CUBANET... INTERNACIONAL

Mayo 11, 2001



Cuba, el rostro actual

Los microempresarios de la Revolución

Desde que el gobierno de Fidel Castro Ruz autorizó en 1993 que los cubanos realizaran operaciones comerciales con dólares y otorgó permisos para que se emplearan como microempresarios, en la isla ha crecido una incipiente clase media, o lo que aquí se puede identificar como tal. Aunque el Estado trata de ocultar y frenar su existencia, el hecho es que poco a poco se ha creado un estamento que dispone de beneficios o "lujos" que el grueso de la población no tiene a su alcance: una video, un reproductor de discos compactos. Estas son algunas estampas.

Alejandro Lelo de Larrea. Enviado. El Universal. México, mayo 11, 2001.

LA HABANA , Cuba.-En menos de una hora, Abundio Alberto Pagés, un fotógrafo con cámara de cajón que labora frente al Capitolio, se ha ganado el equivalente al ingreso mensual de un investigador cubano con maestría en Rusia: 20 dólares, algo así como 400 pesos cubanos.

Constructor de su propio equipo de trabajo, Abundio Alberto fotografió en ese lapso a un grupo de sobrecargos de la aerolínea holandesa KLM y a una decena turistas. De a dólar por foto.

"No creas tú que es así siempre. Ahora tuve suerte que llegaron dos grupos y que mis colegas, por ser domingo, no vinieron a trabajar", cuenta el hombre de 50 años, de los cuales los últimos 15 los ha dedicado a la fotografía.

Pagés puede ser el prototipo del microempresario cubano. Con un poco de astucia, creatividad y, eso sí, con el permiso del gobierno, concretamente de Eusebio Leal, el historiador de La Habana Vieja (también conocido como "el dueño" de ésta), resuelve su vida sin demasiadas carencias económicas.

Es de los beneficiados con aquel decreto del presidente Fidel Castro, el del 9 de septiembre de 1993, mediante el cual concedió permiso a quienes saben un oficio para vender su mano de obra y a trabajar por cuenta propia en la comercialización de productos fabricados por ellos mismos. Ese decreto también dio margen a que los cubanos que laboran en forma independiente fijaran el precio a su mano de obra o mercancía.

Ese domingo, Abundio Alberto Pagés, con gorra y playera que hacen publicidad al ron cubano "Havana Club", ni siquiera debió trabajar una agotadora jornada. "Hoy llegué tarde (como a las 17:00 horas) porque me fui a ver mi pelota", el encuentro de postemporada entre los Industriales de La Habana y el equipo de Pinar del Río, celebrado en el estadio Latinoamericano de esta capital.

Pagés utilizó una caja de madera vieja para armar la cámara, con tecnología de principios del siglo pasado. Y como la abertura de la lente no le permite enfocar completo el Capitolio a la hora de captar la imagen del cliente, recurre al montaje de la imagen del palacio que fuera la sede de la Asamblea Nacional.

"Tú no creas que es tan bueno el negocio. El papel es muy caro y hay que pagar impuestos al gobierno. Me va bien, pero no como para hacerme millonario", cuenta.

Su vieja cámara es el único motivo por el que los turistas se retratan con él. Es tan llamativa que "me la han comprado dos o tres veces, hasta en 300 dólares".

--¿Y a usted cuánto le cuesta hacerla? -Casi nada. Tengo todos los materiales en casa. Es algo muy sencillo comenta al tiempo que levanta su mano izquierda, pide a una mujer portuguesa que no se mueva, retira una tapa de la cámara, cuenta tres y es todo. "Ahora espere un momento, ya le damos su foto". A partir del negativo, toma la imagen que venderá. Imprime dentro de la cajita y sólo debe lavar la fotografía en agua. "Ya están todas. Ahora vamos a ver, un dólar por foto". No se le va uno, al tiempo que la entrega, cobra su dinero y se lo da a guardar a su esposa, quien junto con su hija, son las ayudantes del microempresario de la fotografía.

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Entre la tranquilidad de las calles de La Habana Vieja, de pronto se oye el escándalo música tropical. Hay que hacerse a un lado. Es un ciclotaxista, vehículo fabricado por quien lo conduce.

-Pa´dónde va, un dolarico nomás ofrece el mulato.

-¿Qué tal su negocio?

-Ahí va.

-¿Unos diez dólares al día, por lo menos?

-En día bueno, sí.

De todos los vehículos que en La Habana ofrecen servicio de transporte, los de triciclo o bicitaxis son los únicos no propiedad del Estado, aunque sus dueños también deben tramitar un permiso y pagar impuestos por trabajarlo.

Y amén de que no cualquiera puede obtener un permiso para trabajar en forma independiente, los mejores ingresos, por ser en divisa foránea, están en La Habana, y tampoco es fácil que el gobierno otorgue permiso a quienes viven en otras provincias para trasladarse aquí.

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Otro segmento de clase media que comienza a reproducirse en Cuba es el de quienes tienen familiares en el extranjero y reciben dólares continuamente.

