CUBANET .INDEPENDIENTE

28 de mayo, 2001


Aristas de una celebración: 40 años de la ANAP

Lázaro Raúl González, CPI

PINAR DEL RIO, mayo - Según versiones oficiales, el 17 de mayo los campesinos cubanos celebraron con toda alegría el aniversario 40 de la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP) cuya constitución fuera prohijada en 1961 por el mismo gobierno que actualmente rige en Cuba.

Sin embargo, cualquiera que se acerque a los campesinos podrá constatar la elevada insatisfacción existente en ese sector social, y las diferentes aristas de una problemática a duras penas camuflageada por la propaganda oficialista.

La primera observación de seguro mostrará que no sólo los valores tradicionales, sino que hasta el término campesino han desaparecido del panorama socioeconómico de la Isla. Con la sustitución del latifundismo privado por el del Estado, en los años 60, comenzaron a forjarse en Cuba una diversidad de categorías de campesinos novedosas en el país.

Así surgió el próspero campesino socialista. Estos son exclusivos y minoritarios. Es socialista porque compra una parte de los insumos y vende una parte de su producción al Estado, por supuesto socialista. De este tipo de campesino acomodado -aunque sea en pesos, los hay millonarios- se encuentran algunos en la provincia de La Habana, próximos al gran mercado de la capital, en Pinar del Río y unos cuantos productores de café o ganaderos en el centro y el Oriente del país.

En el reverso de la moneda, y campesinos sólo de nombre, miles de desposeídos trabajadores agrícolas que por salarios miserables laboran en las propiedades estatales: cooperativas de producción agropecuaria (CPA), unidades básicas de producción cooperativa (UBPC), granjas agropecuarias y otras. Si se incluye a estos infelices en el sector campesino es porque trabajan la tierra, pues en la práctica no son más que jornaleros que ni siquiera son propietarios de su sombra.

Hasta el presente, el salario de los jornaleros ronda los 25 centavos de dólar por día. Esto explica por qué sólo en las provincias orientales hay ahora mismo 6 mil plazas vacantes para laborar en CPA o UBPC y nadie muestra interés por las mismas.

Pariente caribeño del mujik ruso, el miembro de las cooperativas de créditos y servicios (CCS) es lo que queda del tradicional campesino cubano, reservorio de una cultura rural que apenas sobrevive. Su situación se ubica en el justo medio entre un campesino que trabaja en tierras estatales y el campesino acomodado, aunque comparado con éste no es otra cosa que un pobretón.

Los miembros de las CCS son propietarios, unos de pequeñas parcelas heredadas y otros de terrenos entregados por el gobierno a principios de los 60, del siglo pasado.

La membresía en las CCS no les da muchos derechos prácticos. Apenas reciben microscópicas asignaciones de abonos, fungicidas, combustible y otros suministros. Ser miembro de la ANAP, o anapista como aquí los llaman, y pertenecer a una CCS equivale a tener que acopiar una considerable parte de la producción y entregársela al Estado, que paga por ella precios que ni siquiera sufragan los gastos.

Atenazado por el gobierno omnipresente a través de un enjambre de inspectores, asesores, instructores, disposiciones, leyes, reuniones, convocatorias y recomendaciones; constantemente amenazados por bandas de delincuentes rurales; sin tecnología ni recursos, sólo con su yunta de bueyes flacos que trabaja por el día y no come por la noche pues el matarife acecha, el campesino cubano, miembro de las CCS y de la ANAP, apenas puede producir para mantener a su familia.

Sin embargo, son tan bajos los rendimientos de la agricultura estatal que con sus modestos excedentes el campesino provee al pueblo cubano alrededor del 70 por ciento de los productos agrícolas que consume.

Aún así, es frecuente que los medios de prensa y los dirigentes en general culpen al sector privado de los problemas del mercado, especialmente del desabastecimiento y de los precios altos.

Pero más penoso aún es ver cómo en los congresos, plenarias o cualquier celebración de la ANAP, los presuntos representantes del campesinado, en armoniosa conjunción con los intereses del gobierno, le exigen cada vez más sacrificios al hombre del campo.

Tales posturas, sin embargo, no quedan sin respuesta. A pesar de la coacción que ejerce el régimen sobre el campesinado, más de 15 mil tenedores de tierra se las han ingeniado para no afiliarse a la ANAP, lo que es prácticamente obligatorio en Cuba, mientras que en los últimos 16 meses 5,760 cooperativistas se dieron de baja de esa organización controlada por el Estado cubano.

El mensaje es claro: el día que la afiliación a la ANAP, a las CCS, a las UBPC, a las CPA, o a otras entidades agropecuarias del Estado, sea voluntaria, el día que el campesinado pueda organizarse libremente, ese día, probablemente, desaparecerán todas esas agrupaciones. Entretanto, ya agonizan.


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