Un lunes fragante
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, mayo - Alamar, el barrio obrero más grande de Cuba, situado al este de la Ciudad de La Habana, ubicado entre los ríos Cojímar y Bacuranao, compuesto fundamentalmente por edificios de microbrigadas construídos sin gracia y sin estilo, sobrepasa los ciento
veinte mil habitantes.
Para esa gigantesca población, en la localidad existe un solo cine, una sola y reducidísima biblioteca pública, una Casa de la Cultura bastante deteriorada, dos rutas de camellos: el M-1, vía túnel de la bahía hasta El Vedado, y el M-3, vía
Guanabacoa hasta la Ciudad Deportiva.
No existe en toda su extensión un teatro que yo conozca ni una iglesia de que me haya enterado. Cuenta con tres pequeñas tiendas por divisas y una funeraria realmente desoladora. De su pequeña librería, la que aún no he podido localizar, me han llegado rumores.
La carencia de fuentes de empleo y la precaria red de servicios públicos mantiene a los vecinos de la barriada en eterno ajetreo sobre los indómitos camellos en busca de la civilización, los féferes*, la pincha** y otros menesteres indispensables para la vida.
No sé si en los camellos de otras rutas sucederá lo mismo. Pero lo que son los de Alamar, no descansan. No hay una santa hora del día, y de la noche, en que uno pueda abordarlos con un mínimo de holgura; de confort no hablemos, sería demencia, delirio,
alucinación.
Y lo terrible no es la estrechez con que se viaja, como diría la canción: rodilla con rodilla, pechito con pechito, lo tuyo con lo mío. Lo endemoniadamente terrible son las emanaciones: micosis leves, críticas, agudas, graves; borotosis chillonas, mandrilescas,
belicosas, nauseabundas; alitosis acres, sulfurosas, rompegrupos; sin contar otras vaharadas que no provienen precisamente de los pies, las axilas, las bocas.
Sin embargo, este lunes, ¡santo día de las Madres que fuera el domingo anterior! el camello amaneció fragante. En las tres tiendas por divisas ofertaron una colonia de esperanzador color verde, frasco tamaño familiar, aroma de limón maduro y precio accesible
(1.80 dólar, accesibilidad para el magro bolsillo popular, 40 pesos) que vino a salvar los compromisos de los regalos inexcusables en día tan señalado.
Medio Alamar debió comprar el zangandongo y barato frasco durante toda la semana porque el lunes de marras el camello tenía olor de lugar público rociado con ambientador floral. Parecía como si la primavera hubiera entrado de repente a aromatizar aquel emporio de
pestilencias cotidianas. Se podía respirar sin riesgos para la nariz ni peligros para los pulmones.
Sin embargo, una señora que, como César Vallejo, nació un día que Dios estuvo enfermo, que viajaba a mi lado, y, que la pobre, fue víctima de un derrame de amoniaco, hace algunos años, allá por la ciudad de Matanzas, se pasó todo el tiempo
estornudando, lagrimeando y tratando de sacar el rostro por la ventanilla porque una alergia que padece desde que el accidente matancero le arruinara la nariz, no le permite tolerar los aromas persistentes. Y la oí exclamar con angustia: "Caramba, no habrían podido regalar aunque
fuera figuritas de yeso".
Pensé, mientras disfrutaba el día de vacaciones de mis vías respiratorias, "así es la vida". Lo que para ella era una desgracia para mí resultaba el día más venturoso de cuantos me he visto obligado, siempre por razones pecuniarias, a
cabalgar sobre el cerril animalejo con motor. No es fácil para la buenaza de mi esposa esa tarea de prepararme, cada vez que viajo a la ciudad, un pañuelo con lavanda para que yo lo use a manera de careta antigás y pueda librarme de los aires camelliles que mi compañera
prefiere, y a los que ya sus mucosas destrozadas se han acostumbrado.
(*) Féferes - Alimentos
(**) Pincha - Centro de trabajo
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