La Traviata
Ramón Díaz-Marzo
LA HABANA, mayo - El viernes 4 de mayo hice lo mismo que Robinson Crusoe
cuando después que naufragó comprendió que, al salvar la
vida y recuperar algunos artículos del barco encallado, su situación
no era tan desgraciada. Porque una vida desarrollada durante 40 años bajo
la tutela de un Estado policiaco, también es naufragio.
Días antes hice mentalmente una lista de las cosas buenas y las
malas, y el primer descubrimiento fue confirmar que las cosas malas siempre han
estado garantizadas, pero las buenas...
Hacía más de veintitantos años que no asistía al
teatro, por una actitud psicológica de rechazo político. Pero hacía
días que por Radio Musical Nacional (CMBF) anunciaban la puesta en escena
de la ópera "La Traviata" de Giuseppe Verdi.
Si digo que soy amante de la ópera, que he disfrutado de las más
famosas a través de videocassetes y que viviendo a sólo doscientos
metros del Gran Teatro de La Habana jamás he asistido para verla en vivo,
nadie me creerá.
¿Algunos de mis lectores sabrán lo que significa asistir a la ópera?
Por supuesto. Y aunque no pueda expresar con vanidad: ¡Asistí a la
Opera de París!, sí escribo que ese viernes maravilloso de mayo,
acompañado por una señora de 81 años, fiel amiga mía
en momentos tristes, cogidos del brazo como dos enamorados, ascendimos la marmórea
escalera principal y me sentí soberanamente orgulloso.
Fuimos a la ópera con el mejor atuendo que encontramos en nuestros
respectivos guardarropas. Y aunque por mi parte no fui de cuello y corbata, me
sentí un caballero de los que Balzac retrató en Ilusiones
Perdidas. Por supuesto, yo no era Lucien Rubempré, ni mi amiga madame de
Bargeton. Y tampoco tuvimos que enfrentarnos al sabio du Chatelet, ni batirme a
muerte con puñales y espadas de palabras contra una camada de asesinos
intelectuales como los monsieurs de Marsay, Vandenesse, Montriveau y Canalis.
Pero sí tuvimos que enfrentarnos a las amables veladoras que, en la
penumbra con linternas sin bombillos, nos guiaban hasta las butacas numeradas, y
con extranjeros que irrumpían cuando ya había comenzado la función,
con sus "jineteras" de zapatos con tacones como agujas de coser
percutiendo en las escaleras sin alfombras, hablando en voz alta, riéndose
y que seguramente son personas que en sus respectivos países jamás
se gastarán 200 dólares para asistir a la ópera de sus
teatros.
Todos los habitantes de la Casa de Vecindad, en Obispo 521, se congregaron
en la puerta a las 7:50 p.m. con diversos pretextos. Nos vieron salir, a Pilar y
a mí, caminando lentamente rumbo al teatro por la acera de la Manzana de
Gómez y el Parque Central.
Durante las tres largas horas que duró el espectáculo, en los
entreactos, Pilar me comentaba:
- Ya deben haberme cortado varios trajes mis "buenos" vecinos.
- Y también es posible -le dije- que cuando regresemos, la Sra. X
(que es su vecina y también tiene 81 años) te esté
esperando en la puerta del solar escandalizada por tu atrevimiento de haber roto
con la rutina de cada día.
- Es increíble cómo los cubanos -dijo Pilar- desaprovechan la
oportunidad de un espectáculo tan grandioso como la ópera, a la
que se puede asistir por el módico precio de cinco pesos (0.25 dólar).
- Podrían existir varias respuestas -dije yo- pero ahora sólo
se me ocurre una: la sensibilidad de los seres humanos ni nace ni se desarrolla
por decreto de Estado.
Esta idea de llevar a la señora Pilar, viuda de Armando Miquelis, a
la Opera, quizás fue el deseo inconsciente de haber querido llevar al
teatro a mi propia madre como regalo por el Día de las Madres. Pero no me
pregunten por qué no puedo llevar a mi madre al teatro. Esa respuesta
costaría una de las muchas novelas que están por escribirse en una
Cuba sufrida que, en los próximos años, necesitará un ejército
de escritores al servicio de la realidad.
Esta información ha sido transmitida por teléfono,
ya que el gobierno de Cuba no permite al ciudadano cubano acceso privado a
Internet. CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza
la reproducción de este material, siempre que se le reconozca como
fuente. |