La última
baba
Ramón Díaz-Marzo
LA HABANA, mayo - Los cubanos siempre enloquecemos cuando anuncian una película
del patio. El origen de esta alegría tal vez sea la obsesión
nacional de tirarnos fotos. Una película es una foto también,
aunque enorme. Y en nuestra obsesión fotográfica tiene que
aparecer desde el último que nació, incluyendo tíos y
primos, hasta el próximo que morirá. Y los conflictos internos son
borrados, momentáneamente, por una hipócrita sonrisa; aunque en
algunos ojos siempre habrá una lágrima que querrá aguar la "fiesta".
Mas de cualquier manera tenemos la necesidad de que nos acepten en esa cárcel
de papel o celuloide que nos hará inmortales.
La película "Miel para Ochún", del gran director que
es Humberto Solás, que por primera vez se apoya en soporte digital con la
esperanza de que se inicie un despegue en la cinematografía cubana, es
otra de las tantas fotos nacionales donde la tragedia de un pueblo es hábilmente
escamoteada por un cubaneo tierno donde la risa es inevitable, aunque
concientemente nos dejemos manipular por la técnica del llanto.
"Miel para Ochún" es la misma baba de "Guantanamera"
y "Fresa y Chocolate": nunca llegan a la raíz del problema. Y
con esto último no estoy juzgando a nadie. Todos sabemos que se puede
jugar con la cadena sin tocar al mono.
En cuanto a la actuación, hay que felicitar al actor Mario Limonta,
quien merecería un artículo aparte. Mario, por naturaleza, posee
el carisma tragicómico de nuestra idiosincrasia nacional. Basta que
pronuncie un simple bocadillo, y es todo un poema.
En cuanto a Perrugorría no nos regala, esta vez, una espectacular
actuación como hizo en "Lista de Espera" que, gracias a Dios lo
salvó definitivamente del encasillamiento de "Fresa y Chocolate".
Isabel Santos, por su parte, continúa siendo la excelente actriz de
siempre, y si no nos entregó más de sí es porque el tiempo
rápido de esta película de carretera no lo permitía.
En cuanto al argumento, hay momentos que la trama cojea. Los desenlaces de
las escenas son rápidos e inverosímiles. Ejemplo: el robo de la
bicicleta y la mochila en un pueblo desierto, y posteriormente unos extras del
propio pueblo que no logran un "¡Ataja al ladrón!" con
credibilidad. En estas secuencias, inesperadamente, hay una ruptura lógica
cuando el cubano-extranjero nada reclama, no aparecen las autoridades por ningún
lugar, y la cosa desemboca en la "discusión del parque", que
aunque bien escrita, resulta forzada.
De todos modos, un fundamental acierto de "Miel para Ochún"
es mostrarnos unas ciudades y unos pueblos, y un país, y una doble moral,
y una población desesperada que tiene que robar para comer; todo, en
franco deterioro paranoico como nos lo demuestra la hotelera delatora, después
de 42 años de triunfalismo estatal.
De cualquier manera "Miel para Ochún" me hizo pasar un buen
rato. El propio realizador, Humberto Solás, confesó lo mismo
recientemente en una entrevista para la TV cubana.
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