Los cubanos han buscado sus propios métodos, con familiares, amigos y conocidos, para el envío de recursos foráneos. Y es que el costo de recibir dinero es muy alto: en Western Union sólo pueden girarse como máximo 300 dólares, y la comisión es de 30 dólares, una fortuna en estas tierras. Este grupo es cada vez más grande y algunos le atribuyen, ingeniosamente, rasgos "religiosos". "Quienes en Cuba vivimos de la FE (Familiares en el Extranjero), que somos como dos millones, podemos tener hasta una computadora e internet si el gobierno nos da permiso. Somos como una clase media baja", explica el opositor al régimen castrista Elizardo Sánchez.

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Cien por ciento capital cubano, y uno de los pocos negocios establecidos en que pueden invertir los isleños, aunque con restricciones, los "paladares" (fondas) han proliferado por las calles de esta capital.

Hoy pueden vender todo tipo de alimentos, incluso carne de res, restringida sólo para el consumo del turista, al grado de que matar ganado vacuno sin la autorización del Estado cubano puede ser penado hasta con 15 años de prisión, pero no siempre fue así.

Hace algunos años los "paladares" estaban completamente al margen de la ley. Su prohibición era total y a quienes se descubría operando alguno se le sancionaba con severidad. Eran los tiempos del periodo especial y la comida escaseaba en las tiendas oficiales, pero no en los "paladares". En ellos se encontraba de todo. Y su principal motor era el turismo.

Hoy es distinto. El gobierno cubano ha flexibilizado en buena medida las limitaciones. Por ejemplo, aunque en teoría no tienen autorizado comerciar ostiones y mariscos, y sus menús no los tienen registrados, en la práctica sí los venden.

El Estado les fija cuotas de impuestos, una en pesos cubanos, de 350 para quienes tienen el máximo permitido de 12 asientos, y otra de 60 dólares. Vendan o no vendan, trabajen o no trabajen, deben pagar el gravamen, que en términos oficiales se llama "patente".

No cualquiera puede montar un paladar. Primero, debe demostrar al gobierno que hay recursos suficientes para emprender el negocio, y que éstos son de origen lícito.

Aunque en algunos casos los trámites pueden ir por la vía corta, si se trata de, por ejemplo, un cubano con ascendencia española, que ha optado por la doble nacionalidad. Al convertirse en ibéricos radicados en Cuba, adquieren derechos de extranjeros.

Otra de las restricciones para los paladares es la hora de cierre, que no puede ser más allá de la medianoche, mientras que el resto de los restaurantes y cafeterías, las del Estado, pueden cerrar después de las 4 de la mañana.

Aunque no tienen autorización para contratar empleados, pues se supone que son negocios familiares, es un hecho que sí ocurre. Por ejemplo, en uno llamado Hurón Azul, el mesero labora sin salario y su ingreso son sólo las propinas.

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"Se alquilan cuartos. Es de confianza, tenemos cartelito", ofrece una mujer en la zona turística de La Habana, quien ofrece en renta su apartamento, con "dos habitaciones, aire acondicionado, teléfono, agua caliente", por 100 dólares diarios.

Los de cartelito, explica, son "los que tenemos patente del gobierno para alquilar. Venga a conocerlo y hasta podemos hacer una rebajita".

Como muchos de los cubanos en este negocio, Rosy González sólo duerme en su casa cuando no hay huéspedes; si la renta, se marcha a casa de una hermana, a la que le paga 10 dólares por alojarse.

Lo cierto es que con o sin cartelito, la zona de El Vedado, en esta capital, se ha convertido en un gran hotel, que coloca a quienes alquilan cuartos prácticamente en la clase media, que el gobierno trata de frenar, y los propios clasemedieros ocultan.

Con tres habitaciones rentadas durante una semana, a 40 dólares cada una, Carmelia, responsable económica de una familia que incluye padres y nietos, ha resuelto su situación económica de más de un mes, pues ganó 840 dólares, una fortuna si se observa que en el cubano percibe en promedio 11 dólares mensuales.

Carmelia posee las comodidades y equipos de diversión de la clase media capitalista: lavadora automática, videocasetera, reproductor de discos compactos, televisión a color, juegos de vídeo, además de tener sala y comedor, bien barnizados, en buen estado general.

Y se da el lujo de decir: "Quiero comprarme una antenita satelital para ver canales extranjeros. Ya tengo los mil 400 dólares que cuesta, pero me da miedo que el gobierno me la descubra y es un lío. Te multa con mil 500 dólares, además de que te la confisca".

-¿Y es difícil conseguirlas?

-No, hay un lugar donde las venden para los extranjeros. Hay mucha gente que tiene en su casa, bien escondidita, en la terraza. Yo sé de mucha gente que tiene su antenita en casa.

Por lo pronto, Carmelia no se pierde los programas de Univisión, aunque sea en videocasets que cambia en el mercado negro.

"Estoy cansada de tanto ver el televisor. Todo el día me lo pasé viendo a don Francisco, el de Sábado Gigante, y varios programas de Cristina". Y hasta se dio el lujo de mandar a comprar comida preparada.

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