Editorial. CONTACTO Magazine (www.contactomagazine.com). Mayo
20, 2001.
El senador Jesse Helms y el representante a la Cámara Lincoln Díaz
Balart, ambos republicanos, han anunciado un ambicioso proyecto de ayuda a la
oposición interna cubana por un monto de 100 millones de dólares.
En la Casa Blanca, durante un acto por el 99 aniversario de la inauguración
de la República de Cuba, el presidente George W. Bush dio su respaldo a
la iniciativa ante unos 200 cubanos exiliados.
Uno de los más agresivos adversarios del presidente, el senador Joe
Lieberman, quien fue candidato a vicepresidente de Estados Unidos por el partido
demócrata, también anunció su apoyo al proyecto.
El plan propone la entrega de los 100 millones de dólares en un lapso
de cuatro años, en los que se ayudaría a la disidencia con el envío
de papelería, libros, máquinas de fax y otros elementos necesarios
para su trabajo, así como se concedería apoyo económico a
los familiares de los prisioneros políticos cubanos. También se
fortalecerían las transmisiones de Radio y TV Martí hacia Cuba.
La noticia sorprendió a Fidel Castro en medio de una gira por el
norte de Africa, y desde allá dijo que era "una excelente idea",
porque "mientras más errores cometan (los Estados Unidos) mejor".
Dos conocidos disidentes cubanos, Elizardo Sánchez Santacruz, de la
Comisión Nacional de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional, y
Marta Beatriz Roque, del Grupo de Trabajo de la Disidencia Interna, parecieron
simbolizar con sus posiciones la división que habría en el seno de
la oposición interna cubana respecto a la medida. El primero se opuso
afirmando que no tomaría un centavo, la segunda se pronunció
complacida aunque dudosa en cuanto a cómo podría implementarse.
Muchos son los que creen que ese dinero, aunque necesario, pondría en
una situación embarazosa a los disidentes cubanos, que de hecho son
continuamente acusados por el régimen de Castro de estar al servicio del "imperialismo
yanqui".
El plan está inspirado en un proyecto similar que implementó
Estados Unidos en la década de los 80 para ayudar al movimiento sindical
polaco Solidaridad. Sus simpatizantes creen que si funcionó en Polonia,
podría funcionar en Cuba.
El dilema real estaría en cómo hacer llegar esa ayuda a los
disidentes, en medio del férreo control que ejerce el gobierno de Castro
sobre la sociedad cubana. Ya hubo una ayuda de este tipo a principios de los 90,
y las fuerzas de seguridad decomisaron máquinas de fax y computadoras que
habían llegado a manos de opositores y periodistas independientes.
A nivel moral, aunque muchos pudiesen criticar el plan, la realidad es que
una ayuda de esta naturaleza es absolutamente legítima. ¿Acaso no se
valió el propio Castro de armas, entrenamiento, técnicas de
represión y una fuerte ayuda económica del desaparecido imperio
soviético para consolidar su poder? ¿Acaso no usó Castro
parte de esa ayuda para fomentar la violencia en América Latina, con el
fallido propósito de imponer allí por la fuerza de las armas su
repudiable sistema de gobierno?
La oposición interna cubana que aboga por el establecimiento en Cuba
de una sociedad democrática, con libertades y derechos, merece toda la
ayuda posible. Quienes aconsejan a Estados Unidos normalizar sus relaciones con
la dictadura de Castro, con la idea de que la Coca-Cola y McDonald's podrían
fomentar la democracia, debían pensar que en la Cuba de Fulgencio
Batista, en la Nicaragua de Anastasio Somoza, en la República Dominicana
de Rafael Leónidas Trujillo y en el Chile de Augusto Pinochet, la
Coca-Cola y McDonald's terminaron prácticamente de aliados de aquellos
regímenes, sin la más mínima influencia en materia de
libertades y derechos humanos.
Hay algo de cierto en que la política actual de Estados Unidos hacia
Cuba no ha conseguido tampoco la democracia que necesitan los cubanos, pero ¿acaso
han conseguido algo diferente las políticas de acercamiento a Castro
practicadas por la Unión Europea, México, Japón, Argentina,
Colombia y Canadá?
Después de todo, es preferible no andar de la mano con regímenes
dictatoriales, especialmente el de Castro, que en enero pasado cumplió 42
años ininterrumpidos en la cúspide del poder. En sólo cinco
años más, Castro podría romper el récord mundial de
años en el poder, ostentado en la era moderna hasta ahora por el
fallecido dictador comunista norcoreano Kim Il Sung, que rigió los
destinos de su país durante 47 años. Ningún otro gobernante
vivo, con verdadera autoridad, ha estado más años al frente de su
país que Castro. Una tarea que no es necesariamente merecedora de un
premio.
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