Parque de
segunda mano
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, mayo - Los niños de Alamar llevan más de treinta años
esperando por un parque infantil. Como ha de colegirse por el tiempo
transcurrido, los primeros que esperaban ya no son tan niños. Pero nunca
es tarde si la espera es buena. Ya habrá parque para llevar a los hijos o
a los nietos y realizar a través de ellos aquellos viejos sueños
de desgañitarse de susto en la montaña rusa, marearse con las
vueltas del carrousel, elevarse en los avioncitos, comer rositas de maíz,
amelcocharse con el algodón de azúcar, dar una perreta a la hora
de la partida.
Al fin Alamar tendrá un parque infantil, no como Dios manda, pero sí
como el socialismo tropical dispone. Y ya eso es bastante para una gente
acostumbrada a esperar tanto y con tanta mansedumbre y paciencia. Bien merecido
lo tendrán, como bien merecen otras cosas que ahora no vienen al caso.
El hecho concreto es que hace unos meses, allá por la zona del viejo "bachiplan"
comenzó un extraño rebumbio. Vino un "buldozer" y limpió
de matorrales, escombros, basuras y otras exquisiteces reciclables el yermo
donde otrora se fabricaban paneles de concreto para las paredes y techos de los
edificios que se construían. Comenzaron a aparecer unos cimientos de
formas extrañas sobre los que nadie sabía qué se alzaría.
Llegaron unos camiones con pequeños elefantes plásticos,
avioncitos de hojalata y otros chirimbolos de uso que descifraron las incógnitas.
- Ñoooo, al fin los niños de Alamar tendrán un
parquecito- le oí gritar a una señora mientras sacaba la cabeza
por la ventanilla del "camello" y se quedaba como alelada,
engolosinada, fascinada con lo que aún es un boceto de parque y que, al
parecer, ella no disfrutó en su infancia alamareña. Tenía
unos cuarenta años y su edad me hizo preguntarle: "¿Desde cuándo
vive usted aquí?"
- Soy casi fundadora, vine cuando tenía cuatro años -me
respondió.
Recordé inmediatamente a Gabriel, mi hijo pequeño. Cada vez
que quiere el vértigo de "los caballitos", la audacia del
deslizador, la alegría "del trencito", me veo obligado casi a
un viaje interplanetario. El parque más cercano es el de La Maestranza,
en la Habana Vieja, y para eso hay que atreverse a la turbamulta de un camello
el sábado por la tarde. Ni que hablar tengo de Jalisco Park, en el
Vedado, o el Parque Lenin, allá en los confines del mundo. Coney Island
desapareció hace tiempo.
Toda una travesía que más vale evitar y convencerlo de que un
baño en la costa es más divertido y saludable. Y mientras tanto
esperamos que se termine de construir el Parquecito del Bachiplan, como ya lo
apodan los vecinos. Y ojalá al niño no le salga barba.
Pero realmente me queda una preocupación. "Los aparatos",
así les llama la gente, que han llegado para armar el parque se amontonan
a la intemperie por toda el área en construcción. Esto es una zona
costera y el salitre puede dañarlos más de lo que ya están,
porque a simple vista se nota que son de segunda mano. ¿Qué parque
habrán desarbolado en otro sitio para resolver el problema alamarense? ¿Qué
niños se habrán quedado sin su parque en otro lugar? ¿Será
una estrategia caribeña eso de trasladar los parques infantiles cada
cierto tiempo para ir contentando por temporadas a todos los niños del país?
No sé. Aquí casi todo es secreto. Pero por esta vez saldrán
ganando los niños de Alamar.
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