Para una
decisión disidente
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, mayo - Un día de rutina para un periodista independiente
cubano afiliado al proyecto CubaNet, calificado de "excelente" por el
diario The Miami Herald, ha cambiado mucho desde 1996. Si en ese año soñar
con poseer una grabadora de mano era exactamente un sueño, hoy es
cotidianidad. Si entonces todas las transmisiones se hacían por medio del
paciente dictado telefónico, a la altura del 2001 lo usual es el fax.
Cinco años atrás los ingresos por colaboraciones publicadas
llegaban cargados de azares conspirativos. Pero desde 1998 los dineros se
reciben por medios legales, reconocidos por el gobierno de Fidel Castro, sin que
se hayan producido como regla incidentes vinculables a la represión.
Si se llegó a contar con medios mínimamente aceptables para
ejercer el periodismo independiente en la Cuba de Fidel Castro, fue porque un
grupo de adelantados puso a prueba el respeto del régimen a los
escenarios que aceptó a regañadientes, léase despenalización
del dólar y todo cuanto trajo aparejado, por vía de arriesgarse a
perderlo todo por ser transparentes y "legalistas", o a hacer pagar
ante la opinión pública el precio político y económico
de una apropiación ilegal.
El cálculo resultó acertado: el gobierno de Fidel Castro no ha
reprimido a un periodista independiente por adquirir algo de legalidad probada,
desde el punto de vista de su legalidad, sea la que sea. Alguna excepción
habrá, que confirma la regla.
Aunque tan sencilla verdad es constatable, existen quienes pretenden tapar
el sol con un dedo. Una noche del verano pasado, Raúl Rivero y quien
escribe tuvimos la oportunidad de cenar con norteamericanos vinculados al mundo
académico estadounidense, por lo menos uno de ellos de muy elevada
jerarquía. A la altura de los postres alguien expresó que amigos
de Washington le dijeron que los disidentes no podían adquirir en Cuba
equipos de fax. Rivero y yo nos miramos, ocultando el asombro: desde un año
atrás éramos propietarios legales de sendos equipos, usados para
transmitir los reportes de los grupos de periodistas que encabezamos. Por ello,
aconsejé al norteamericano investigar a fondo a sus pesimistas amigos;
además, al parecer, desconocedores de que para esa fecha ya se hacía
posible comprar computadoras, hoy a la venta en establecimientos tan "de
pueblo" como la Plaza de Carlos III.
Uno de esos pesimistas parece ser el Senador Christopher Dodd, quien días
atrás se refirió al proyecto de Ley de Solidaridad con Cuba,
promovido por sus colegas Helms y Lieberman, por el cual se pretende que Estados
Unidos apoye al movimiento cubano por los derechos humanos con una partida de
cien millones de dólares distribuidos en cuatro años, incluyendo
ayuda financiera directa a los disidentes que residen en Cuba. Dodd afirmó
que Fidel Castro se aseguraría de que ésta nunca llegue a manos
del cubano promedio y se extendió en consideraciones sobre el presunto
fortalecimiento del Estado policial isleño, a costa de esos dineros.
Como Dodd, soy partidario del fin de las sanciones económicas
unilaterales de Estados Unidos a Cuba, aunque de él tenga también
mis anécdotas. Le conocí en La Habana, en 1999, durante un
encuentro suyo con disidentes y periodistas independientes, donde se le explicó
con lujo de detalles que la despenalización del dólar había
abierto para la emergente sociedad civil isleña un conjunto de
posibilidades aún inexploradas, razón por la cual la mayoría
de los presentes recomendó o fin del embargo, o por lo menos libre vía
para remesas y viajes. Varios lo dijeron claro: "asunto de dinero".
Con embargo, y sin embargo, Dodd parecía hipnotizado por su anterior
encuentro de siete horas con Fidel Castro. Más de uno de nosotros, allí,
luchó literalmente por atraerle hacia la discusión de cómo
favorecer a una emergente sociedad civil cubana, en vez de ocupar el tiempo en
hablar del mandatario. Los sacerdotes isleños del culto de Ifá
afirman que mientras más se hable de él, más ebbó
(limpieza astral) se le hace. Dodd rio de buena gana al escuchar el consejo,
pero quedó flotando la duda de si él habría comprendido que
el presidente Castro es Historia, mientras la sociedad civil futuro.
Contar estas anécdotas no es gratuito, porque ilustran las
incomprensiones e intereses aposentados en la realidad de Cuba de inicios de
este milenio, en particular la tendencia a medir el devenir isleño con la
vara de Fidel Castro, diríase de todas las cosas. Se pierde de vista,
completamente, que el carácter post-totalitario del Estado cubano, su
incapacidad para controlar del todo la vida ciudadana, es la clave para entender
los procesos actuales que tienen lugar en Cuba.
Con esa clave es que debe evaluarse el peligro que a la disidencia interna
podría traer la aprobación de la Ley de Solidaridad con Cuba,
sobre la base de que "los disidentes pueden decidir", como bien expresó
días atrás The Miami Herald. Pues bien, si de tal se trata, no
puede perderse de vista que, antes de la existencia de ese proyecto legislativo,
se votó en la Isla la Ley de Protección de la Independencia
Nacional y la Economía de Cuba, vulgarmente conocida como Ley 88, "mordaza"
y otros nombres que me reservo, la cual sí es un muy real peligro para la
disidencia interna y los periodistas independientes. Por lo tanto, si de correr
peligro se trata, mejor con plata en los bolsillos. Desde mi punto de vista,
solidarizarse con la libertad de Cuba, previo levantamiento del embargo y sus
derivados, sería mucho más efectivo. Europa, Juan Pablo II,
parecen pensar así. Pero no puede perderse de vista que dólar en
Cuba ha significado más sociedad civil, bien entendida la consigna como "apertura
para todos, apertura para los disidentes". Recuérdese: la disidencia
no despenalizó al dólar, fue la Fuenteovejuna de Cuba, a ambos
lados del Estrecho de la Florida, y pasando sobre las prohibiciones de la Isla y
de Estados Unidos. Bienvenida la plata; pero mucho más bienvenida si es
para cada cubano, para que cada compatriota sienta el poder de la globalización
al tocar un billete verde. ¿Cómo lograrlo?
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