Escape a la
racionalidad
Héctor Maseda, Grupo Decoro
LA HABANA, mayo - Orlando Kondrakovich Candal ya no está en el
vecindario.
Desapareció rápida y silenciosamente con su endiablada y
contradictoria personalidad y delirium tremens. En las madrugadas se le veía
acurrucado en una esquina cualquiera del territorio, inmóvil, como si
fuera una especie de niebla formada en la superficie del suelo en espera de que
vuelva a reinar el día y, con éste, su temido retorno al mundo
real.
Muchos recordamos aquella mañana lejana de enero del 80 en que se
introdujo furtivamente en la última y derruida habitación de la
ciudadela ubicada en Neptuno 965, en Centro Habana. Lo vimos frágil,
pequeño, descuidado y carente de lo más indispensable para
subsistir. De inmediato la solidaridad humana nos convirtió en sus cómplices
ocasionales y ayudamos en su rápida y secreta instalación. Así,
pues, se incorporó a nuestras vidas como uno más de la plaza. A
cambio, aceptó de nosotros las virtudes y defectos que nos acompañan.
La reciprocidad se convirtió en la regla número uno de aquella
inusual convivencia.
Por más de veinte años se hizo sentir como pocos en la
localidad. Servicial en extremo como carpintero-tapicero en sus ratos de
comunicación con los demás. De excepcional cultura, cuando le
resultaba de interés conversar con alguien o al enredarse en un diálogo
íntimo con su "yo" interior en voz alta. Indescifrable si se
sentía melancólico.
Malhumorado o afligido. De cuidado al imaginarse perseguido o exigir su
reivindicación usurpada. Cariñoso en extremo con quienes se
identificaba por el apoyo espiritual y afecto ciudadano que recibía de éstos.
En política despotricaba públicamente defendiendo a Fidel
Castro y el sistema de gobierno hermético que representa el estadista.
Contaba sus años de entrega al proceso social iniciado por Castro y lo
definía, al principio, como la síntesis de la justicia y bienestar
humanos.
Algunos moradores del lugar opinan que su trastorno psíquico se
agudizó por una experiencia amorosa no correspondida. Otros piensan se
debió a la pobre y espaciada alimentación que recibía su
osamenta. Terceros consideran era producto de la intensidad con que devoraba
textos científicos y literatura hispanoamericana. Lo cierto es que en
abril del 2001 no supimos más de él. Se esfumó con la
rapidez de un delfín al saltar fuera del agua y ganar altura, para luego
escabullirse en las profundidades oceánicas.
En mi mente revivo las madrugadas que pasamos juntos Orlando y yo, en espera
de que el acueducto municipal conectara el agua a la zona residencial y pudiésemos
llenar nuestros depósitos. En esas tertulias me hablaba, confidencial y
serenamente, de sus desilusiones políticosociales con el paso del tiempo
y el creciente antagonismo que observaba entre el discurso oficial y la realidad
nacional.
No le resultó nada gracioso el éxodo masivo de 130 mil cubanos
por el puerto del Mariel (1980). Tampoco le agradó conocer por el diario
soviético Izvestia que Cuba le debía a la ex URSS 24 mil millones
de dólares (1990). Rabia infinita sintió cuando supo se había
aprobado la Ley 77 o Ley para la inversión extranjera, que estableció
el libre mercado en la economía cubana para los empresarios foráneos,
en franca discriminación a los nacionales por ser excluidos de ésta.
Mucho le afectó la nueva estampida provocada en agosto del 94 conocida
como Crisis de los Balseros, por medio de la cual 35 mil cubanos que no pudieron
esperar más saltaron hacia la libertad. De criminales calificó a
los militares cubanos que cumplieron la orden de abatir en pleno vuelo las dos
avionetas civiles de Hermanos al Rescate, con cuatro tripulantes a bordo. Fueron
reflexiones hechas por una persona totalmente lúcida y reflexiva que
apuntaban críticamente a quien consideraba culpable: el régimen
cubano.
Pero el clímax emocional, y definitivo punto de ruptura mental lo
sufriría Orlando pasados unos meses de la visita a Cuba de Su Santidad
Juan Pablo II, en enero de 1998. Pensó que al solicitar el Santo Padre más
libertades individuales y la excarcelación de decenas de presos sociopolíticos,
así como su enérgica declaración contra el embargo y los
regímenes opresores todo cambiaría en el archipiélago. Sólo
era necesario concederle un poco de tiempo al gobierno cubano.
La decepción fue completa, afirmó. Su desconexión de la
realidad social se convirtió en algo irreversible.
Nunca más se interesó por nada. Y así pasaron los años.
Perdió los vínculos que lo ataban al entorno. Para él la
sociedad cubana impuesta había perdido su razón de ser. La
calificaba de caos sin objetivos ni fin. A partir de ese momento se encerró
en sí mismo. Se le veía con la mirada perdida en profundas y quizás
atractivas imágenes.
Y reía. Reía como quien observa un devenir hermoso y sin
trabas. De ahí que ya no le importe el presente.
Esta información ha sido transmitida por teléfono,
ya que el gobierno de Cuba no permite al ciudadano cubano acceso privado a
Internet. CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza
la reproducción de este material, siempre que se le reconozca como
fuente.
|