Otra novela
de esclavos
Manuel Vázquez Portal, Grupo de Trabajo Decoro
Santa Lujuria Marta Rojas Letras
Cubanas, Cuba.
LA HABANA, mayo - Santa Lujuria ha llegado a su segunda edición y
goza de notoriedad, al menos en los medios oficiales. Pregunté a varios
amigos por ella y ninguno la había leído. Así que me adentré
en su lectura sin recomendación ni amparo. Guiado únicamente por
la, siempre detestable, nota de contraportada decidí llegar hasta la última
página y, a duras penas, llegué. Nunca había demorado tanto
en consumir apenas doscientas noventa páginas. Y es que el relato, aún
ayudado por las escenas de sexo que, en opinión de algunos aligera el
texto, resulta denso, abigarrado y oficiosamente manipulado.
Marta Rojas es una veterana y muy reconocida periodista oficial que
comenzara su carrera de reportera testimoniando los sucesos del ataque al
Cuartel Moncada, y lo cual le ha valido, por muchos años, un lugar seguro
en las filas del periodismo insular cubanode las últimas décadas.
Sus libros, ya sobre Viet Nam del Sur o Tania La Guerrillera, nunca han
encontrado escollos para su publicación en las editoriales cubanas
mientras otros autores padecieron el largo sueño de sus obras en las
gavetas de las casas editoriales.
Santa Lujuria, publicada por primera vez en 1998, no pasó inadvertida
para aduladores y apologistas oportunos y de oficio; sin embargo, no he podido
leerme un estudio serio y avalado por una firma autorizada que justifique una
segunda edición en el 2000, y es precisamente lo que me impulsó a
leerla y, por lo menos, dejar apuntadas mis impresiones.
El tema de la esclavitud ha sido estudiado en Cuba y el mundo en la
totalidad de sus aristas. El impacto social, político, económico,
etnológico y cultural que trajo como consecuencia se ha abordado desde
los más disímiles puntos de vista. La literatura cubana del siglo
XIX es abundante y sustanciosa en cuanto al tema. Desde el Sab de Gertrudis Gómez
de Avellaneda hasta la Cecilia Valdés de Villaverde, sin olvidar la
autobiografía de quien padeciera la esclavitud en sus propias carnes, el
poeta Juan Francisco Manzano, ha dotado a la historia de la esclavitud en
nuestros territorios de testimonios valiosos y fuertes. Mas, si se tratara de la
corrupción y falsedades de la aristocracia criolla, erigida sobre
blasones turbios y sangres mezcladas, sería bueno no olvidar los textos
del Conde de Jaruco. Por lo que en ese sentido poco aporta otra novela de
esclavos y aristócratas ya en los albores del siglo XXI.
Con el pretexto de una hidalguía conseguida por medio del poder económico
y el fraude, sin que falte la ayuda de los orishas del panteón yoruba, de
un marquesito de sangre quebrada, Santa Lujuria se adentra realmente en el tema
del feminismo por medio de una mujer de belleza apreciable y carácter
firme para afrontar los avatares y vicisitudes de una época difícil
y erigirse como el germen nacional del antianexionismo cubano aún cuando
Las Floridas era territorio español.
Lucila Méndez, pardita amante del Marqués de Aguas Claras y
madre de Filomeno, el marquesito de sangre quebrada, que por exigencias sociales
deviene aya de su propio hijo bajo el nombre de Isabel de Flandes, es la
verdadera protagonista de la historia; es el hilo conductor que hace coherente
todas las tramas y subtramas en que se adentra la novela. Los otros personajes y
sucesos existen porque ella existe. Desde la lujuria del Marqués, el amor
del Capitán Albor, hasta el romance otoñal con el Teniente Arcángel,
es ella el eje motor. Nada ocurre en la novela ajeno de la presencia y
existencia de esta mujer, según tesis de la novela, excepcional.
Del lenguaje poco habría que decir. Se trata de un relato escrito con
la habilidad que propicia muchos años de oficio y con la acumulación
cultural de que dota el ejercicio de la palabra. No obstante, se escapan pifias,
más achacables al editor que al escritor, como usar "grampa"
por "grapa" (página 34), "estarlo esperándolo"
por "estar esperándolo" o "estarlo esperando" (página
44), "En el espacio de tiempo transcurrido" por "En el tiempo
transcurrido" o "En el lapso de tiempo..." (página 240),
entre las más sobresalientes.
De si se trata de una novela erótica o no, tengo mis dudas. Las
escenas amatorias que se describen, sólo en la cuarta parte alcanzan la
sublimidad necesaria para clasificarla como tal; en el resto me resultan, y no
soy un mojigato, un tanto procaces, más cerca de lo grotesco que de lo erótico,
aunque no lleguen a la categoría de porno. Y es lógico que así
suceda porque las páginas más logradas de toda la novela son
precisamente las de la cuarta parte.
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