CUBANET .INDEPENDIENTE

24 de mayo, 2001


Escape a la racionalidad

Héctor Maseda, Grupo Decoro

LA HABANA, mayo - Orlando Kondrakovich Candal ya no está en el vecindario.

Desapareció rápida y silenciosamente con su endiablada y contradictoria personalidad y delirium tremens. En las madrugadas se le veía acurrucado en una esquina cualquiera del territorio, inmóvil, como si fuera una especie de niebla formada en la superficie del suelo en espera de que vuelva a reinar el día y, con éste, su temido retorno al mundo real.

Muchos recordamos aquella mañana lejana de enero del 80 en que se introdujo furtivamente en la última y derruida habitación de la ciudadela ubicada en Neptuno 965, en Centro Habana. Lo vimos frágil, pequeño, descuidado y carente de lo más indispensable para subsistir. De inmediato la solidaridad humana nos convirtió en sus cómplices ocasionales y ayudamos en su rápida y secreta instalación. Así, pues, se incorporó a nuestras vidas como uno más de la plaza. A cambio, aceptó de nosotros las virtudes y defectos que nos acompañan. La reciprocidad se convirtió en la regla número uno de aquella inusual convivencia.

Por más de veinte años se hizo sentir como pocos en la localidad. Servicial en extremo como carpintero-tapicero en sus ratos de comunicación con los demás. De excepcional cultura, cuando le resultaba de interés conversar con alguien o al enredarse en un diálogo íntimo con su "yo" interior en voz alta. Indescifrable si se sentía melancólico.

Malhumorado o afligido. De cuidado al imaginarse perseguido o exigir su reivindicación usurpada. Cariñoso en extremo con quienes se identificaba por el apoyo espiritual y afecto ciudadano que recibía de éstos.

En política despotricaba públicamente defendiendo a Fidel Castro y el sistema de gobierno hermético que representa el estadista. Contaba sus años de entrega al proceso social iniciado por Castro y lo definía, al principio, como la síntesis de la justicia y bienestar humanos.

Algunos moradores del lugar opinan que su trastorno psíquico se agudizó por una experiencia amorosa no correspondida. Otros piensan se debió a la pobre y espaciada alimentación que recibía su osamenta. Terceros consideran era producto de la intensidad con que devoraba textos científicos y literatura hispanoamericana. Lo cierto es que en abril del 2001 no supimos más de él. Se esfumó con la rapidez de un delfín al saltar fuera del agua y ganar altura, para luego escabullirse en las profundidades oceánicas.

En mi mente revivo las madrugadas que pasamos juntos Orlando y yo, en espera de que el acueducto municipal conectara el agua a la zona residencial y pudiésemos llenar nuestros depósitos. En esas tertulias me hablaba, confidencial y serenamente, de sus desilusiones políticosociales con el paso del tiempo y el creciente antagonismo que observaba entre el discurso oficial y la realidad nacional.

No le resultó nada gracioso el éxodo masivo de 130 mil cubanos por el puerto del Mariel (1980). Tampoco le agradó conocer por el diario soviético Izvestia que Cuba le debía a la ex URSS 24 mil millones de dólares (1990). Rabia infinita sintió cuando supo se había aprobado la Ley 77 o Ley para la inversión extranjera, que estableció el libre mercado en la economía cubana para los empresarios foráneos, en franca discriminación a los nacionales por ser excluidos de ésta. Mucho le afectó la nueva estampida provocada en agosto del 94 conocida como Crisis de los Balseros, por medio de la cual 35 mil cubanos que no pudieron esperar más saltaron hacia la libertad. De criminales calificó a los militares cubanos que cumplieron la orden de abatir en pleno vuelo las dos avionetas civiles de Hermanos al Rescate, con cuatro tripulantes a bordo. Fueron reflexiones hechas por una persona totalmente lúcida y reflexiva que apuntaban críticamente a quien consideraba culpable: el régimen cubano.

Pero el clímax emocional, y definitivo punto de ruptura mental lo sufriría Orlando pasados unos meses de la visita a Cuba de Su Santidad Juan Pablo II, en enero de 1998. Pensó que al solicitar el Santo Padre más libertades individuales y la excarcelación de decenas de presos sociopolíticos, así como su enérgica declaración contra el embargo y los regímenes opresores todo cambiaría en el archipiélago. Sólo era necesario concederle un poco de tiempo al gobierno cubano.

La decepción fue completa, afirmó. Su desconexión de la realidad social se convirtió en algo irreversible.

Nunca más se interesó por nada. Y así pasaron los años. Perdió los vínculos que lo ataban al entorno. Para él la sociedad cubana impuesta había perdido su razón de ser. La calificaba de caos sin objetivos ni fin. A partir de ese momento se encerró en sí mismo. Se le veía con la mirada perdida en profundas y quizás atractivas imágenes.

Y reía. Reía como quien observa un devenir hermoso y sin trabas. De ahí que ya no le importe el presente.


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