Korda, barbudo, muy cubano, escuchó en una sala de la Alianza
Francesa mi versión de los hechos, me tomó de la mano y me arrastró
para ver juntos la muestra. Frente a la foto del Don Quijote del Farol se nos
llenaron los ojos de lágrimas, nos abrazamos.
"Carajo, qué bien la cuentan los escritores".
La cuentan mejor los fotógrafos.
Copyright la Repubblica y Clarín, 2001. Traducción
de Cristina Sardoy |